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¿Por qué siempre son los mejores y no las mejores los que consiguen puestos de responsabilidad? Las instituciones comunitarias deben apostar de manera más decidida por darles más visibilidad y responsabilidad a las mujeres.

Los hay (y no pocos) que dicen que hablar de esto no tiene sentido; que lo que hay que hacer es seleccionar a los mejores y punto. El problema es que siempre (o casi siempre) son los mejores y no las mejores. La realidad se impone día tras día y los preocupados por estas cuestiones celebramos noticias como que 6 de los 15 asientos del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas están ocupados por mujeres. En un mundo ideal, obviamente no celebraríamos esto; es más, no sería ni noticia. Pero en el que nos toca vivir, las cosas son muy diferentes.

Para acabar con discriminaciones por género en Europa, la antigua Comisaria de Justicia, Viviane Reding, peleó por incluir una cuota del 40% en los niveles directivos de las empresas, una cuota que no existe para las propias instituciones comunitarias y a cuyo porcentaje, por supuesto, no llega ni el Parlamento Europeo, ni la Comisión, ni el propio Consejo Europeo. ¿A qué se debe esta falta de equilibrio de género? ¿No hay mujeres con talento político suficiente que puedan llevar a cabo responsabilidades de gestión?

Es cierto que hay una explicación histórica bien sencilla ante la falta de equilibrio: las mujeres se emanciparon tarde y no lograron romper la barrera de un machismo recalcitrante hasta bien entrado el siglo XX, en el mejor de los casos. En el peor, todavía hoy nos encontramos con represión y subyugación. Pero la explicación histórica ya no nos vale. En pleno 2014, una vez recorrido un largo camino que nos ha traído la consecución de libertades básicas para los ciudadanos, tenemos que apostar por ser mucho más inclusivos y visibilizar y empoderar a la mujer. Es una cuestión simplemente de justicia.

Si nos fijamos en la historia reciente de las instituciones de la UE, vemos un balance ambiguo. Así, la que se acerca más al mínimo de la paridad (al menos un 40% para el género que tenga menor representación) es el Parlamento Europeo. De hecho, ha pasado de tener un 16% de eurodiputadas en 1979 a un 37% tras las elecciones de mayo de este año. De igual forma, la mesa del Parlamento cuenta con hasta 6 vicepresidentas por 8 vicepresidentes, cifras bastante asumibles. En cualquier caso, no todo son buenas noticias, ya que de los 14 presidentes que ha tenido el Parlamento Europeo ha habido solo dos mujeres.

Tras el reciente proceso de composición de la Comisión Europea, a falta de la confirmación de los hearings (exámenes que el Parlamento Europeo realiza a los candidatos a comisario), el resultado es que 9 de los 28 Estados que componen la Unión Europea, menos de un tercio, han elegido a mujeres como sus candidatas. Si nos paramos a analizar la evolución del equilibrio de género de la propia Comisión en los últimos 15 años, el porcentaje ha aumentado ligeramente, pasando de un 25% de comisarias en 1999 a un 32% en 2014, aún lejos de ese 40% que señala la paridad. Pero si lo vemos en términos históricos, teniendo en cuenta que entre 1958 y 1989 no hubo ni una sola mujer en la Comisión, el avance ha sido más que significativo.

El actual presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, mostró desde el primer momento un interés personal en que su Comisión no pecase de desequilibrios de género, y para lograr convencer a unos Estados reticentes, les prometió premios como buenas carteras y vicepresidencias para todos aquellos que presentaran candidatas cualificadas. Si bien es cierto que Juncker no consiguió el objetivo de lograr la paridad en su Comisión -para lo que hubiera necesitado la presencia de al menos dos comisarias más-, abortó un riesgo muy presente de que se redujese el número de comisarias existente en la anterior Comisión Barroso II (recordemos aquí que a falta de solo una semana para elegir a los candidatos a comisarios, únicamente estaba confirmada la presencia de cuatro mujeres).

Las zanahorias (de Juncker), unidas a los palos (de Martin Schulz, presidente del Parlamento Europeo, que se expresaba de la siguiente forma: “I therefore call on each and every one of you: send women to Brussels to become Commissioners. Parliament will not accept a gentlemen’s club”), han puesto de manifiesto una novedad que ha llegado para quedarse en las instituciones comunitarias: la cuestión de género como issue, también en los equilibrios de poder. Mientras se discutía sobre qué país debería tener qué cartera o qué comisario debía enviar cada país, al mismo tiempo se ponía en la balanza la cuestión de los equilibrios ideológicos (izquierda/derecha), los equilibrios geográficos (Norte/Sur; Este/Oeste) y, por vez primera, la de los equilibrios de género (hombre/mujer).

Estos juegos de equilibrio no sólo han sido fundamentales a la hora de impedir un número ridículo de comisarias, sino que también lo han sido a la hora de decidir la conformación de los top jobs que estaban en juego. En este caso, a Juncker (no ha habido una sola mujer que haya presidido la Comisión hasta la fecha) lo han acompañado Donald Tusk como presidente del Consejo Europeo relevando a Van Rompuy, y Federica Mogherini como Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad en sustitución de Catherine Ashton. Es relevante aquí también señalar que en la ecuación siempre se tuvo en cuenta que, al menos, uno de los dos últimos puestos tenía que recaer en una mujer, cuando no en dos (no olvidemos que la ecuación Thorning-Schmidt/Georgieva también estuvo cerca de lograr los cargos que estaban en juego).

Por su parte, el Consejo Europeo, otra de las instituciones comunitarias, ha sido tradicionalmente un “club de hombres” y aunque existe una tendencia a que haya una mayor presencia femenina, lo cierto es que hay países, como España, Francia o Italia donde todavía no ha habido ni una sola mujer en la cabeza del Gobierno. En la actualidad, únicamente en 5 de 28 países comunitarios (Dinamarca, Alemania, Letonia, Lituania y Finlandia) la máxima responsable política es una mujer. Aunque la situación no es idílica, si nos remontamos un poco, vemos como en 2009 Angela Merkel aportaba la única cuota femenina; en 2004, ni eso.

El camino hacia una igualdad real de género está sometido a grandes dificultades y a resistencias durísimas, pero es un camino irreversible, que también se ha de dar en las altas esferas empresariales y políticas. A pesar de que vemos una cierta mejora de la situación en los últimos años, la Comisión y el resto de instituciones comunitarias deben apostar de manera más decidida por darles más visibilidad y responsabilidad a las mujeres. No se puede seguir cometiendo el error de infrautilizar las capacidades del 50% de la población.