Ahora que vuelve a haber más sangre en las calles de Siria, ¿puede presionar Washington lo suficiente para derrocar, por fin, al tirano de Damasco?

 

Al Assad
LOUAI BESHARA/AFP//Getty Images

 

 

Mientras las fuerzas antidisturbios de Bashar al Assad atacan ciudades y pueblos de toda Siria y dejan un número de muertos -centenares- que ha alimentado más aún las llamas de la rebelión, la Administración de Barack Obama está intensificando las medidas para debilitar de manera definitiva el régimen del dictador sirio.

Los detractores de la política del presidente estadounidense, sobre todo los de la derecha, llevan mucho tiempo acusándole de ser demasiado blando con Al Assad. Ahora, Estados Unidos está ya inequívocamente decidido a acabar con él, después de haber perdido la escasa fe que podía tener en la voluntad de reforma del líder sirio. “No tiene legitimidad”, dice un alto funcionario de Washington. “Hemos dejado muy claro que no vemos a Al Assad en el futuro de Siria”.

Para ello, el Gobierno estadounidense está trabajando en estrecha colaboración con sus aliados europeos y Turquía, intentando aumentar la presión sobre un régimen que los analistas, incluidos los del propio Ejecutivo, consideran cada vez más condenado. “Todos los factores que mantienen al régimen en el poder están diluyéndose”, dice el funcionario, que señala el rápido derrumbe de la economía y el empeoramiento de la cohesión dentro del régimen. “Al Assad está presente en todas las decisiones, sin duda, pero cada vez hay más luchas internas”.

Hasta ahora, la revuelta se ha producido sobre todo fuera de la sede del poder: empezó en pequeñas ciudades rurales como Daraa y se ha ido extendiendo a núcleos más grandes como Hama y Homs. Pero, a medida que las manifestaciones se aproximan a los bastiones del régimen, Aleppo y Damasco, el Departamento de Estado estadounidense ve indicios de que varios partidarios de Al Assad, entre los cuales hay cristianos, algunos alauíes y unos cuantos empresarios suníes, están distanciándose poco a poco del poder porque empiezan a considerar que el presidente es un lastre; una opinión que la embajada de EE UU en Damasco trata de cultivar en la trastienda.

Ahora bien, Siria es, en palabras de la asesora de la Casa Blanca Samantha Power, un problema endemoniado, un Estado brutal con una frágil composición de facciones étnicas que se extiende por encima de las divisiones más peligrosas de la región, desde el enfrentamiento entre suníes y chiíes hasta el conflicto árabe-israelí. A diferencia de Libia, Siria es importante en la geopolítica regional, y nadie se hace ilusiones de que Al Assad vaya a caer con facilidad. “Va a ser sangriento, como un descarrilamiento a cámara lenta”, advierte Andrew Tabler, especialista en Siria en el Institute for Near East Policy en Washington.

Los lugares en los que más se ha dejado sentir la furia de Al Assad son Hama, donde su padre mató a miles de personas en los 80, y Deir al Zor, una ciudad en la zona oriental, junto al río Éufrates, que está ya fuera del control del Gobierno. La cifra de muertos sigue ascendiendo y las páginas de los activistas en Facebook muestran docenas de vídeos espantosos en los que se ven los cuerpos de los fallecidos en los ataques, la gran mayoría de ellos en Hama, donde las tropas del Estado han empleado a fondo la artillería. Se dice que algunos fueron aplastados por carros de combate.

“Están haciendo lo único que saben, que es matar»”, dice Shakeeb al Jabri, un activista de la oposición que se encuentra en Beirut.

La comunidad internacional no ha permanecido callada. Obama ha reaccionado rápidamente y con indignación ha calificado los ataques de “horripilantes” y ha prometido aumentar las presiones sobre el régimen de Al Assad y trabajar para lograr una transición democrática. El ministro británico de Exteriores, William Hague, ha pedido que el Consejo de Seguridad de la ONU apruebe una resolución para “condenar esta violencia, exigir la liberación de los presos políticos y reclamar que se satisfagan las reivindicaciones legítimas”. Incluso Rusia ha hablado, por fin, contra su aliado: “El uso de la fuerza contra la población civil de Siria y los organismos del Estado es inadmisible y debe cesar” (no han hecho falta más que unos 2.000 sirios muertos para que los rusos se decidieran a intervenir).

Como el propio Hague reconoció, parece poco probable que haya una resolución del Consejo de Seguridad: Pekín y Moscú se han resistido a todos los intentos de emprender medidas de importancia contra Al Assad y mencionan siempre el precedente de Libia. Estados Unidos ha presionado -de forma agresiva, insiste el Gobierno- para que haya una resolución de condena de la represión, pero topa con la oposición, no sólo de China y Rusia, que tienen poder de veto, sino de varios miembros temporales del Consejo: Brasil, India, Líbano y Sudáfrica. Cualquier intento de llevar a los responsables sirios ante el Tribunal Penal Internacional se encontraría con los mismos obstáculos, porque tendría que ser el Consejo de Seguridad el que los remitiera.

Pero la situación política puede cambiar si, como muchos prevén, el baño de sangre sigue aumentando durante el mes sagrado del Ramadán y el mundo se enfrenta a la perspectiva de cientos o incluso miles de cadáveres más en las calles. “No me cabe duda de que la dinámica de la situación sobre el terreno avergonzará a quienes se oponen a las medidas”, asegura Salman Shaikh, director del Brookings Center de Doha. Shaikh es partidario de que se presione en el Consejo de Seguridad para acusar formalmente a varios dirigentes sirios -que deberían ser cada vez más numerosos- de la matanza. “No sé de qué otra forma vamos a conseguir que esta gente lo comprenda”, explica.

Al Assad podría no caer y convertirse en un paria internacional como Sadam Husein o la junta militar birmana

Shaikh defiende asimismo la creación de un “grupo de contacto” informal de los países interesados -como en el caso de Libia-, con un núcleo compuesto quizá por Estados Unidos, Francia, Qatar y Turquía. Pero los turcos, que son fundamentales porque comparten frontera con Siria y han acogido a miles de refugiados y varias reuniones de la oposición, no acaban aún de decidirse. La declaración que ha hecho el ministro de Exteriores turco exigía al Gobierno sirio que “ponga fin a las operaciones y recurra a los métodos políticos, el diálogo y las iniciativas pacíficas para llegar a una solución”, unas opciones que el movimiento de protesta abandonó de forma explícita hace varias semanas.

La posición de la Unión Europea parece igual de precavida, como corresponde a una institución que actúa por consenso. “La única forma de salir de esta crisis es un diálogo nacional auténticamente integrador, que incluya a la oposición”, ha dicho la responsable de la política exterior de la UE, Catherine Ashton. La Unión ha anunciado nuevas sanciones, la congelación de activos y la prohibición de viajar a cinco nuevos responsables sirios, pero otras medidas más duras que, según Tabler, podrían hacer verdadero daño al régimen -centradas en los ingresos del gas y el petróleo que mantienen a flote al Gobierno sirio-, no están en absoluto sobre la mesa de discusión. Estados Unidos ya está aplicando penas unilaterales contra el Ejecutivo sirio y sus principales figuras, pero se podrían hacer más cosas para cortar sus fuentes de ingresos, dice Tabler.

Los sirios no tienen grandes esperanzas. “No esperamos gran cosa de la comunidad internacional”, dice Jabri, y casi todos ellos miran con suspicacia la intervención externa en su lucha. La oposición, muy dividida –y, en muchos casos, escasamente conectada con los manifestantes callejeros–, está concentrando sus esfuerzos en lograr un consenso y demostrar al pueblo que es una alternativa viable a Al Assad, una tarea que resulta muy difícil porque hasta hace poco, como dice Jabri, “dos sirios no podían juntarse a hablar de política sin acabar en la cárcel”. Están previstas nuevas reuniones tanto dentro de Siria como en el extranjero, tal vez en Egipto y Arabia Saudí.

Aunque ni las presiones internacionales ni la oposición sean muy de fiar, lo que parece innegable es que el mandatario está en una situación muy complicada. Un informe hecho público recientemente por International Crisis Group, en el que revisaba la errática estrategia del presidente sirio para contener las protestas –medidas de represión seguidas de reformas hechas a medias y vagas promesas, continuadas por nuevas medidas de represión–, llega a la conclusión de que, “en su intento de sobrevivir a toda costa, el régimen sirio parece estar cavándose su propia tumba”. Se ha demostrado que la violencia es una estrategia que le perjudica, porque cada muerte enfurece a los demás sirios, desata nuevas manifestaciones y convence a más indecisos de que el diálogo es una empresa inútil.

La estrategia de Obama respecto a Siria es el centro de atención por el momento, tras la brutalidad mostrada por el régimen en Hama y con ocasión de la presencia del embajador Robert Ford en Washington para someterse a la confirmación en el Congreso. Ford, a quien Obama envió a Damasco mediante un nombramiento de urgencia, aprovechando las vacaciones de las Cámaras, porque no había logrado que aprobaran su designación en un primer intento, tendrá que enfrentarse a los senadores republicanos del Comité de Relaciones Exteriores, deseosos de criticar lo que consideran la timidez del Gobierno sirio. Algunos de ellos han exigido que se revoque el nombramiento.

La Casa Blanca alega que la presencia de Ford en Damasco es fundamental porque le permite reunirse con miembros destacados de la oposición, advertir a los aliados del régimen de que no deben apoyar a Al Assad e incluso identificar a posibles dirigentes para la transición. Es posible que la reciente y dramática visita de Ford a la asediada Hama, donde los manifestantes le recibieron con rosas y ramas de olivo, sirva para que en Capitol Hill le den cierto margen de maniobra.

La sesión de confirmación del embajador llega “no semanas, sino días” antes de que el Departamento del Tesoro de EE UU haga públicos los nombres de más dirigentes sirios que van a sufrir sanciones, según predice un funcionario de Washington que no participa directamente en los preparativos, pero lo más probable es que eso no le evite un buen rapapolvos en el Congreso. En la sesión de la semana pasada con el secretario de Estado Adjunto Jeffrey Feltman, el congresista demócrata Gary Ackerman se dejó llevar y llegó a pedir que Obama exigiera “la salida inmediata” de Al Assad.

“La historia recordará, no sólo que ignoramos al pueblo de Siria cuando más nos necesitaba, sino, peor aún, que no tuvimos en cuenta nuestros propios intereses nacionales, que van claramente unidos a la desaparición del régimen de Al Assad”, dijo Ackerman.

Pero son pocos los analistas que piensan que las palabras puedan hacer mucha mella en un Ejecutivo tan afianzado como el sirio, y a algunos, como Michael Hanna, de Century Foundation, les preocupa que Al Assad pueda mantenerse, renqueante y como sea, mucho más tiempo del que se prevé. Tampoco las sanciones multilaterales, suponiendo que el Consejo de Seguridad consiguiera aprobarlas, tendrían un efecto inmediato. “Salvo que se produzcan deserciones en masa entre los responsables de los servicios de seguridad, es poco probable que las presiones externas vayan a cambiar las decisiones del núcleo duro del régimen”, dice Hanna. El presidente sirio podría no caer, advierte, y sí convertirse en un paria internacional como Sadam Husein o la junta militar birmana.

Washington ha tomado su decisión, aunque nadie sabe cuándo se irá Al Assad. “Está de salida”, dice el alto funcionario, que subraya: “Lo importante no somos nosotros, sino los sirios. Ellos son los que dicen que quieren a otra persona, y ellos tienen que poder escoger el gobierno que deseen”.

¿Y Al Assad? “Pertenece al pasado”.

 

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