La reducción de la pobreza y de la indigencia en América Latina se ha estancado, de acuerdo con un informe sobre el panorama social publicado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) el pasado enero. Y es que, en 2014, 167 millones de latinoamericanos o, lo que es lo mismo, el 28% de la población de la región, han vivido en situación de pobreza. El porcentaje se ha mantenido estable desde 2012; sin embargo, el constante crecimiento demográfico de Latinoamérica supone un aumento, en términos absolutos, del número de personas sin recursos. La principal causa está clara: la desaceleración económica.

Diferencias entre países: La tendencia de estancamiento de los niveles de pobreza registrada en el último período en Latinoamérica supone un importante retroceso en comparación con lo conseguido en la última década. Sin embargo, existen diferencias entre Estados. Algunos han conseguido reducir sus niveles de pobreza (también la extrema) e indigencia; entre ellos destacan Paraguay, El Salvador y Colombia. Otros se han mantenido estables, como Costa Rica y Uruguay, mientras que algunos han empeorado: el caso más grave es el de Venezuela. El año pasado, 71 de los 167 millones de personas en la región sufrieron condiciones de indigencia o de pobreza extrema, un dato que revela un aumento de tres millones con respecto a 2013. En la imagen, un padre y su hija descansan mientras les guardan el sitio en la cola para comprar productos básicos en un supermercado de San Cristóbal (Venezuela). John Moore/Getty Images
Un fenómeno multidimensional: La pobreza suele ser medida en términos de ingresos, pero en realidad se trata de un fenómeno multidimensional que afecta a distintos ámbitos de la vida de las personas. Por eso el factor monetario no puede ser analizado de forma independiente de otros no monetarios, como el acceso a una vivienda y a los servicios básicos, la educación, el empleo o la posesión de bienes duraderos. A pesar de las mejoras logradas en materia de ingresos, América Latina es una región caracterizada por una pobreza de tipo estructural que requiere políticas públicas integrales adecuadas al contexto de cada país, de acuerdo con CEPAL. En la imagen, niños en el barrio Maré, una de las favelas más grandes de Río de Janeiro (Brasil). Mario Tama/GettyImages
Las excepciones: A pesar de que la tendencia ha sido adversa, entre los países analizados también encontramos ejemplos positivos. Si tenemos en cuenta el factor de los ingresos por separado (ya que es el factor que más peso tiene en la pobreza multidimensional), cinco de los 12 países con datos disponibles han registrado un descenso del nivel de pobreza por ingresos. A la cabeza se sitúa Paraguay y, tras él, El Salvador, Colombia, Perú y Chile. En la imagen, alumnas de una escuela de Nombre de Jesús, una localidad salvadoreña situada a unos 90 kilómetros de la capital, utilizan los ordenadores de un programa destinado a reducir la brecha del conocimiento de El Salvador. Jose CABEZAS/AFP/GettyImages
La región más desigual: América Latina no es la parte más pobre del mundo, pero sí la más desigual. Esta situación está cambiando desde hace ya una década, aunque el ritmo de mejora es cada vez más lento; según CEPAL, 14 de los 15 países con datos disponibles son menos desiguales que en 2013, con la excepción de Costa Rica. La distribución de los ingresos desde 2002 es más equitativa, es decir, los pobres son cada vez menos pobres y los ricos, menos ricos. Esta mejora debería traducirse en una disminución de los conflictos sociales, aunque el auge de las expectativas de progreso económico de la creciente clase media quizá sea una de las causas de que esta tendencia no se cumpla en todos los Estados, como sucede en los casos de Brasil o Chile. En la imagen, un grupo de campesinos marcha en Ciudad de Guatemala. EITAN ABRAMOVICH/AFP/GettyImages
La brecha de género: La participación de las mujeres latinoamericanas en el mercado laboral remunerado ha mejorado en casi todos los países de la región durante la última década, pero continúa siendo más reducida que la de los hombres. Además, la remuneración de las mujeres sigue siendo desigual, lo cual es resultado no de los ciclos económicos ni de las diferencias entre los países, sino de los procesos de discriminación de género presentes en la región, de acuerdo con CEPAL. Sin embargo, la eliminación de la brecha de participación y la igualación de salarios por igual cualificación ayudaría además a reducir las tasas de pobreza y de desigualdad. Si las mujeres y los hombres nicaragüenses, por ejemplo, gozasen de una tasa de actividad similar, el nivel de pobreza del país se reduciría en un 12%. En la imagen, una empleada de la oficina postal de Tegucigalpa (Honduras). ORLANDO SIERRA/AFP/GettyImages
Los retos para la juventud: El gasto social ha aumentado en la región, pero siguen siendo necesarios mayores esfuerzos para poder hacer frente a problemas como el desempleo juvenil. Los jóvenes latinoamericanos tienen más acceso a la educación, pero esta mejora no se traduce en un mayor acceso a empleos remunerados. Además, se encuentran entre las principales víctimas de la violencia de una zona en la que se encuentran siete de los 14 países más violentos del mundo. El estigma que se ha forjado en torno a la figura del joven violento que forma parte de 'maras' o pandillas agrava la situación de exclusión social en la que muchos de ellos viven. En la imagen, una boxeadora entrena en Managua; muchos jóvenes nicaragüenses de escasos recursos tratan de convertirse en estrellas del boxeo para salir de la pobreza. Inti Ocon/AFP/GettyImages
La segregación residencial: Aunque la incidencia de la pobreza es mayor en las zonas rurales que en las urbanas, el proceso de urbanización que está viviendo Latinoamérica ha causado una evidente concentración de población excluida y pobre en las zonas periféricas de las ciudades. Este hecho conlleva desventajas para los más pobres: menor calidad de la vivienda, menor acceso a los servicios básicos, mayores costes de transporte, mayores riesgos de seguridad, etcétera. Según CEPAL, las diferencias residenciales son el reflejo no solo de las desigualdades de tipo económico, sino también de las de nacionalidad o etnia. La creciente migración interna de los países latinoamericanos es un factor que agrava el problema de la segregación residencial. En la imagen, un grupo de mujeres indígenas de etnia emberá y sus hijos en la ciudad de Cali (Colombia), donde se refugiaron a causa del conflicto armado. LUIS ROBAYO/AFP/GettyImages