Huerto comunitario de Prachttomate en Berlín. (Carsten Koall/Getty Images)
Huerto comunitario de Prachttomate en Berlín. (Carsten Koall/Getty Images)

Nuevas formas de economía local están apareciendo como opciones al sistema tradicional. La vuelta al entorno más cercano en la búsqueda de un desarrollo social sostenible se presenta como otra forma de afrontar el desempleo, el consumo o el respeto al medio ambiente.

Monedas virtuales, digitales, criptomonedas… multitud de alternativas han surgido en los últimos años o han conocido un auge inaudito en medio de la mayor crisis económica mundial desde el crack del 29; una crisis que ha puesto en jaque al sistema bancario tradicional y también ha destapado muchos de los agujeros negros de la economía globalizada. Precisamente como reacción a ambas cosas, tanto al sistema bancario tradicional como a la economía global, Europa está conociendo el auge silencioso -pero inaudito- de otro tipo de moneda que supone casi un regreso a los orígenes y una humanización del dinero. Son las llamadas monedas locales o sociales, una alternativa que está surgiendo en todos los países de Europa.

La diferencia más patente entre estas monedas y las monedas digitales (como el bitcoin) es que se trata de monedas impresas, en general en forma de billetes aunque también como cartillas. Pero, entonces, ¿qué las diferencia de las monedas o billetes del sistema bancario tradicional? En que son monedas que solo pueden funcionar para una pequeña comunidad local de consumidores y productores. Ellos son quienes lanzan la iniciativa y deciden imprimir la moneda y a veces cuentan con la participación o respaldo de los ayuntamientos. Estas monedas no tienen valor más allá de la comunidad en la que se crea y no tienen validez alguna para el sistema bancario tradicional.

La razón principal de su existencia no es la especulación bancaria ni la inversión ni el enriquecimiento. Es el fomento en las relaciones comerciales y productivas de una pequeña comunidad local y la propia sostenibilidad del entorno más cercano que pone en marcha dicha forma de pago social y local.

Se calcula que existen monedas locales en más de un centenar de ciudades europeas y que están presentes en prácticamente todos los países. Es complejo obtener un balance preciso de las que existen o del volumen de negocio que generan precisamente por su carácter alternativo, extraoficial y su voluntad localista. Sin embargo, el fenómeno está alcanzando tanta aceptación y auge que el Banco de Inglaterra encargó y publicó a finales del año pasado un estudio sobre estas monedas este asunto.

El caso más contundente sobre el calado de este fenómeno fue el de la libra de Bristol, lanzada en septiembre de 2012, bajo el lema Nuestra ciudad, nuestra moneda. Para esta comunidad, que ronda el millón de personas, el Banco de Inglaterra calcula que el valor de las libras bristolianas emitidas asciende ya a 250.000 libras inglesas. La libra de Bristol la imprime una institución local pública creada a tal efecto con el apoyo del Ayuntamiento, los comerciantes y con el respaldo del banco ético local Bristol Credit Union.

Según explica la propia página web de la Briston Pound, ésta “es la primera moneda local implantada en una ciudad de gran tamaño en Inglaterra y la primera que puede ser usada para pagar impuestos locales”. El lema lo tienen claro: Love Bristol. Go Local (Ama a Bristol, ve a lo local).

“Nuestra moneda surgió porque se quería tener una moneda propia para Bristol en vez de usar el dinero tradicional emitido por los bancos o incluso las transacción digitales”, explica Chris Sunderland, director del proyecto, en la web del mismo. Y ahonda: “La libra de Bristol no es sólo un medio de pago sin más, fomenta que la gente piense en lo local y también hace que seamos más creativos y pensemos en el modo en el que nos relacionamos unos con otros en esta ciudad, la manera en que intercambiamos bienes y servicios”.

En Inglaterra, además de este caso, pequeñas ciudades como Lewes o Stroud (15.000 y 13.000 habitantes respectivamente) ya han lanzado su propia moneda; también barrios de Londres como Brixton –con 300.000 personas- lo que habla por si solo de la enorme adaptabilidad y eficacia de esta iniciativa siempre que funcione en el entorno de una misma comunidad.

Según el estudio del Banco de Inglaterra, entre las cinco principales monedas sociales emitidas en Inglaterra suman un valor equivalente a 385.000 libras (unos 485.000 euros). Aún así, es una minucia si se compara con los 54.000 millones de libras (casi 70.000 millones de euros) en moneda emitida y puesta en circulación por el Banco de Inglaterra para un mercado de 64 millones de habitantes.

Pero si hay una ciudad donde resulta llamativo el surgimiento de esta moneda no es otra que Bruselas, la capital de la Unión Europea. A principios de 2013, el Instituto Bruselense para la Gestión del Medioambiente lanzó el otro billete verde, como reza la publicidad de su lanzamiento: el Eco-iris. Los billetes que están en circulación funcionan ya en cinco barrios de la ciudad y alcanzan un valor equivalente a 78.000 euros. Un euro equivale a diez Eco-iris y en la capital de Europa pululan ya billetes de Eco-iris por valor de 780.000 euros que los ciudadanos tienen en sus manos precisamente para el fomento de un modelo de economía y de sociedad local, sostenible, verde, directo, vecinal y humano.

“La forma de obtener Eco-iris es muy sencilla”, explica Dúplex, responsable en el barrio de Saint-Gilles de ofrecer la información sobre este sistema de pago. “Hay que inscribirse en el programa a través de su propia página web y luego se consiguen los Eco-iris haciendo las llamadas eco-gestas”. Por ejemplo, comprar un producto ecológico y local reporta cinco Eco-iris y hacer un huerto en casa, 35 Eco-iris, los mismos que se obtienen si se compra directamente a productores locales. También se pueden conseguir 30 eco-iris si se participa en un taller de cocina sostenible y saludable. En Bruselas unas mil personas y casi un centenar de comercios aceptan ya el pago con esta moneda verde, desde productores agrícolas hasta librerías.

Otro medio de hacer eco-gestas es prestando algún servicio a la comunidad como ayudar en un huerto municipal o ser voluntario en una escuela de deberes para los escolares lo que se recompensa a su vez con eco-iris. De este modo, se asegura que la cantidad en cuestión repercuta en los comercios y productores locales incluidos en esta iniciativa.

El auge de las monedas sociales no es casualidad. En las últimas décadas, la economía se ha globalizado y se ha producido una desregularización sin precedentes del sistema económico mundial. “Una de las consecuencias de esto es la especulación financiera como herramienta para obtener beneficios económicos y, desde los años 80, esta especulación se realiza también incluso sobre los mercados de futuros productos alimentarios debido a que su producción también ha alcanzado una escala mundial. Ambas cosas son sencillamente insostenibles”, explica Olivier de Schutter, profesor de Derecho de la Universidad de Lovaina (Bélgica) y, hasta el pasado mes de marzo, relator de la ONU del Derecho a la Alimentación.

“Puesto que cambiar ese sistema será una tarea enormemente ardua y compleja que, en cualquier caso, supondrá décadas, la alternativa inmediata y de resultados palpables es un regreso hacia lo local, en fomento tanto de la gobernanza como de la producción de bienes y servicios para una propia comunidad a esa escala. Las monedas sociales se enmarcan en ese contexto”, asegura De Schutter.

“Para empezar, desde el punto de vista medioambiental es muy dañino producir ropa en Tailandia y luego importarla a Europa, o cultivar millones de hectáreas de cereales en Brasil para importarlas al resto del mundo para las ganaderías extensivas. Esto último, por ejemplo, está provocando una deforestación masiva, el empleo desaforado de pesticidas, el incremento de emisiones de CO2 derivadas de la agricultura, la ganadería y el transporte mundial de alimentos y mercancías, por no hablar del tremendo impacto ambiental de las ganaderías a gran escala”.

La solución está clara para De Schutter: el fomento de la producción y el consumo local. Así lo reconoce el mencionado estudio del Banco de Inglaterra, Banknotes, Local Currencies and Central Bank Objectives. “La moneda local suele implicar a minoristas y pequeños comercios dentro de un área determinada. Se establecen para apoyar la sostenibilidad local incentivando el gasto en y entre los participantes del esquema. La idea es crear una cadena de consumo y venta que no salga de un área local y que se retroalimente a sí misma. Al beneficiar el consumo y la producción local, se reduce la energía del transporte y el impacto medioambiental al tiempo que se generan otros beneficios sociales”, reza el documento.

Este estudio solo señala dos posibles pegas a este nuevo modelo monetario local. Por un lado, el riesgo de falsificación; por otro, el hecho de que el sistema podría ponerse en riesgo si alguien acumulara cantidades elevadas de moneda.

Pero es que además, en estos tiempos de crisis, estos programas de monedas locales se están convirtiendo en una fuente de creación de empleo. En algunos lugares de España estas monedas han subido como la espuma, y no sólo en pequeños núcleos poblacionales, sino en ciudades de envergadura. Se calcula que en España funcionan unas 70 monedas locales, unas 30 de ellas en Andalucía, comunidad que padece un desempleo superior al 30%, un porcentaje que asciende hasta el 60% en el caso del paro juvenil. Muchas personas que han perdido su trabajo están desarrollando sus propios productos o servicios: fabricación de productos caseros como mantequilla, mieles, quesos… o servicios como cuidado de personas mayores o clases particulares y que ofrecen a través de este sistema de comercio local sostenible.

El auge en España de este tipo de monedas ha sido fulgurante. Tanto que en julio de 2012 se celebró en Vilanova i la Geltrú (Barcelona) el primer Encuentro Estatal de Monedas Sociales y Complementarias. En este acto participaron responsables de 15 monedas locales españolas implantadas en municipios o barrios de Badajoz, Barcelona, Bilbao, Cádiz, Girona, Huesca, Madrid, Murcia y Sevilla, los primeros lugares del país en implantar una moneda local.

En Sevilla, la iniciativa de la moneda Puma -que nació en abril del 2012- se ubica en el norte del Casco Histórico de la ciudad. El epicentro de la medida es el barrio de El Pumarejo, de ahí su nombre. Impulsado por productores locales que tienen como epicentro el centro vecinal del barrio, donde se reúne la central de abastecimiento del Puma cada lunes por la tarde para la compra-venta de productos y bienes locales y servicios. Cada puma equivale a un euro e introduce una innovación respecto a las demás: no es una moneda impresa, se registran los pumas en una cartilla oficial de la iniciativa y a partir de ahí se van haciendo las compras y ventas de productos.

“Deseamos generar una red en la que participen personas, colectivos, productores, profesionales, comercios y empresas, ofreciendo o demandando bienes de producción artesanal, casera o profesional, o los cuidados y servicios de importancia para el desarrollo y bienestar de la comunidad”, explican sus organizadores. De hecho, se pueden pagar con pumas servicios como psicólogos, homeopatía o cuidados de personas mayores.

Los objetivos finales los tienen claros: “Fomentar que la riqueza que se crea con la iniciativa se quede en el barrio, mejorar las relaciones entre las personas que comparten este entorno, proteger el medioambiente puesto que los bienes y productos promovidos se producen en su mayoría de forma ecológica y artesanal, y apoyar los comercios y a los profesionales locales”.

Si todo esto ocurre en tiempos de crisis es porque las monedas locales están haciendo de palanca para acelerar el motor de las economías. Y lo están haciendo desde abajo, “desde ese lugar al que todo el mundo pertenece, en el que todos desarrollamos nuestras vidas: las ciudades, los pueblos, lo local”, dice De Schutter. “Ahí es donde vivimos todos”.