Imarat Yacoubian
(El edificio Yacoubian)

Alaa Al Aswani
348 págs., Mirit lil-Nashr wa-al-Malumat, 2002, El Cairo (Egipto)Niran Sadiqah (Fuego amigo)
Alaa Al Aswani
210 págs., Dar Mirit, 2004,
El Cairo (Egipto)

Descubrí a Alaa Al Aswani mientras estuve recluido en prisión
acusado de mancillar la reputación de Egipto. A través de él
abandoné mi celda y me transporté a Imarat
Yacoubian
, un microcosmos
de la sociedad egipcia sorprendente y ameno que desencadenó debates
tanto entre las élites urbanas como entre los lectores corrientes al
publicarse en 2002. Apenas la dirección de la Granja Penal de Tora dio
el visto bueno a la novela, se corrió la voz de lo buena que era entre
el personal de menor rango, que se apresuró a solicitarla en cuanto
la terminé. Mis compañeros reclusos del pabellón 6 fueron
los siguientes en pedirla. Los presos y los celadores se juntaban para hablar
sobre el libro hasta bien entrada la madrugada, olvidando por un instante su
condición de captores y cautivos. El Yacoubian (que existe) es un viejo
edificio residencial de varias plantas y estilo europeo en el centro de El
Cairo. Como narra Al Aswani, las vidas de sus habitantes reflejan los tumultuosos
acontecimientos del siglo pasado, desde la Segunda Guerra Mundial hasta la
primera guerra del Golfo y el aumento de la militancia islámica. Con
una prosa elegante, la novela toca distintas fibras sensibles en su repaso
a la corrupción y al fanatismo religioso, dos de las facetas más
terribles de la vida egipcia contemporánea. Por ejemplo, la ausencia
de justicia social se pone de manifiesto con el cuento de Taha, el hijo inteligente
y ambicioso del portero que aspira a convertirse en policía. El hecho
de que no le admitan en la academia por su origen le lleva a encontrar consuelo
en un grupo de apoyo de carácter religioso en el que todos sus miembros
son "iguales" ante Dios. Sin embargo, la que parece una asociación
apolítica no tarda en convertirse en una organización islámica
militante. Taha es detenido y torturado brutalmente, y, como suprema humillación,
es violado por un agente de seguridad. En un pasaje que reproduce la decisiva
transformación de Taha en una abominable máquina de matar, Al
Aswani escribe: "Se le oyó decir: ‘Si me hubieran detenido
en Israel, los israelíes no me hubieran hecho lo que me hicieron mis
compatriotas egipcios. He jurado a Dios que les encontraré y me vengaré de
ellos, uno a uno".

Los personajes están
exhaustos, arruinados, deprimidos o se declaran en rebeldía contra
sistemas políticos que parecen haberles tratado como a cobayas

En el extremo opuesto de la escala social se encuentra Zaki Dessouky. Gran
parte de la fortuna que heredó fue nacionalizada en la revolución
de Nasser, pero retuvo la suficiente para mantener su estilo de vida burgués.
Soltero empedernido, a sus 60 años consigue atraer a mujeres jóvenes
y de mediana edad de todas las extracciones sociales.

Una de ellas es Buthayna, una chica de escasos recursos que ha aprendido a
sobrevivir gracias a la seducción, y que se pregunta por qué la
vida en Egipto se ha deteriorado tanto en los últimos años. Zaki
le explica: "La razón es la ausencia de democracia. Si de verdad
tuviéramos un sistema democrático, Egipto sería una gran
potencia".

Ningún otro escritor egipcio o árabe que haya tratado esta temática
ha quebrado de forma tan atrevida el estancamiento literario de los últimos
50 años, salvo, quizá, Naguib Mahfuz, el premio Nobel que escribió la
Trilogía de El Cairo en los 50. La acción de esa obra transcurre
en una antigua ciudad islámica medieval con sus calles estrechas, sus
ensanches y sus laberínticos callejones; sus personajes se debaten entre
una forma de vida tradicional y otra moderna.

La obra de Al Aswani transcurre en El Cairo moderno, y sus personajes han
logrado abandonar la sociedad tradicional egipcia. Pero tras décadas
de lucha están exhaustos, arruinados, deprimidos o se declaran en rebeldía
como consecuencia de ideologías contrapuestas y sistemas políticos
que parecen haberles tratado como cobayas.

Dos años más tarde, leí su recopilación de historias
cortas Fuego amigo. Por entonces, 27 de mis colegas de investigación
del centro Ibn Jaldún y yo habíamos sido absueltos de los cargos
de los que nos acusaba el régimen de Hosni Mubarak. Aunque tan agudo
como Imarat Yacoubian, este último libro no me resultó ni mucho
menos tan sorprendente, posiblemente porque no lo leí bajo la misma
presión.

Fuego amigo es una expresión que se oyó mucho durante la guerra
iniciada por EE UU en Irak y refleja el hilo conductor de su contenido: buena
parte del dolor y el daño infligidos a los personajes es provocado por
los parientes más cercanos, amigos, vecinos y colegas.

Buena parte del dolor y
el daño
infligidos
a los personajes de ‘Fuego amigo’ es provocado por
los parientes más cercanos, amigos, vecinos y colegas

La primera historia nos presenta a Dawakhly, un escolar de buen corazón
cuya obesidad le hace blanco de las burlas de sus compañeros de clase.
En otro cuento encontramos a Issam, un insignificante funcionario de mediana
edad. Aunque es un hombre culto, su vida de soltero no le conduce a ninguna
parte. Su error fatal es su naturaleza excesivamente crítica. Hasta
la hermosa y suave piel de su novia, examinada de cerca, posee para él
arrugas y manchas. Esta toma de conciencia de lo absurdo de la condición
humana le lleva a sustraerse de una realidad en la que sólo alberga
desprecio por su nación, sus compatriotas, su religión, su familia
y sus amigos.

Opta voluntariamente por la soledad, renunciando en último término
a la vida y descendiendo a los infiernos de la locura y, prácticamente,
de la muerte. Las salvas de Fuego amigo son una alegoría del estancamiento
social de Egipto. Ni la buena voluntad ni el trabajo duro de los egipcios de
a pie es suficiente para ver cumplidos ni siquiera sus sueños más
banales.

Los egipcios se lamentan de su falta de libertad, ansían lograr una
sociedad abierta, temen la militancia islámica y rechazan la hegemonía
estadounidense. Sin embargo, el Egipto oficial se proclama auténtico
defensor del islam, aliado estratégico de EE UU y adalid de la democracia.

Pocos egipcios, si es que hay alguno, se creen estas proclamaciones, y, lo
que es peor, la hipocresía es una carga demasiado pesada para sus esperanzas
de progreso.

La tortura del presente egipcio.
Saad Eddin Ibrahim

Imarat Yacoubian
(El edificio Yacoubian)

Alaa Al Aswani
348 págs., Mirit lil-Nashr wa-al-Malumat, 2002, El Cairo (Egipto)Niran Sadiqah (Fuego amigo)
Alaa Al Aswani
210 págs., Dar Mirit, 2004,
El Cairo (Egipto)

Descubrí a Alaa Al Aswani mientras estuve recluido en prisión
acusado de mancillar la reputación de Egipto. A través de él
abandoné mi celda y me transporté a Imarat
Yacoubian
, un microcosmos
de la sociedad egipcia sorprendente y ameno que desencadenó debates
tanto entre las élites urbanas como entre los lectores corrientes al
publicarse en 2002. Apenas la dirección de la Granja Penal de Tora dio
el visto bueno a la novela, se corrió la voz de lo buena que era entre
el personal de menor rango, que se apresuró a solicitarla en cuanto
la terminé. Mis compañeros reclusos del pabellón 6 fueron
los siguientes en pedirla. Los presos y los celadores se juntaban para hablar
sobre el libro hasta bien entrada la madrugada, olvidando por un instante su
condición de captores y cautivos. El Yacoubian (que existe) es un viejo
edificio residencial de varias plantas y estilo europeo en el centro de El
Cairo. Como narra Al Aswani, las vidas de sus habitantes reflejan los tumultuosos
acontecimientos del siglo pasado, desde la Segunda Guerra Mundial hasta la
primera guerra del Golfo y el aumento de la militancia islámica. Con
una prosa elegante, la novela toca distintas fibras sensibles en su repaso
a la corrupción y al fanatismo religioso, dos de las facetas más
terribles de la vida egipcia contemporánea. Por ejemplo, la ausencia
de justicia social se pone de manifiesto con el cuento de Taha, el hijo inteligente
y ambicioso del portero que aspira a convertirse en policía. El hecho
de que no le admitan en la academia por su origen le lleva a encontrar consuelo
en un grupo de apoyo de carácter religioso en el que todos sus miembros
son "iguales" ante Dios. Sin embargo, la que parece una asociación
apolítica no tarda en convertirse en una organización islámica
militante. Taha es detenido y torturado brutalmente, y, como suprema humillación,
es violado por un agente de seguridad. En un pasaje que reproduce la decisiva
transformación de Taha en una abominable máquina de matar, Al
Aswani escribe: "Se le oyó decir: ‘Si me hubieran detenido
en Israel, los israelíes no me hubieran hecho lo que me hicieron mis
compatriotas egipcios. He jurado a Dios que les encontraré y me vengaré de
ellos, uno a uno".

Los personajes están
exhaustos, arruinados, deprimidos o se declaran en rebeldía contra
sistemas políticos que parecen haberles tratado como a cobayas

En el extremo opuesto de la escala social se encuentra Zaki Dessouky. Gran
parte de la fortuna que heredó fue nacionalizada en la revolución
de Nasser, pero retuvo la suficiente para mantener su estilo de vida burgués.
Soltero empedernido, a sus 60 años consigue atraer a mujeres jóvenes
y de mediana edad de todas las extracciones sociales.

Una de ellas es Buthayna, una chica de escasos recursos que ha aprendido a
sobrevivir gracias a la seducción, y que se pregunta por qué la
vida en Egipto se ha deteriorado tanto en los últimos años. Zaki
le explica: "La razón es la ausencia de democracia. Si de verdad
tuviéramos un sistema democrático, Egipto sería una gran
potencia".

Ningún otro escritor egipcio o árabe que haya tratado esta temática
ha quebrado de forma tan atrevida el estancamiento literario de los últimos
50 años, salvo, quizá, Naguib Mahfuz, el premio Nobel que escribió la
Trilogía de El Cairo en los 50. La acción de esa obra transcurre
en una antigua ciudad islámica medieval con sus calles estrechas, sus
ensanches y sus laberínticos callejones; sus personajes se debaten entre
una forma de vida tradicional y otra moderna.

La obra de Al Aswani transcurre en El Cairo moderno, y sus personajes han
logrado abandonar la sociedad tradicional egipcia. Pero tras décadas
de lucha están exhaustos, arruinados, deprimidos o se declaran en rebeldía
como consecuencia de ideologías contrapuestas y sistemas políticos
que parecen haberles tratado como cobayas.

Dos años más tarde, leí su recopilación de historias
cortas Fuego amigo. Por entonces, 27 de mis colegas de investigación
del centro Ibn Jaldún y yo habíamos sido absueltos de los cargos
de los que nos acusaba el régimen de Hosni Mubarak. Aunque tan agudo
como Imarat Yacoubian, este último libro no me resultó ni mucho
menos tan sorprendente, posiblemente porque no lo leí bajo la misma
presión.

Fuego amigo es una expresión que se oyó mucho durante la guerra
iniciada por EE UU en Irak y refleja el hilo conductor de su contenido: buena
parte del dolor y el daño infligidos a los personajes es provocado por
los parientes más cercanos, amigos, vecinos y colegas.

Buena parte del dolor y
el daño
infligidos
a los personajes de ‘Fuego amigo’ es provocado por
los parientes más cercanos, amigos, vecinos y colegas

La primera historia nos presenta a Dawakhly, un escolar de buen corazón
cuya obesidad le hace blanco de las burlas de sus compañeros de clase.
En otro cuento encontramos a Issam, un insignificante funcionario de mediana
edad. Aunque es un hombre culto, su vida de soltero no le conduce a ninguna
parte. Su error fatal es su naturaleza excesivamente crítica. Hasta
la hermosa y suave piel de su novia, examinada de cerca, posee para él
arrugas y manchas. Esta toma de conciencia de lo absurdo de la condición
humana le lleva a sustraerse de una realidad en la que sólo alberga
desprecio por su nación, sus compatriotas, su religión, su familia
y sus amigos.

Opta voluntariamente por la soledad, renunciando en último término
a la vida y descendiendo a los infiernos de la locura y, prácticamente,
de la muerte. Las salvas de Fuego amigo son una alegoría del estancamiento
social de Egipto. Ni la buena voluntad ni el trabajo duro de los egipcios de
a pie es suficiente para ver cumplidos ni siquiera sus sueños más
banales.

Los egipcios se lamentan de su falta de libertad, ansían lograr una
sociedad abierta, temen la militancia islámica y rechazan la hegemonía
estadounidense. Sin embargo, el Egipto oficial se proclama auténtico
defensor del islam, aliado estratégico de EE UU y adalid de la democracia.

Pocos egipcios, si es que hay alguno, se creen estas proclamaciones, y, lo
que es peor, la hipocresía es una carga demasiado pesada para sus esperanzas
de progreso.


Saad Eddin Ibrahim es profesor de Sociología Política en la
Universidad Americana de El Cairo, presidente del Consejo del Centro Ibn
Jaldún de Estudios sobre Desarrollo y destacado defensor de la democracia.