Todavía queda mucho por hacer.

 

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El segundo aniversario de la primavera libia ofrece una oportunidad para valorar cómo han ido las cosas en el país desde el derrocamiento de Muamar Gadafi. Desde el primer momento se alzaron algunas voces que alertaban sobre las consecuencias de permitir que unas estrategias dirigidas desde el extranjero interfirieran en los asuntos nacionales. Aunque todos parecían estar de acuerdo en que era beneficioso acabar con el régimen de Gadafi, no estaba claro si los libios deberían haberlo hecho por sí solos o si necesitaban apoyo exterior para lograr sus objetivos. Al final, los rebeldes libios recibieron una ayuda considerable de varios miembros de la OTAN, con la aportación de algunos países árabes (Qatar y los Emiratos Árabes Unidos). Ahora que Libia ha iniciado una nueva etapa de su historia, tal vez sea útil comprobar si se puede hablar o creer en un éxito libio o no.

Sería un error pensar que existe un consenso sociopolítico entre los libios. Aunque la opinión de Trípoli es que las perspectivas del país son mejores de lo que eran bajo el gobierno de Gadafi, en otras partes del país, esa confianza en el futuro tiene matices. En Sebha (en el sur), Bani Walid (oeste) y Bengasi (este), para no hablar de algunas zonas olvidadas de las afueras de la capital, el sentimiento mayoritario es que adoptar la idea de construir una nueva Libia no significa desarrollar las alianzas para desarrollar ese proyecto con actores escogidos al azar. Las amenazas que se ciernen sobre la presencia occidental en la ciudad de Bengasi, tanto instituciones como personas, son un síntoma claro de esta situación.

En Libia está surgiendo una sociedad civil. Es una realidad que conviene tener en cuenta, porque Gadafi impuso deliberadamente políticas muy duras para impedir que la sociedad pudiera existir y organizarse. Pero eso no quiere decir que los libios hayan adoptado modelos occidentales en materia de buen gobierno, construcción institucional, consolidación de la justicia, autonomía de las mujeres, etcétera. La mayoría cree que su país es capaz de alcanzar niveles muy altos y convertirse en uno de los ejemplos más positivos de las transiciones desencadenadas por la Primavera Árabe. Pero en la forma de llegar hasta ahí es en lo que no necesariamente están de acuerdo.

Aunque en distintos grados, por diferentes métodos y con varios resultados, los donantes extranjeros en general, y los occidentales en particular, han dedicado muchos medios económicos y mucha experiencia a mejorar las perspectivas de Libia, el lado visible y más brillante de esa labor se concentra en Trípoli. En el resto del país, las actitudes oscilan entre el rechazo al dinero de Occidente y la resistencia general a tratar con representantes de los que sospechan que quieren imponer sus propios modelos y conceptos. Muchos libios consideran que su país es suficientemente rico y por tanto no necesita ninguna intromisión extranjera en sus proyectos de reconstrucción. Pero el hecho de que algunos representantes extranjeros tengan miedo a explorar grandes zonas del país por las amenazas contra su seguridad puede ser otra de las razones que explican la escasez general de occidentales que lidien a diario con las realidades libias y contribuyan a crear perspectivas de futuro más sólidas para la mayoría de la población.

El punto de vista libio es distinto al que muchos piensan. Una de sus prioridades es, por supuesto, que el nivel medio de vida evolucione a mejor, y que se garanticen el empleo, el derecho a la educación y el acceso a mejores infraestructuras. Dado que el país parte de cero en muchos aspectos, solo puede mejorar respecto a cómo estaba antes. Pero eso no significa que la construcción institucional, el buen gobierno y otros modelos e ideas tomados de Occidente sean una prioridad para ellos. Los ciudadanos libios quieren garantizar sus necesidades básicas antes de pensar en otras cosas. Lo que más les importa es el acceso a los alimentos, el agua y la seguridad.

Los obstáculos que deben superar los libios son tanto internos como regionales. Aunque da la impresión de que pocos echan de menos a Gadafi, sí son muchos los que piensan que vivían en mejores condiciones de seguridad antes de la Primavera Árabe. El tráfico de armas y drogas, el terrorismo, las migraciones, el poder de las milicias en un contexto en el que todavía no se han implantado unas fuerzas de seguridad oficiales, la relación entre las vacilantes perspectivas de Libia y la inestabilidad global predominante en la zona (Malí, Túnez, Egipto…) son factores que suscitan el miedo. En cuanto a las autoridades oficiales, las instituciones y los representantes, sus puntos débiles y sus contradicciones frecuentes hacen que a los libios les cueste sentirse protegidos. Las elecciones celebradas en julio de 2012 y los debates actuales en el Congreso General Nacional quizá le otorguen la etiqueta oficial de un país en vías de democratización. Pero queda mucho por desarrollar y consolidar para que la situación del país se encamine de verdad hacia el éxito.

Es difícil que Libia haga realidad ninguna perspectiva positiva mientras el país esté atrapado entre las contradicciones de un entorno inestable y los fuertes intereses de los actores extranjeros por su petróleo. Y a eso se añaden las complicaciones creadas por la resistencia de algunos elementos locales a permitir que el Gobierno central monopolice las decisiones relacionadas con la energía y el crudo y sus posibles beneficios. El mayor activo de Libia es su crudo, porque sus 40.000 millones de barriles de reservas demostradas, unidas a su escasa población (seis millones de personas), lo convierten en el Estado más prometedor del norte de África. Ahora bien, ese activo podría ser un inconveniente si no se encuentra a medio plazo la forma de garantizar unas decisiones políticas firmes, independientes y populares.

Vista con detalle, y pese a lo que pueda parecer, la experiencia libia sigue siendo, hasta ahora, el ejemplo más positivo de transición entre estos países. Pero eso no quiere decir que esté automáticamente asegurado el camino hacia el éxito. Es necesario tener más en cuenta las necesidades reales de la gente, permitir que las decisiones políticas sean democráticas pero también firmes cuando haga falta, abrirse a los socios regionales e internacionales al tiempo que mantienen opiniones y políticas independientes, y definir las prioridades del país en el desarrollo político, económico y social para los próximos cinco años, unos factores imprescindibles para que Libia se beneficie de verdad de la Primavera Árabe. La riqueza, la población limitada y la ausencia de luchas sectarias importantes son unas ventajas considerables que el país puede aprovechar. En cuanto a las afiliaciones a grupos locales, como las tribus y los clanes, existen y hay que tenerlas en cuenta. Pero son elementos fáciles de superar mientras los dirigentes políticos proporcionen las condiciones para que surja un Estado real, fuerte, democrático e independiente.

 

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