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La naturaleza fue cruel con la isla en 2010, pero este año puede ser la política la que maltrate a Haití. El país más pobre del hemisferio occidental comenzó el año con un devastador terremoto en enero que mató a más de 300.000 personas y continuó con una epidemia letal de cólera y un proceso de reconstrucción lento y difícil que sigue muy retrasado y lleno de obstáculos. Las elecciones presidenciales del 28 de noviembre, que deberían haber desembocado en la formación de un nuevo gobierno legítimo, están paralizadas por las acusaciones de fraude. No se decidirá quién es el vencedor hasta que se celebre una segunda ronda en enero, pero ya han estallado protestas sobre lo que algunos consideran la injusta exclusión de varios candidatos. Hasta ahora, los choques callejeros han causado al menos una docena de muertes.

La isla estaba ya al borde de la desintegración social. Hoy, más de un millón de personas siguen sin hogar en la capital en ruinas. El Ejecutivo, que sufrió enormes pérdidas humanas y de infraestructuras en el terremoto, no tiene capacidad de proveer los servicios ni la seguridad que hacen falta. Y los grupos internacionales de ayuda y las fuerzas de paz de la ONU sólo pueden rellenar esos huecos de forma provisional. Otro factor que ha dificultado la ayuda es la falta de dinero. A pesar de las grandes promesas de los donantes, la entrada de dólares en el país ha sido lenta.

Esta situación de precariedad supondrá un enorme desafío cuando el nuevo gobierno tome por fin posesión, si es que la toma, este año. La segunda ronda de las elecciones coincidirá con el aniversario de la catástrofe, y ha habido escasas mejoras en las vidas cotidianas de los haitianos, que están perdiendo la paciencia.