¿Podrían producirse cambios en el mapa?

En el centro y este de Europa los movimientos fronterizos han sido tan frecuentes en los dos últimos siglos que ningún país puede afirmar con rotundidad dónde comienzan y acaban sus límites, lo que abre la puerta a todo tipo de interpretaciones revisionistas, muchas veces basadas más en mitos y leyendas que en realidades.

Al finalizar la Guerra Fría en 1989, la consiguiente apertura política dio lugar a nuevas divisiones, pocas veces pacíficas, y al resurgimiento de antiguos litigios territoriales, que dos décadas después distan de haber sido resueltos. En ese momento se podría haber acometido una revisión de las fronteras en función de criterios históricos y étnicos, en el marco de la Conferencia para la Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE). Sin embargo, se optó por el escrupuloso respeto por la inviolabilidad de las fronteras, salvo acuerdo pacífico en contra, conforme lo establecía el Acta Final de Helsinki de 1975.

La cuestión que ha venido a romper ese statu quo ha sido el reconocimiento de la independencia de Kosovo en 2008. Esa violación de la integridad territorial serbia ha abierto la caja de Pandora de los conflictos congelados, y ha devuelto a la actualidad el tema de las fronteras discutidas del Este de Europa. Por ello, no se pueden descartar movimientos de fronteras en el futuro, que es de desear que sean negociados, pacíficos, y con el pleno respeto de los derechos de las minorías y de las personas, algo que en el pasado brilló por su ausencia.

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Alemania-Polonia

La actual frontera entre la República Federal de Alemania y Polonia sigue la línea de los ríos Oder y Neisse, establecida en julio de 1945, lo que supone que la actual Alemania no incluye dos tercios del territorio del Reino de Prusia, alma e impulso de la unificación del siglo XIX. La cesión de territorio vino acompañada de la deportación forzosa (eufemísticamente denominada reasentamiento de forma humana y ordenada) de la población alemana de esas regiones, con objeto de establecer un Estado polaco étnicamente homogéneo. En el total de Europa del este, entre 12 y 14 millones de alemanes fueron expulsados de sus hogares.

Tras la caída del Muro de Berlín, las potencias vencedoras exigieron la renuncia explícita de Alemania a reivindicar esos territorios, como condición para avanzar hacia la reunificación alemana, lo que se produjo con el Tratado fronterizo germano-polaco de 14 de noviembre del mismo año. Sin embargo, las heridas no están del todo cerradas. Por ejemplo, la organización en 2006 de una exposición en Berlín titulada Senderos forzados, que pretendía dar a conocer el sufrimiento de los alemanes desplazados, motivó una airada respuesta de las autoridades polacas, con el argumento de que no se ubicaba esa problemática en el contexto histórico en que se produjo, y que se eludía mencionar la responsabilidad previa de la Alemania Nazi.

Polonia-Ucrania/Bielorrusia/Lituania

El territorio que Polonia recibió de Alemania en el Oeste tuvo su contraposición al Este en la franja que Polonia se vio obligada a ceder a la Unión Soviética tras la II Guerra Mundial. Así como Prusia fue el núcleo originario de la actual Alemania, el triángulo Cracovia-Lublin-Lvov, la pequeña Polonia, se puede considerar el corazón histórico de la nación polaca. Precisamente por ello, cuando los aliados desviaron en 1945 la frontera para incluir la ciudad de Lvov en la URSS, la resistencia de los polacos fue muy firme, hasta la final deportación de unos 750.000 desde Ucrania a Polonia.

Hoy en día los polacos representan en Ucrania sólo un 0,3% de la población total (135.000), mientras que en Bielorrusia son el 4% (400.000), y en Lituania el 6,7% (230.000). Este último país ha seguido una política modélica de integración de minorías y de respeto de sus derechos, como lo prueba la posibilidad de escolarizar a sus hijos en bielorruso o en polaco, opción a la que se acogen unos 20.000 alumnos al año.

Rusia-Ucrania/Bielorrusia

Para los rusos Ucrania siempre será denominada la pequeña Rusia, y para muchos de ellos la misma existencia de Ucrania como un Estado independiente es una aberración histórica. Por lo que respecta a Bielorrusia, y aparte de una zona occidental de influencia polaca, los rusos blancos nunca se han considerado distintos de sus vecinos, el grado de matrimonios mixtos era el mayor de toda la URSS, y la construcción de una identidad nacional ha respondido más a intereses oportunistas, como los de su autoritario presidente Alexander Lukashenko, que a una realidad sociopolítica, por lo que no sería de extrañar una reunificación con Rusia a medio plazo.

El mapa del voto político en Ucrania refleja a la perfección la división del país en dos. Las zonas en qué se impuso Yulia Timoshenko en las presidenciales de 2010 fueron el centro, con población étnica y lingüísticamente ucraniana, y de religión cristiano-ortodoxa bajo el Patriarcado de Kiev, y el Oeste, en torno a Lvov, dónde la población es étnica y lingüísticamente ucraniana, pero profesa la religión católica oriental o uniata. En el lado opuesto se encuentran el Este del país, dónde Yanukovich superó el 90% de los votos, y el sur que incluye la costa del Mar Negro hasta Odesa. Allí se concentran la mayoría de rusos étnicos que en 1991 quedaron abandonados en Ucrania, unos ocho millones de personas (17% de la población  total), de religión cristiano-ortodoxa pero bajo el Patriarcado de Moscú.

Rumanía-Moldavia-Ucrania

De población étnicamente rumana (latinos de religión cristiano-ortodoxa), el antiguo Principado de Moldavia cayó en manos del Imperio Otomano en el siglo XVI. En 1812 el Imperio Zarista conquistó Besarabia, y el territorio restante se unió al sur con Valaquia en 1859 para formar el primer Estado rumano. Cuando a finales de los 80 los rumanos comenzaron a solicitar la independencia de la URSS, los eslavos (un 25% del total de la población) de la ribera izquierda del río Dniéster hicieron lo propio, y proclamaron la “República Moldava del Transdniéster” el 2 de septiembre de 1990, consolidada tras una breve guerra en 1992.

En 2011 se han reanudado, tras seis años de suspensión, las conversaciones de paz para intentar reintegrar la RMT en Moldavia; a la espera de comprobar su evolución, bajo un punto de vista étnico e histórico no sería disparatada la visión de una Moldavia reunificada con una Rumanía miembro de la UE, y un Transdniester reunificado con la región sur de Ucrania, área que se autoidentifica cada vez más con sus raíces rusas.

Hungría-Rumanía/Eslovaquia/Serbia

Si hubo un gran perdedor en la I Guerra Mundial, ese fue Hungría, ya que tras ella los magiares (pueblo de origen fino-úgrico de religión católica) perdieron dos tercios del territorio que habían llegado a ocupar. Aún existen entre dos y tres millones de húngaros étnicos repartidos en los países vecinos: en Serbia representan un 4% de la población, 300.000 personas concentradas en la región autónoma de Voivodina; en Eslovaquia, el porcentaje de población húngara alcanza el 10% (más de 500.000), concentrados en el sur. Precisamente el actual Gobierno húngaro de Viktor Orban pretende dar derecho a voto a los húngaros del exterior, lo que ha motivado que Bratislava amenace con privar la nacionalidad eslovaca a todo el que se acoja a ese ofrecimiento.

Mención aparte merece el caso de Transilvania, desde 1921 parte de Rumanía. De nuevo nos encontramos con un profundo simbolismo histórico, ya que cuando los otomanos derrotaron a los magiares en 1526 en Mohacs, fue en Transilvania dónde se mantuvo viva la identidad húngara. Con el tiempo el territorio recibió masivas cantidades de rumanos que huían del dominio turco, hasta convertirse en mayoría. En la actualidad, los húngaros son un 6,6% de la población total de Rumanía, casi 1,5 millones de personas. Con independencia de toda consideración política, y al igual que estando en Moldavia uno se siente en Rumanía, en un viaje por carretera de Bucarest a Brasov se tiene la sensación de llegar a una país distinto, aunque sólo sea por la sustitución de las pequeñas iglesias ortodoxas por grandes templos católicos.

Gran Serbia-Gran Croacia-Gran Albania-Gran Grecia

En los Balcanes, la progresiva retirada del Imperio Otomano desde principios del siglo XIX fue dejando atrás un escenario político de enorme complejidad. En la zona quedaron minorías étnicas de religión musulmana, como los bosniacos o los albaneses, y tras la I Guerra Mundial se decidió unir a serbios y montenegrinos, de religión ortodoxa, con croatas y eslovenos de religión católica. Todas las tensiones subyacentes se pusieron de manifiesto tras el desmembramiento violento de Yugoslavia en los 90.

Así, la Gran Serbia que Milosevic aspiró a crear comprendía el territorio actual del país (incluyendo Voiovodina y Kosovo), la Eslavonia Oriental y la Krajina de Croacia, todo el territorio de la República Srpska en Bosnia-Herzegovina (dónde 1,5 millones de serbios representan el 96% de la población), y Montenegro. Este proyecto chocó al Oeste con la Gran Croacia, que además de la totalidad de Eslavonia y la Krajina (recuperadas de manos serbias en 1995), también incluiría gran parte de la Federación Bosnio-Croata en Bosnia-Herzegovina. En medio de croatas y serbios quedan emparedados los bosniacos de religión musulmana, que representan el 45% de la población.

Mención aparte merece el polémico caso de la provincia de Kosovo, ya que los serbios consideran la batalla del Campo de los Mirlos del 1389, en las proximidades de Prístina, como el origen histórico de su nación. La provincia declaró unilateralmente su independencia en febrero de 2008, siendo reconocida hasta la fecha por 86 países, incluyendo 22 de los 27 miembros de la UE, lo que a su vez ha provocado la independencia de facto del norte de mayoría serbia, en torno a Mitrovica.

La influencia de los albaneses no sólo se ha dejado sentir en Kosovo, dónde son un 90% de la población, sino que se ha extendido al noroeste de Macedonia, área en la que también son mayoría. Los mitos históricos alcanzan el paroxismo en el caso de Grecia y la República de Macedonia, a la que Atenas exige que se denomine “Antigua República Yugoslava de Macedonia”. Tras la guerra de 1913, Serbia se quedó el norte de la Macedonia histórica y Grecia la zona costera del sur. El evidente temor de Grecia es que la República de Macedonia y su región del mismo nombre se quisieran reunificar, y por ello ha orientado su política exterior a negarles el uso de su nombre constitucional.