Sobrevivirán a la crisis las organizaciones que sean más eficaces a la hora de apoyar a los más débiles.

 

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Si definimos el tercer sector como lo que no es Estado ni es mercado, y le añadimos como su razón de ser el ofrecer respuesta a las necesidades económicas y asistenciales que Estado y mercado generan o esquivan; es fácil deducir que el tercer sector está en crisis.

Un mercado de bienes y servicios menguante, que resulta en un desempleo creciente, genera necesidades incrementales; los ciudadanos de aquí y de allá sufren más carencias y tienen más necesidades a las que no puede responder una administración en retroceso. Acudimos entonces al tercer sector (el conjunto de organizaciones privadas de la sociedad civil, altruistas, autogobernadas y sin ánimo de lucro) que, por su mera razón de ser, debe responder ante la escasez, pero que también sufre de recursos decrecientes. Sirva como ejemplo la obra social de las Cajas, que inyectaba, hasta 2011, 1.666 millones de euros al año, con los que sostenían 45.000 empleos y apoyaban a más de 20.000 ONG que con esos fondos realizaban unas 155.000 acciones de lucha contra la pobreza, fomento de la cultura, restauración del patrimonio, protección del medio ambiente, etc., etc… Pero si en 2010 existían 45 cajas, ahora son 12 advocadas a reducir su obra social.

A una drástica reducción de recursos se unen otras debilidades y carencias propias del sector; de la suma de estos factores exógenos y endógenos surge la crisis. Crisis en su sentido más constructivo, la crisis que supone ruptura y nos obliga a criticar y a actuar con criterio. Una crisis que es oportunidad, pero además obligación. Hay que atender más necesidades con menos recursos… o con nuevos recursos.

El tercer sector en España es amplio, unas 250.000 entidades, y supone aproximadamente el 6% del PIB. Pero además de extenso, es diverso y en él caben las ONG (en las que se centra este artículo), sean de acción social, desarrollo o ayuda humanitaria, las empresas de la economía social, y hasta los partidos políticos y las cámaras de comercio. Es además un sector fragmentado, en el que entidades especializadas geográfica o temáticamente conviven con otras más generalistas y otras simplemente fútiles. Existe una oportunidad para la unión, la fusión y la absorción, para sumar recursos y capacidades y reducir la competencia por una financiación limitada y donantes cada vez más exigentes. Entidades pioneras como Solidaridad Internacional, Habitáfrica e IPADE o Acción Contra el Hambre y la Fundación Luis Vives son un buen ejemplo a seguir en la reunión de esfuerzos, redes, saberes y recursos.

Pero además de recursos complementarios, el tercer sector cuenta con excelentes profesionales, preparados y comprometidos; es también un sector con un gran reconocimiento social y no baja del 9,5% de españoles quienes voluntariamente dedicamos al menos una hora al mes a una organización no lucrativa. Pero hemos aprendido que con la voluntad no basta, que como indica W. Easterly, la pobreza existe por nuestra indiferencia, pero también por nuestra ineficacia para luchar contra ella. Ya casi hemos superado el voluntarismo y prima el profesionalismo. Es por eso un excelente momento para absorber ideas, técnicas y propuestas de otros profesionales del sector privado lucrativo, a los que contagiar compromiso y de los que captar nuevas ideas en el uso y organización de los recursos.

Si bien es cierto que el tercer sector cuenta cada vez con menos recursos financieros (la Ayuda Oficial al Desarrollo que ofrece España se ha reducido en dos años más de un 50% desde el 4,2% de la Renta Nacional Bruta en 2010); existen nuevas fuentes de financiación inexploradas. Países de ingresos medios que en pretérito eran países beneficiarios, empiezan a ser donantes y en ellos surgen nuevas entidades de cooperación y acción social (“Ecuador extiende a Haití el plan ‘Manuela Espejo’ en favor de discapacitados”. El Universo 13 de Agosto de 2012) y comprometidos filántropos. Pero además, las entidades españolas, con frecuencia dependientes de subvenciones públicas nacionales y europeas, cuestaciones privadas o aportaciones de empresas, han estado ausentes de los concursos y licitaciones de organismos internacionales como la OEA, el Banco Mundial, Naciones Unidas o el Banco Interamericano de Desarrollo que pueden ser un excelente inicio para la diversificación de los ingresos, pero también de acciones, regiones y proyectos.

Además, la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) de las empresas españolas, incluso las que la crisis haya puesto en solfa (no es corporativa ni responsable la RSC que se elude en tiempos de crisis) ha alcanzado en España un estadio de permanencia y está aquí para quedarse, aunque mengüe. La RSC es también una posible fuente financiación de la actividad del tercer sector… o de financiación de su transformación, pues la necesaria reforma requerirá ideas nuevas y recursos para el cambio que tienen que venir del sector empresarial lucrativo.

Sea por la falta de fondos, pero también porque financiación y necesidades mantienen una relación inversa; porque están cambiando las zonas geográficas donde nuestras entidades tenían más experiencia; sea porque el tercer sector tiene ahora que abarcar nuevas áreas de actuación, porque tendremos que estar en nuevos países con nuevas necesidades, o porque habrá que ocupar donde ya no llega el Estado de bienestar; se impone una transformación de las formas, personas, recursos y relaciones de las entidades que formamos el tercer sector

Aquí o allende hay más necesidades que antes, y en nuestro país o en otros territorios, seguiremos muy lejos lejos de abolir las diferencias absolutas; y jamás haremos todo lo necesario para proteger el medioambiente y fomentar la cultura y conservar el patrimonio. La transformación y fortalecimiento del tercer sector es por tanto una opción imperativa. Sobrevivirán a la crisis las entidades que sean mejores y más fuertes para apoyar a los más débiles, y las mejor organizadas para atender demandas más complejas.

No es el tercer sector la solución a la crisis, o no solo, pues para superar la coyuntura y seguir transformando la estructura será imprescindible contar con los tres elementos: el sector privado mercantil, el sector público, pero también con el sector privado no lucrativo; un tercer sector que, como los demás, se enfrenta a su necesaria transformación para seguir haciendo lo más necesario.