El islamismo será una etapa necesaria que los diferentes países deberán pasar para lograr la consolidación de la democracia.

 

Hay algo imparable en la evolución de los regímenes árabes hacia situaciones de más democracia, de más presencia de las opiniones públicas y de la voluntad de los pueblos en los gobiernos que hayan de regir a estos países. Habrá momentos soleados, como los que Túnez nos ha demostrado, en una difícil cohabitación, por el momento muy positiva. Eso no quiere decir que vayamos a ver a corto plazo regímenes democráticos consolidados. Será un proceso lento, en el que las resistencias de los viejos poderes reaparecerán con diversas apariencias. Nubes vemos aparecer en las interminables elecciones egipcias, en las mixtificaciones de la nueva práctica constitucional en Marruecos. Pero las cosas no volverán a ser como antes.

El islamismo es, y será, una etapa necesaria que los diferentes países deberán pasar para lograr la consolidación de la democracia. Se trata de una fuerza conservadora que sintoniza con el zócalo muy conservador de las sociedades árabes. No es el verdadero cambio, a no ser que los partidos que reclaman ese ideario acepten convertirse en una fuerza más; que estén por la alternancia y reconozcan la libertad plena del individuo. Pero el islamismo es una etiqueta detrás de la que hay expresiones muy diversas, algunas de las cuales, las más radicales, encontrarán apoyos exteriores desestabilizadores para que las cosas no avancen. ¿Riesgos de tormenta? Sin duda, pero serán chubascos breves e intensos que dejarán paso a nuevos claros. Siria es la gran incógnita. La tormenta se prolonga más de la cuenta y el riesgo es una inundación que salpique a todos sus vecinos.

Bernabé López García

Catedrático de Historia del Islam contemporáneo en la Universidad Autónoma de Madrid