La esperanza que prometió Obama es verde. El nuevo inquilino de la Casa Blanca parece empeñado en resolver al mismo tiempo el ‘crash’ y el calentamiento climático, invirtiendo en energías renovables, las únicas que le permitirían crear empleo en estos tiempos. Pero, en medio de una recesión galopante, ¿tendrá que elegir entre la ecología y la economía?

Cambiando de modelo: un Toyota eléctrico RAV 4 se carga en Los Ángeles (California)

Desde las fábricas de automóviles paradas en Detroit, pasando por las minas de carbón de Virginia y Pensilvania o por los Estados del llamado cinturón del maíz que ahora viven del etanol, hasta la nueva generación de empresas clean tech (tecnologías limpias) en Silicon Valley, la misma pregunta recorre EE UU: ¿la megarrecesión de 2009 abortará los planes de Barack Obama para combatir el cambio climático? ¿O los adelantará?

La cuestión no puede ser de mayor trascendencia para el planeta en un momento en el que, tras la pérdida vertiginosa de hielo en el Ártico durante la última década, la comunidad científica ya considera insuficientes los recortes de emisiones de dióxido de carbono (CO2) pactados en 1997 en Kyoto (Japón), sin el apoyo de Washington. Y esto pese a que EE UU –con el 4% de la población mundial– sea responsable de casi el 25% de las emisiones de CO2 en el mundo.

En su campaña electoral, Obama rompió de forma clara con los largos años de ecoescepticismo y desinformación sobre el cambio climático de la Administración Bush, años en los que asesores de la petrolera Exxon editaban informes gubernamentales y expertos del Gobierno censuraban los estudios de los científicos independientes. En su campaña electoral, el ahora presidente aprovechó los indicios de inquietud en el electorado estadounidense respecto al estado del medio ambiente, en aumento desde que el huracán Katrina cruzó el cálido golfo de México a 200 kilómetros por hora en septiembre de 2005 y anegó la ciudad de Nueva Orleans. Paradójicamente, aunque es imposible achacar la fuerza del Katrina a los gases de efecto invernadero, nadie duda de que fue un punto de inflexión clave para el debate dentro del país y el principio del fin de la política del avestruz de Bush.

El nuevo presidente se ha comprometido a reducir en los próximos 42 años las emisiones de CO2 en un 80% frente a los niveles de 1990. Defiende un sistema de cap and trade (cupos sobre emisiones de CO2 y comercio de derechos de emisión), aunque sus asesores quieren diseñar un mercado más eficiente que el criticado sistema europeo. Obama pretende gastar en los próximos diez años 150.000 millones de dólares (unos 113.000 millones de euros) en el desarrollo de energías renovables y en crear cinco millones de puestos de trabajo de cuello verde. El reto climático –sostuvo durante la campaña– facilitará una nueva fase de innovación tecnológica equiparable a la llamada nueva economía de Internet de los 90, que los nuevos centros de nanotecnología de Silicon Valley estarían perfectamente situados para rentabilizar.

Todo esto sonaba de maravilla durante una campaña electoral que se basaba en el cambio en su sentido más etéreo. Pero, desde el otoño y tras el colapso del sistema financiero, todo ha cambiado en la economía mundial. Ante lo que organismos como el FMI (nada dado al tremendismo) califican como la recesión más grave desde la Gran Depresión, hay quienes dentro y fuera de la nueva Administración se preguntan si el cambio climático es, en realidad, un asunto prioritario. “Esto pasará factura en empleo y competitividad perdidos”, protestó The Wall Street Journal un mes después de las elecciones. “La idea del empleo de cuello verde es un mito”, sentenció. Y no eran solamente los conservadores a ultranza de la página editorial los que se quejaban. Larry Summers, ex secretario del Tesoro de Bill Clinton y nuevo gurú del equipo económico de Obama, teme que estas medidas elevarán el coste energético, destruirán empleo y agravarán la recesión, según analistas consultados en Washington. Summers y el director de la oficina presupuestaria de la Casa Blanca, Peter Orszag, prefieren una iniciativa que Obama ha descartado como suicidio electoral: un impuesto directo sobre la gasolina. En Detroit, el greening (la ecologización de la industria del automóvil y las propuestas para endurecer los requisitos por emisiones de gases en nuevos coches) parece un lujo, dado el peligro inminente de quiebra de gigantes como General Motors, con la posible destrucción de dos millones de empleos indirectos y directos. Tampoco ha ayudado a la causa la caída libre del precio de la gasolina que, más que temores por el futuro del planeta, había llegado a poner en entredicho el estilo de vida de suburbia: enormes mansiones y gigantescos todoterrenos chupagasolinas, que son las señas de identidad de la clase media estadounidense.

Pero hay señales de que Obama cree que la lucha contra el cambio climático, lejos de estar reñida con políticas de reactivación económica, puede ser la clave de la recuperación. A mediados de enero, esbozó un Plan de Recuperación y Reinversión que “no será un programa de obras públicas como los demás, ya que reconoce la paradoja y la promesa del momento”, explicó en un discurso durante el cual se comprometió a duplicar la producción de energías alternativas en tres años, así como a modernizar el 75% de los edificios federales y a mejorar la eficiencia energética de dos millones de hogares. Una de las ventajas de enfocar el programa de obras públicas hacia actividades relacionadas con la prevención del cambio climático es que “la construcción de placas solares, de parques eólicos, coches y edificios de bajo consumo de combustible y nuevas (…) no pueden ser deslocalizada y exportada a otros países”. Incluso los científicos más preocupados por el deterioro del planeta se muestran optimistas respecto al “cambio radical de política con Obama”, explicó en una entrevista con Foreign Policy el climatólogo Joseph Romm, autor de Hell and High Water.

 

‘NEW DEAL VERDE’

Recurso alternativo: maíz para la fabricación de etanol en Dakota del Sur, uno de los Estados del llamado cinturón del maíz.

Obama no ha usado el término, pero su apuesta por crear más empleo y, “de paso, crear un planeta más seguro” está en sintonía con los economistas medioambientales –entre ellos, los de Naciones Unidas– que defienden el llamado “new deal verde”. “Roosevelt construyó presas, puentes y carreteras. Obama podría equipar miles de viviendas con sistemas de ahorro y con fuentes de energía renovable”, dice Bracken Hendricks, del think tank Centro de Progreso Americano, cuyo fundador, John Podesta, es el principal asesor estratégico del nuevo inquilino de la Casa Blanca.

Hendricks propone una serie de proyectos shovel ready (listos para ponerse en marcha) para aumentar el ahorro energético en viviendas que pasan por construir barrios de bajas emisiones. “Hay voces que dicen que Obama debería archivar las medidas medioambientales y dedicarse a reactivar la economía, pero es justo lo contrario: ésta es una oportunidad única para una recuperación verde”, ha dicho. Asimismo, Obama ha nombrado figuras estrechamente identificadas con el consenso científico. El nuevo secretario de Energía, Stephen Chu, premio Nobel de Física y que dirige el laboratorio Lawrence Brown en California, apoya subidas del impuesto sobre gasolina hasta parámetros europeos, tres veces más altos que en EE UU. Carol Browner, responsable en materia energética –equivalente a Summers en política económica– y ex directora de la Agencia de Protección Medioambiental, se opone a toda nueva exploración petrolífera en suelo estadounidense.

John Holdren, procedente de Harvard y asesor científico, es otro empedernido luchador contra el cambio climático. Hasta Rahm Emmanuel, el nuevo jefe de Gabinete de Obama, pragmático y más preocupado habitualmente por los sondeos en Ohio que por el futuro del planeta, ha dado alguna señal de que la Administración está dispuesta a matar dos pájaros, la crisis del clima y la económica, de un solo tiro: “Jamás hay que desaprovechar una crisis”, ha insistido. Joseph Romm minimiza las divisiones en el Gobierno. “Los economistas, como Summers, nunca acaban de entender el precio de la inacción y se basan en modelos insuficientes, pero está claro que si Obama no quisiera adoptar medidas radicales para combatir el cambio climático no habría elegido un equipo con Chu, Holdren y Brumner”, ha dicho. Romm cree que Obama incluso tomará medidas para prevenir la construcción de centrales de carbón, pese a las presiones del poderoso lobby que ha buscado su apoyo para desarrollar tecnologías limpias. “Obama sabe que quedan 10 años para la posibilidad de almacenar CO2 en plantas de carbón”, dice. Chu asegura que “el carbón es mi peor pesadilla”.

Un nuevo new deal verde tiene aún más resonancia en vista de la crisis medioambiental que sufren grandes zonas de EE UU. La revista Science advirtió el año pasado que, de mantenerse la tendencia al alza de las temperaturas, el Oeste del país, desde Kansas hasta California, sufriría una sequía comparable a la que empobreció a la población agrícola de la América profunda e inspiró la novela Las uvas de la ira, de John Steinbeck. El doble reto de estimular la economía y, a la vez, prevenir una catástrofe climática resulta aún más acuciante que el de Roosevelt en los 30. “Roosevelt construyó presas y puentes, pero Obama tiene que hacer algo mucho más radical”, dice Colin Hines, autor británico de un informe llamado “new deal verde”. Las medidas propuestas por el Centro de Progreso Americano para tener un impacto inmediato sobre el empleo, incluyen, entre otras: equipar un millón de viviendas con sistemas de ahorro energético, construir casas de protección social en urbanizaciones sostenibles, formar a cientos de miles de trabajadores para instalar energías renovables, levantar miles de escuelas verdes, modernizar la red eléctrica y subvencionar el transporte público. Con el ejemplo del Conservation Corps (Cuerpo de Conservación), creado por Roosevelt en 1933, que contrató a tres millones de desempleados para obras de reforestación y construcción, Hendricks propone “cuerpos de energías limpias” para crear hogares más sostenibles. Robert Reich, ex secretario de Trabajo de Clinton, que ahora asesora a Obama, propone “crear cuerpos de trabajo verde para instalar calefacción, luz, sistemas de refrigeración más eficientes y renovables, instalación de placas solares y sistemas fotovoltaicos y mejoras de reciclaje”, según afirma en su blog.

Romm hasta cree que Obama puede aprovechar el fallo del Tribunal Supremo de que las emisiones de CO2 violan la Ley de Aire Limpio de 1990 que prohíbe la contaminación atmosférica, algo que Bush intentó prevenir con decretos de última hora.
Las preocupaciones por el impacto de una apuesta verde sobre la competitividad de las empresas estadounidenses pueden ser exageradas, sostiene Keith Johnson en su blog Environmental Capital, ya que todos los países competidores de Washington también han adoptado medidas destinadas a combinar reactivación económica con la reducción de emisiones. Por ejemplo, Corea del Sur anunció en enero un plan de conservación energética, reducción de emisiones, reciclaje y reforestación destinado a crear casi un millón de empleos, que el primer ministro, Han Seung-soo, calificó como el new deal verde coreano. Japón y la Unión Europea van por el mismo camino y, si EE UU se incorpora al grupo, China probablemente seguirá.

EE UU, más que ningún otro país –quizá con la excepción de los Estados del golfo Pérsico–, depende del crudo barato y de la industria del automóvil

El futuro de Detroit será la primera prueba de la capacidad de Obama para combinar la ecología y la economía. Tiene que reconciliar el doble objetivo de salvar las tres grandes (General Motors, Ford y Chrysler), al tiempo que crea un nuevo marco regulador que acelere la transición hacia una era posgasolina, con coches híbridos, eléctricos y, más adelante, de hidrógeno. Lo primero que debe decidir es si quiere adoptar tal cual la legislación aprobada por el Congreso en 2007 que exige un aumento del 30% de eficiencia medida en kilómetros por litro. Esto se compensaría con ayudas por valor de 25.000 millones de dólares para acelerar el recambio a coches de bajo consumo, pero para empresas como General Motors, que había basado su estrategia en mastodónticos todoterrenos, el cambio será difícil. “Es mejor dejar que GM quiebre que permitir que siga el status quo”, ha dicho Walter McManus, de la Universidad de Michigan, crítico acérrimo de la falta de conciencia energética de Detroit. Pero GM parece haber aprendido la lección: su Chevrolet Volt es uno de los coches eléctricos más avanzados. Encontrar un término medio para afrontar ambas crisis requerirá todo el pragmatismo que ha caracterizado hasta ahora a Obama. “Si se fabrican de verdad coches eficientes que reducen contaminación, las tres grandes pueden recuperar cuota de mercado y proteger empleos estadounidenses”, dice Phyllis Cuttino, del Grupo de medio ambiente de Pew.

El problema de fondo es que Estados Unidos, más que ningún otro país del mundo, quizá con la excepción de los Estados del golfo Pérsico, depende del crudo barato y del poder de las industrias del automóvil y del petróleo. “Para combatir el problema de emisiones habría que transformar físicamente nuestras ciudades, parar la expansión suburbana y fomentar el uso de coches pequeños y del transporte público, como en Europa”, dice Brian Ketchum, ingeniero que trabajó para el Ayuntamiento de Nueva York durante la crisis energética de los 70. “Pero esto requiere 20 años y Obama sólo tiene cuatro, o quizás ocho”.

Mientras Obama lidia con Detroit, Exxon ha disparado un tiro de advertencia al ningunear la propuesta de duplicar la producción de energías renovables. “Seamos realistas. Si incluyes biocombustibles que ya están en niveles máximos, para duplicar tendrías que usar ecología de conversión de celulosa que no existe aún y, en cuanto al viento, no existe la capacidad manufacturera para construir parques eólicos”, ha afirmado Rex Tillerson, presidente de la petrolera tejana. Son argumentos muy pertinentes. Pero el primer indicio de que el new deal verde de Obama va por el buen camino es que levante ampollas en el consejo de petroleras como Exxon.