Los reformistas coptos de Egipto se han sumado a la oposición
en su denuncia del férreo régimen de Mubarak. A medida que engrosan las filas
de los críticos, también arrecian las demandas de evolución en el seno de su
Iglesia. Varios grupos moderados pugnan con el obispo Máximos por guiar un proceso
que termine con el patriarcado de Shenuda III.

Al sureste de El Cairo se eleva la imponente planicie rocosa del Muqatam.
Escenario en el pasado de cruentas batallas y misteriosos asesinatos, en la
actualidad alberga en su cima algunas de las mansiones más rutilantes de Egipto
mientras oculta en su seno el mayor y más poblado basurero de África. Allí,
cercado por un océano de desechos en el que juegan niños descalzos, ha levantado
su iglesia el autoproclamado obispo copto Máximos I, instigador de un cisma
que ha sacudido durante el último año los cimientos de la anquilosada Iglesia
ortodoxa egipcia y ha alentado un movimiento de reforma paralelo al que agita
la autocracia del presidente Hosni Mubarak.

Máximos, un religioso lúcido y rebelde, se separó
de la corriente principal copta hace casi un lustro.
Con mucho ruido pero apenas repercusión fuera de la
cristiandad de este país africano, lanzó un desafío a la
autoridad del actual patriarca de Alejandría, Shenuda
III, y sobre todo a la curia que controla las cuestiones
terrenales, a la que acusó de dirigir la Iglesia con mano
de hierro. Su mensaje de reforma caló en las comunidades coptas dispersas por el mundo –en especial en
EE UU– y los fondos comenzaron a fluir hacia el templo
del Muqatam, que hubo de ser ampliado.

En abril de 2006, su reto saltó las estrictas murallas
de la Iglesia copta y rodó como un barril de pólvora
por el agitado teatro de la transición egipcia. Dos
años atrás, la oposición laica del país había logrado
cortar parte del cordón que ahogaba sus gargantas
y salió a la calle para exigir la apertura del régimen
policial de Hosni Mubarak. Parecía la señal esperada.
Animados por ese inesperado clima de lucha
social y disidencia política, el indómito obispo y su
rebaño consideraron que había llegado también el
momento de descabezar otra tiranía, la eclesiástica.
Muchos coptos se sumaron entonces a Kifaya (Basta),
ese movimiento de protesta y reforma. Una vez allí,
sólo había que esperar a que la semilla madurase para
emprender una nueva batalla.

A lo largo de la historia, los coptos han sufrido diferentes tipos de dominación.
En la actualidad, son una minoría consentida dentro de la República Árabe de
Egipto. Según el último censo divulgado por las autoridades locales, suponen
algo más del 10% de los cerca de ochenta millones de habitantes del país. Cuentan
los textos sagrados que el cristianismo se extendió en el norte de Egipto durante
los tiempos apostólicos gracias a la prédica de san Marcos, quien habría sido
martirizado en el año 63 en una zona del delta del Nilo próxima a la ciudad
egipcia de Alejandría. Defensores del monofisismo [que negaba que Jesucristo
tuviera una naturaleza humana y otra divina], desde el año 451 forman parte
del grupo de iglesias escindidas y calificadas de herejes en el Concilio de
Caledonia, en el que los coptos defendieron, frente a los nestorianos, la naturaleza
única de Cristo.

Doscientos años después, las tropas islámicas invadieron
el valle del Nilo para regocijo de los coptos, que
les abrieron las puertas del país. La presión de la Iglesia
calcedoniana era asfixiante, y la llegada de los
musulmanes se sentía como una liberación. Sin embargo,
una vez consolidado su dominio, comenzó la discriminación.
La persecución más devastadora tuvo
lugar al frisar el siglo XI por orden del califa fatimí Al
Hakim, quien trató de erradicar el cristianismo en
Oriente Medio antes de ser asesinado en el Muqatam.

La Iglesia copta tiene una estructura patriarcal
sostenida en el monacato. Su máxima autoridad disfruta
del pomposo título de “su santidad el Papa de
Alejandría y todo Egipto, de Nubia, Etiopía y la Pentápolis
y Patriarca de todo el país evangelizado por san
Marcos”. Es elegido por los obispos y delegados laicos
de la nación, cuyo número actual, incluyendo a los
que proceden de las congregaciones coptas ubicadas
en países como Estados Unidos, Reino Unido, Canadá
y Australia, asciende a 800. La fórmula de elección
es peculiar. Un niño, que simboliza la mano de Dios,
elige al azar una de las tres papeletas que representan
a los monjes egipcios y mayores de 40 años seleccionados.
El afortunado, una vez proclamado Patriarca,
recibe la imposición de manos de los obispos presentes
y es reconocido por el presidente de la República.

Desde 1971 el Papa es Shenuda III. Sus 35 años
de magisterio se han caracterizado por una doble vertiente:
reconocido en el exterior por sus esfuerzos en
pro del entendimiento y el diálogo religioso, es tachado
de retrógrado y tirano por un amplio sector de su
comunidad. En los dos últimos años, coincidiendo
con su enfermedad y aprovechando el conato de
apertura y el movimiento de oposición y protesta
social contra el férreo régimen de Mubarak, han
arreciado las demandas de evolución y reforma de
una Iglesia anclada en el pasado, en la que el Papa
es una figura intocable, cuasi divina.

“Los coptos egipcios somos doblemente desgraciados. Sufrimos una doble dictadura,
política y religiosa”, asegura un monje disidente, que prefiere identificarse
sólo como uno de los acólitos de Máximos. En cualquier caso, el venerado obispo
“no ha inventado nada”. “La lucha por la reforma en la Iglesia copta se remonta
al inicio de este siglo, y ha sido fomentada y desarrollada por intelectuales
de talla que recriminan a Shenuda que se haya involucrado demasiado en cuestiones
políticas”, opina el periodista holandés Kees Huslman, especializado en este
tema.

Sí, quizá puede que se haya valido de la presión que han ejercido EE UU y Occidente
sobre el Gobierno de Mubarak para que abra la mano, lo que ha desembocado en
este clima de revuelo que impregna el país. Los coptos estamos cansados de los
métodos expeditivos de la curia que envuelve a Shenuda III”, tercia un contertulio
que prefiere permanecer en el anonimato. “El problema radica en que, desde su
elección, el actual Papa se ha dedicado a socavar el poder de los seglares hasta
monopolizar la responsabilidad tanto de los asuntos mundanos como religiosos”,
aclara. La batalla sobre los límites de la jurisdicción de los seglares y los
religiosos coptos se libra desde el siglo XIX. En 1874 una pequeña e inusual
reforma permitió la creación del denominado majlis al millis, una especie
de consejo constituido por 22 notables “piadosos e instruidos” y dos sacerdotes,
que se ocupa de cuestiones relacionadas con la Iglesia y la comunidad de fieles
tales como la administración de bienes, los asuntos canónicos o el control del
patrimonio. Las materias religiosas y teológicas quedaron como competencia exclusiva
del santo sínodo de obispos. Desde entonces, ambas instituciones pelean, con
el único objetivo de ampliar su influencia. Con Shenuda III, la batalla se ha
decantado del lado de los religiosos.

PANCARTAS CONTRA EL PATRIARCA

Bicefalia de facto: en
el sentido de las agujas del reloj, Gamal Mubarak, hijo del presidente,
saluda al papa Shenuda III; el obispo Máximos dirige la oración en un
templo de El Cairo; y un grupo de obispos asiste a la ceremonia que conmemoró
los 35 años del actual Patriarca al frente de la Iglesia copta.

El actual Papa logró concentrar los poderes en su persona
con una decidida y astuta política de promoción de lealtades en el majlis
al millis
, apoyada por el régimen, que ha devenido en una camarilla fiel
y servil, similar a la que ha permitido a Mubarak controlar el país durante
el último cuarto de siglo. Esta política es la matriz de un descontento que
se ha agravado con algunas otras polémicas decisiones adoptadas por Shenuda
III, en las que han pesado más exigencias estrictamente políticas que razones
religiosas. Este malestar ha sido canalizado en los últimos meses por el escritor
cristiano egipcio Kamal Zahir Musa y un grupo de intelectuales, fundadores de
la asociación Los Hijos de Jesucristo, que le recriminan en especial su “excesiva
cercanía al poder político”. En su opinión, esta actitud amenaza los intereses
de la propia cristiandad egipcia. Alentados por la situación que vive el país,
Musa –amenazado con la excomunión– y el grupo dieron un paso al frente el 14
de noviembre de 2006 al convocar un congreso sobre la reforma de la Iglesia
copta. Ese día, Shenuda III celebraba su 35º aniversario al frente del patriarcado.
El lugar también fue significativo. Los defensores del cambio se congregaron
en la sede donde hace años el afamado pensador islámico moderado Farag Fuda,
asesinado en 1992 por extremistas musulmanes, fundó la Sociedad Ilustrada Egipcia,
una de las pocas organizaciones que ha batallado por la igualdad de derechos
para los coptos. A la conferencia, que las autoridades no pudieron impedir,
asistieron figuras destacadas del reformismo moderado copto como Kamal Bulus,
vecino y defensor del padre Ibrahim Abdel Sayed, a quien el Papa prohibió celebrar
misa y que se ha convertido en el parangón de las víctimas de los desmanes de
Shenuda III. A la muerte del religioso, el Patriarca prohibió que se rezara
sobre su tumba, castigo reservado sólo a quienes se suicidan o niegan a Dios.
Asimismo, es relevante el apoyo que los congregados recibieron de George Habib
Bibawi, excomulgado por el Papa en los 80 por denunciar su implicación política
y acusarle de causar conflictos con el Estado y la sociedad musulmana. Bibawi
dirige ahora uno de los principales centros de pensamiento copto en EE UU, desde
donde ha publicado un polémico libro a favor de la reforma, aunque se ha desmarcado
de Máximos.

Durante el congreso, el centro de las críticas no fue Shenuda III, que ya casi
octogenario y enfermo pasa largas temporadas de hospital en hospital en Estados
Unidos y Alemania, sino su mano derecha, el obispo Bishoy. Al prelado se le
achaca una mayor dureza y radicalidad que al anciano Papa. Los reformistas moderados
critican su falta de transparencia en las cuentas de la Iglesia, que promocione
a obispos por fidelidad –y no por otros méritos– y su intento de
sacar beneficio de los esporádicos enfrentamientos
violentos entre coptos y musulmanes en Egipto.

Pese a que Shenuda III ha sido un adalid de la integración y la tolerancia,
los incidentes sangrientos se han repetido a lo largo de su patriarcado. En
1972 organizó una protesta por la prohibición de construir un templo, que fue
entendida como un desafío por el entonces presidente Anuar al Sadat. Las relaciones
entre ambos se deterioraron en 1980, después de que el Patriarca anulara las
ceremonias oficiales en todas las iglesias y vetara la presencia de representantes
gubernamentales. Un año después, pocos meses antes de que le asesinaran, Sadat
revocó el decreto presidencial del nombramiento del Papa, ordenó su confinamiento
en un monasterio y mandó designar a cinco obispos para dirigir la comunidad.
Las relaciones con su sucesor han sido mejores: Mubarak restituyó la autoridad
a Shenuda III en 1985 y emprendió una relación con más claros que oscuros, aunque
no exenta de incidentes (el más grave en 2000, cuando 21 personas, en su mayoría
coptos, murieron en reyertas callejeras).

Máximos, un religioso lúcido
y rebelde, lanzó un desafío a la autoridad del patriarca de Alejandría,
Shenuda III, y al resto de la curia copta

“Los reformistas moderados también huyen del
obispo Máximos”, explica una periodista y traductora
copta que no quiere ser citada por su nombre. “En
su opinión, su radicalismo es similar, y pese a que
puedan compartir con él algunas reformas, le censuran
que trate de sacar partido del enfrentamiento
interconfesional”, añade. Un conflicto de estas características
fue la excusa utilizada por Máximos en junio
pasado para hacer internacionalmente público su
cisma. Apenas dos meses antes, un brote de violencia
interreligiosa causó la muerte a dos personas en Alejandría,
por un motivo aparentemente baladí: la difusión
de un vídeo que enervó a los musulmanes. Días
después de aquellos disturbios, “un desequilibradomental” irrumpió en una iglesia y asesinó a puñaladas
a un cristiano. La comunidad copta se manifestó 24
horas después, movilización que culminó con enfrentamientos
entre coptos, mahometanos y policías, en los
que murió un musulmán, decenas de personas resultaron
heridas y un centenar fueron detenidas.

El 2 de junio, el disidente Máximos escenificó su ruptura definitiva. En una
entrevista en el diario Al Masir al Yaum, acusó a Shenuda III de ser
“el peor Papa de la historia”, dijo haber perdido la esperanza en la reforma
interna y se autoproclamó Patriarca de una nueva Iglesia. Además, anunció que
había solicitado permiso a las autoridades para construir templos afines en
cada una de las ciudades del país. Su desafío desató la tensión entre la Iglesia
copta y el régimen, pero también entre Egipto y diversos grupos de presión en
EE UU. Máximos había viajado previamente a este país, donde concitó el apoyo
de varias comunidades de fieles. Allí habría sido consagrado obispo, título
que le da derecho a oficiar misas, comuniones e incluso matrimonios entre coptos
divorciados y religiosos, algo que proscribe la Iglesia tradicional egipcia.
Desde entonces, busca el reconocimiento oficial de su comunidad. Algunos detractores
le han acusado de atentar contra la seguridad del país y recibir apoyo del Gobierno
de Estados Unidos, empeñado en que El Cairo ejemplarice el camino hacia la democracia.

Existe, además, un elemento económico importante que enreda la madeja. Pese
a que son una minoría, los coptos disfrutan de un acomodado estatus. Clanes
como el del ex secretario general de la ONU, Boutros Boutros-Ghali, tienen una
acusada influencia política. “La sociedad egipcia tuvo su despertar con la aparición
de la plataforma reformista Kifaya; algunos coptos quieren aprovechar el momento
para que la reforma también llegue a su propia Iglesia”, apostilla un miembro
de Los Hijos de Jesucristo.

 

¿Algo más?
La historia de los coptos aparece en numerosas
webs y libros de historia de la Iglesia. Los más detallados y recomendables
son The Story of the Copts, de la escritora
egipcia Iris Habib al Masri, accesible en www.copticchurch.org,
y los dos primeros libros de Otto Meinardus, profesor de Filosofía
en la Universidad de El Cairo, Christian Egypt: Ancient
and Modern y Christian Egypt: Faith and Life
, publicados
por la Universidad Americana de El Cairo en 1965 y 1970, respectivamente,
que fueron best sellers. Sobre la historia de la Sagrada Familia
en Egipto, destaca el trabajo del profesor y periodista Kees Hulsman
Be Thou There, publicado también por esta
universidad cairota en 2001. Para conocer la situación actual en
Egipto es recomendable consultar la página www.cawu.org,
del Centro para el Entendimiento entre el Mundo Árabe y Occidente,
un buen punto de partida, ya que ofrece un amplio número de vínculos
con webs coptas, tanto católicas como ortodoxas.