La expresión latina solvitur ambulando (lo resolvemos mientras caminamos) se puede aplicar con toda vigencia a la Unión Europea de hoy en día. Un avance que debe realizarse en sentido federal y poder así dar un respuesta a los ciudadanos de la Unión.

 

Ciudadanos manifestándose frente la sede en Parlamento Europeo en Estrasburgo (Patrick Hertzog/AFP/Getty Images)

A estas alturas de la crisis, pocos ejemplos mejores de la sentencia de San Agustín ("solvitur ambulando") que la misma Unión Europea. Y basta con echar un poco la vista atrás para comprobarlo.

Porque más allá de que la fórmula aplicada (la austeridad) sea discutible por el excesivo rigor en su aplicación, la ausencia de medidas que la equilibraran (políticas de crecimiento y empleo) y el efecto a corto plazo en determinados ámbitos (Estado del Bienestar), es evidente que la permanencia de la propia UE como proyecto (empezando por el euro) ya no está en cuestión.

Sin embargo, permanecer no puede ser un objetivo, a riesgo de "achatarrarse" (término que escuché por primera vez a Carlos Westendorp), de ir perdiendo fuelle, si se quiere. Por eso es necesario seguir aplicando el "solvitur ambulando" en el proceso de construcción europea (y pongo en cursiva la expresión por la vigencia de su significado dinámico).

Ante nosotros no tenemos que elegir entre más o mejor Europa. Lo que toca es apostar por las dos opciones, que en realidad no son alternativas. ¿Y eso en qué se concreta? Muy simple (que no sencillo): culminar la unión política.

Y en realidad lo que separa a la actual UE de ser una unión política plena es, principalmente, contar con una verdadera unión económica y SOCIAL (en mayúsculas), esto es, tener entre sus instrumentos un Tesoro propio, un presupuesto suficiente, una armonización fiscal y normas que eleven al nivel de las que rigen el mercado único las relaciones laborales.

Muchos pensarán que eso es imposible de conseguir en los próximos años teniendo en cuenta la disparidad de criterios entre Estados miembros, con un Reino Unido siempre reticente al que siguen en su postura otros países (nórdicos, del Este). Pero si algo ha demostrado la UE es su capacidad de avanzar a pesar de las diferencias.

Parecía imposible hacer una Constitución Europea (sin la que el Tratado de Lisboa no existiría, entre otras cosas porque es casi lo mismo en contenidos) y se redactó; pero antes también parecían utopías el mercado único, el euro o el Servicio Europeo de Acción Exterior y ahí están, vivitos y coleando.

Además, este es el momento de intentar dar ese paso, cuando habrá un nuevo Parlamento Europeo (PE) y una nueva Comisión que, no lo olvidemos, nacen al tiempo que empezarán a aplicarse disposiciones esenciales del Tratado de Lisboa, como la doble mayoría de Estados y habitantes, nada menos.

Quizás esa sea la principal conclusión del III Informe sobre el estado de la UE que presentan estos días las Fundaciones Alternativas y Ebert y que este año lleva por título "La ciudadanía europea en tiempos de crisis": avanzar en un sentido federal para que la Unión responda a las demandas de la gente, que no son pocas, empezando por el empleo y la calidad de vida.

Las euroelecciones del 25 de mayo deberían ser un impulso en esa dirección y seguramente lo serán porque el PE volverá a tener una enorme mayoría europeísta formada, al menos, por populares, socialistas, verdes y liberales, familias que deberían ser capaces de conformar una gran coalición que se equilibre mutuamente: austeridad sí, pero sin asfixiar y con políticas activas de crecimiento; culminación del mercado único, claro, pero introduciendo nuevas y buenas dosis de Europa social; más política exterior, también, pero siempre autónoma y enfocada a la solución negociada de los conflictos.

Adelanto mi opinión de que en las urnas el crecimiento de populistas y euroescépticos será mucho menor de lo esperado y en el mar del PE quedará diluido, sin capacidad alguna de influencia. Otra cosa es que, en el nivel nacional, la hipotética victoria del FN en Francia o del UKIP en el Reino Unido representaría un problema -y grande- en cada uno de esos países.

En España no tendremos ese problema y es algo de lo que hay felicitarse. Pero tendremos otro: la abstención, que debilitará la representatividad política de los nuevos eurodiputados. E incluso podemos afrontar uno tercero, que afectaría a la abstención si no se corrige a tiempo: la tendencia de los partidos a considerar las elecciones europeas un episodio más de la política nacional en el sentido pequeño de ese terreno. Lo que toca es reclamarles que no lo hagan, aunque dudo que nos hagan caso.

Así que, también frente a eso, solvitur ambulando. Y si es posible en un sentido federal, mejor.

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