Éstas son hoy algunas de las principales minorías en Europa.

 

Gitanos

Un niño gitano pasea por la barriada pobre de La Courneuve, al norte de París. KENZO TRIBOUILLARD/AFP/Getty Images
Un niño gitano pasea por la barriada pobre de La Courneuve, al norte de París. Kenzo Tribouillard/AFP/Getty Images

Con cifras que superan los 10 millones de personas, la minoría gitana es la mayor de Europa. Rumanía (con dos millones de miembros), Bulgaria, Hungría, Eslovaquia y República Checa cuentan con las comunidades más numerosas, pero sus problemas de discriminación, pobreza y marginalidad son comunes a todos los países donde tienen una presencia considerable.

El acceso a la educación y al empleo, así como la segregación y la vivienda, son algunos de los problemas que arrastran los gitanos a lo largo y ancho del continente. Estas deficiencias se ven alimentadas por los prejuicios y la falta de sintonía e interacción con las comunidades mayoritarias en las que están instalados. Las autoridades han optado, en ocasiones, por concederles ayudas para la subsistencia, lo que a su vez genera resentimiento por parte de la población mayoritaria, sobre todo en Estados con altos niveles de pobreza.

Los flujos migratorios de gitanos desde el Este de Europa hacia la parte occidental del continente son continuos, y las razones para emigrar son poderosas y van más allá de la pobreza. El hostigamiento a los gitanos es frecuente en los países del Este, y atacarlos aporta incluso réditos electorales; partidos de ultraderecha como Jobbik en Hungría han hecho de la lucha contra los gitanos una de sus señas de identidad. Otras veces, sin embargo, los gobiernos se muestran mucho menos sensibles: Por su parte, Eslovaquia, República Checa y Rumanía han llegado incluso a erigir muros para aislar a las comunidades gitanas y separarlas físicamente del resto de la población.

Pero lo que les espera en la parte rica del continente no siempre es mucho mejor. Las expulsiones de miembros de esta comunidad por parte de la administración francesa de Nicolas Sarkozy en 2010, que fueron reeditadas bajo la presidencia actual de François Hollande tres años después, son una prueba de que en el corazón de la Europa occidental se dan por buenas unas políticas discriminatorias hacia los gitanos que difícilmente podrían aplicarse a otras minorías más integradas y con valedores más importantes.

 

Árabes y bereberes

Alrededor de 5 millones de árabes y bereberes viven en Europa, principalmente en Francia, Italia, España, Alemania, Países Bajos, Bélgica y Suecia. La cercanía geográfica, y también razones históricas como la emigración masiva del Magreb a Europa tras la Segunda Guerra Mundial, han dejado una huella permanente. Por su parte, conflictos actuales como el palestino-israelí, el libio y el sirio, han ido engrosando la población árabe europea con nuevas oleadas migratorias procedentes de otras zonas.

La discriminación que sufren en Europa es conocida, pero los medios efectivos para mitigarla siguen ausentes. En Francia, el país donde se concentra la mayor población árabe de Europa, ésta tiende a vivir en la banlieu, desconectada de los beneficios integradores y económicos de la clase media, y soportando tasas de paro que superan el 30%. Al igual que ocurre en otros Estados, muchos franceses entienden que los problemas de integración de los árabes son atribuibles a su propia conducta y falta de voluntad por adaptarse, y rechazan por ello una implicación más generosa de las autoridades. Para algunos partidos políticos, como el Frente Nacional Francés, el rechazo a los árabes constituye uno de sus principales pilares.

Acontecimientos como los ataques a la publicación Charlie Hebdo en enero de este año, así como las incursiones de yihadistas con pasaporte europeo en Siria o Irak, han agravado el discurso anti-árabe en Europa, del que se nutren partidos políticos que prácticamente basan su existencia en el mismo. Las palabras de Geert Wilders, líder del anti-árabe (e islamófobo en general) Partido por la Libertad holandés, refiriéndose a esta minoría como a “una inmensa carga para la sociedad”, ejemplifican un discurso tan simplista como irresistible para parte del electorado. La retórica del odio a los árabes se mezcla y confunde en ocasiones con la repulsa a los musulmanes, creando una peligrosa combinación en la que un concepto y otro se retroalimentan negativamente.

 

Africanos y descendientes de africanos

Una tienda en el norroeste de Londres. Justin Tallis/AFP/Getty Images
Una tienda en el norroeste de Londres. Justin Tallis/AFP/Getty Images

En Europa hay aproximadamente cinco millones de personas procedentes o descendientes del África subsahariana, sobre todo en Francia, donde se estima que viven entre 2 y 3 millones (aproximadamente la cuarta parte de ellos residen en los territorios de ultramar), y en el Reino Unido, donde esta minoría, contando tanto a los que proceden de las llamadas Indias Occidentales caribeñas como del propio continente africano, alcanza los dos millones de miembros.

Las razones por las que originariamente se formaron estas importantes comunidades remiten a lo peor de Europa: el comercio trasatlántico de esclavos en el siglo XVIII. Posteriormente, oleadas migratorias durante la primera y sobre todo la Segunda Guerra Mundial, cuando a los africanos y a sus descendientes se les utilizó como mano de obra barata para los esfuerzos de reconstrucción postbélica, acabaron por consolidar su presencia en Europa. Sus números se han reforzado más recientemente por la persistente pobreza en el continente africano y por la prosperidad comparativamente alta de las diásporas africanas, que continúan ejerciendo un lógico llamamiento para emigrar.

La integración de esta minoría en la sociedad europea se muestra esquiva; en Francia, por ejemplo, tiende a vivir en la banlieu, mientras que en el Reino Unido la población negra vive en muchos casos en distritos segregados y desfavorecidos. Pero su éxito o fracaso depende también de elementos distintos a su origen o al color de la piel. Así, un estudio reciente concluye que las personas de origen africano y que son musulmanas tienen muchas más dificultades que si fueran cristianos para conseguir un trabajo en Francia. Esto demuestra que, aun cuando el debate y la discriminación de base racial no se hayan superado, su influencia se va cada vez más desplazada por sesgos religiosos.

Más recientemente, la población de origen africano de Europa se ha incrementado con la llegada de unas 200.000 personas del Cuerno de África, sobre todo de Somalia, que se han instalado principalmente en Reino Unido, Países Bajos y Escandinavia. Se trata de personas que, por norma general, huyen de la guerra y el conflicto, y que en muchos casos tienen estatus de refugiados. Sin embargo, la población local de los países de acogida no siempre los ve con buenos ojos, sino que los somalíes despiertan críticas que van desde el recelo a su fe mayoritariamente islámica hasta su supuesto efecto “contaminador” de la cultura local, como por ejemplo en Gran Bretaña, donde se les acusa de estar remplazando a la clase trabajadora blanca y de llevar a la ruina a los tradicionales pubs británicos.

 

Sur de Asia y subcontinente indio

En Estados Unidos, la minoría procedente del subcontinente indio tiende a disfrutar de niveles educativos, profesionales y económicos superiores a la media nacional. En Europa, sin embargo, la situación de los alrededor de 4 millones de miembros de esta comunidad es bastante diferente.

El mejor contexto para analizar la suerte de los asiáticos meridionales en Europa es el Reino Unido, por ser con gran diferencia el país donde se encuentra su mayor comunidad, especialmente desde que, en los 50 y 60, comenzara a importarse masivamente a peones procedentes de India y Pakistán para reconstruir la economía de postguerra. Sin embargo, esta minoría es también numerosa en otros países europeos, sobre todo en Alemania y Francia.

La comunidad británica de asiáticos meridionales está lejos de ser un cuerpo cohesionado, lo que refleja en parte las múltiples diferencias nacionales, étnicas y religiosas de los países del subcontinente indio. Si bien los estereotipos raciales insultantes contra todos ellos son comunes y herederos en parte del racismo propio de la pasada administración colonial británica, su nivel de integración y éxito económico difiere pronunciadamente entre unos asiáticos y otros. Así, los ciudadanos de origen indio que profesan el hinduismo o el sijismo gozan de un nivel de aceptación comparativamente alto, siendo conocidos por su iniciativa empresarial y sus aspiraciones de fundirse como ciudadanos de primera clase en la sociedad mayoritariamente blanca en la que viven, y habiendo desarrollado incluso un cierto desdén hacia otros miembros de la minoría asiática, como los paquistaníes y los bangladesíes, cuya integración y circunstancias económicas suelen ser peores.

Estas actitudes están relacionadas con la propia rivalidad regional del subcontinente indio, que es automáticamente trasladada a Europa, pero también responde a la línea divisoria que, en buena medida, separa la aceptación de la discriminación: la islamofobia. Los paquistaníes y bangladesíes, en su mayoría musulmanes, son objeto de mayores antipatías y recelos, y su fe islámica se considera generalmente un impedimento natural a su integración en las sociedades europeas. El auge del terrorismo internacional ha agravado estas actitudes y ha aumentado la suspicacia hacia estas minorías.

 

Chinos

Comerciantes chinos protestan en el Ayuntamiento de Madrid, España. Javier Soriano/AFP/Getty Images
Comerciantes chinos protestan en el Ayuntamiento de Madrid, España. Javier Soriano/AFP/Getty Images

Se calcula que alrededor de dos millones de chinos viven en Europa, y cerca del 70% se concentran en Reino Unido, Francia, Italia, España y Alemania. En Gran Bretaña, que cuenta con la mayor comunidad (alrededor de 630.000), su presencia se remonta a la época colonial y, hasta los 80, la mayor parte eran cantoneses de Hong Kong llegados a la metrópoli; sin embargo, a partir de los 90 la comunidad china británica se engrosó fundamentalmente por la llegada de estudiantes. En Francia, donde esta minoría reúne a unas 500.000 personas, los chinos llevan afincados desde después de la Primera Guerra Mundial. En Italia o España, su llegada es más reciente y se concentra en la industria textil informal (en el caso de Italia), o en el pequeño comercio urbano y la industria de importación y distribución de productos de fabricación china (en el caso de España).

La contracción de la economía de la Eurozona a partir de 2008 y, sobre todo, la crisis sufrida por la periferia, hizo que muchos chinos emigraran a países más prósperos de Europa o a economías emergentes como Suráfrica o Brasil, al menos cuando ambas crecían robustamente. Esto ilustra una de las características principales de la comunidad china europea: su movilidad. Muchos de sus miembros han hecho uso de esta flexibilidad para volver a China, donde los mejor formados y posicionados (y no tanto los emigrados más humildes, previamente desplazados de su propio país por no poder amoldarse a las exigencias de una economía cada vez más urbana) pueden encontrar buenas oportunidades.

Los chinos en Europa se ven lastrados por la falta de integración y por el desconocimiento generalizado del idioma del país. Los más vulnerables están a veces atrapados en condiciones laborales abusivas que difícilmente pueden denunciar de forma efectiva. Estas pautas, sin embargo, son ya diferentes para los chinos de segunda y tercera generación, que hablan el idioma y tienen un mayor contacto con las sociedades europeas. Pero a sus padres y abuelos, así como a sus redes locales, les preocupa la desconexión de las nuevas generaciones con la madre patria, y temen que la genuina cultura china de Europa acabe diluyéndose.

 

Kurdos

Alrededor de un millón de kurdos viven en Europa occidental (sobre todo en Alemania, Francia y Suecia). Si bien la formación de esta gran diáspora kurda no ha sido problemática para los principales países en los que se ha afincado, las profundas frustraciones étnicas y nacionales del pueblo kurdo, así como su persistente enfrentamiento con las autoridades turcas, marca su presencia en el continente.

La minoría kurda se ha venido formando desde los 60, pero se aceleró a principios de los 80 tras la revolución islámica en Irán, la represión de Sadam Hussein en Irak y otros fenómenos de agresión o intentos de exterminio. Las circunstancias políticas, en mucha mayor medida que económicas, son las que explican la presencia de los kurdos en Europa, y quizás por eso se trata de una minoría altamente politizada, con una diáspora bien organizada que ha logrado un creciente reconocimiento de las frustraciones kurdas en la agenda de instituciones como el Parlamento Europeo.

La relevancia de la cuestión kurda en Europa condiciona notablemente las relaciones entre la UE y Turquía. La opresión que alegan los kurdos es un obstáculo de primer orden en el camino de Ankara a la adhesión al club comunitario. La situación, además, ha empeorado: raramente pasa un día sin nuevos rifirrafes violentos entre el Estado turco y los kurdos; las esperanzas de diálogo se han quebrado por la guerra abierta de las autoridades contra la principal representación kurda en el parlamento nacional; el alto el fuego entre Ankara y el PKK se ha roto, y hoy las fuerzas armadas turcas y las kurdas pelean entre sí en lugar de unir fuerzas contra el Estado Islámico. Ante tal enconamiento de las posturas, las razones políticas que han llevado a los kurdos al corazón de Europa occidental no tienen visos de remitir.

 

Judíos

Soldados armados protegen un colegio en un barrio judío de París, Francia. Jeff J Mitchell/Getty Images
Soldados armados protegen un colegio en un barrio judío de París, Francia. Jeff J Mitchell/Getty Images

Los alrededor de dos millones de judíos que viven en Europa, pertenecientes en la mayoría de los casos a la rama askenazi y asentados principalmente en Francia, Alemania y Reino Unido, se quejan de un resurgimiento del antisemitismo. Aun no siendo un problema generalizado, el odio a los judíos existe y ha encontrado acomodo en el discurso de formaciones ultraderechistas en países como Hungría o Grecia, donde han cosechado cierto éxito electoral. No obstante, el eco continental de estos extremistas es minoritario y está muy influido por la frustración generada por el deterioro de las condiciones socioeconómicas a raíz de la crisis del 2008. Como en épocas anteriores, algunos quieren achacar el declive económico a los judíos.

Sin embargo, el caladero más abundante y seguramente duradero del actual antisemitismo europeo, y lo que permite hablar de un resurgimiento de este odio, se encuentra en la comunidad musulmana. Las tensiones geopolíticas en Oriente Medio continúan favoreciendo la repulsa política al proyecto sionista y también al hecho judío per se entre los musulmanes europeos, que se ven condicionados también por su situación de discriminación social y económica.

Hay que recordar que los pistoleros que atacaron Charlie Hebdo también asesinaron a cuatro personas en un supermercado kósher parisino, que en marzo de 2012 fue atacado un colegio judío en Toulousse, o que se han profanado numerosas lápidas judías en cementerios europeos. Pueden parecer hechos aislados que no permiten hablar de un verdadero resurgimiento antisemita liderado por la comunidad musulmana. Pero el asunto preocupa y ha llevado incluso a que el vicepresidente de la Comisión Europea afirme que convencer a los judíos de que su futuro en Europa es seguro será “un inmenso desafío”.

Un reciente estudio del antisemitismo en Europa señala que este fenómeno ha descendido en los países donde esta minoría está más presente. No obstante, y a la luz de lo ocurrido, los judíos europeos seguramente necesitan bastante más que eso para sentirse seguros.