La situación de las personas que de una forma u otra cooperan con las fuerzas israelíes ha sido llevada al cine en varias ocasiones. Un intento de sacar del oscurantismo una figura, la del colaborador, que es parte inherente del propio conflicto.

(Abbas Momani/AFP/Getty Images)

 

Colaborar con el enemigo es una acción inherente al arte de la guerra. Sin embargo, el vocablo "colaboracionista" comenzó a acuñarse, tal y como lo utilizamos en la actualidad, durante la República de Vichy (1940-1944). El entonces Jefe de Estado de la Francia ocupada por los nazis, el Mariscal Pétain, exhortó a los franceses a colaborar con el invasor. Posteriormente, otros gobiernos como los de Bélgica, Países Bajos, Hungría o Noruega también recibirían ese mismo calificativo por su complicidad con el régimen de Adolf Hitler. Eran, por tanto, los gobiernos, más que los individuos, los que serían catalogados mediante dicho término.

No sería hasta los años de la Primera Intifada (1987-1993) cuando la figura del colaboracionista -entendido como individuo- cobró renovada importancia a raíz de la extensa cobertura mediática que recibió la revuelta palestina. Por entonces, los servicios de inteligencia israelíes diseñaron una política de reclutamiento sistemático de colaboradores para intentar controlar y dirigir los levantamientos populares, que corrigieron y aumentaron en las casi tres décadas posteriores de conflicto. Se calcula que decenas de miles de palestinos han sido captados como colaboradores por Israel desde la misma fundación del Estado en 1948, aunque la documentación de tales reclutamientos es compleja dada la confidencialidad de los archivos de inteligencia.

A los gobiernos israelíes tampoco les ha interesado nunca sacar del ostracismo esta práctica. Los métodos empleados en los territorios ocupados como el tratamiento médico de enfermedades graves a cambio de información, la amenaza de arresto de familiares, la reducción de condenas, la incautación de permisos para trabajar en Israel, la extorsión o hasta el uso de la tortura y los malos tratos violarían la ley internacional de ser presentadas ante un tribunal. Por otro lado, para los palestinos es una práctica vergonzante en cuanto que está ampliamente extendida y es motivo de repudia social y familiar. En la Franja de Gaza ser un colaboracionista además conlleva el arresto inmediato y en ocasiones, hasta la ejecución sumaria.

La persecución de colaboracionistas en Gaza

Así ocurrió en noviembre de 2012 cuando el gobierno de facto de Hamás aprovechó la crisis creada por el "asesinato selectivo" a manos del Ejército israelí del líder de su brazo armado, Ahmed Jabari, para ejecutar en público a varios sospechosos de colaborar con el enemigo. Los mandos de milicia islamista, que controla Gaza desde junio de 2007, constataron que fue precisamente la información proporcionada por un colaboracionista la que permitió a Israel localizar y ejecutar a uno de sus dirigentes más respetados. Desde entonces, Hamás ha practicado una política de tolerancia cero con los colaboracionistas, a excepción de alguna breve amnistía -la última a comienzos de 2013 semanas después de la Operación Pilar Defensivo- para quienes se identificasen como tales a cambio de una reducción de condena o de ayuda para sus familias.

La batalla emprendida por la milicia contra quienes considera traidores de la causa palestina ha dificultado a los servicios de inteligencia israelíes el uso de métodos tradicionales de captación, pero ha propiciado el desarrollo de otros, como el reclutamiento a través de las redes sociales, especialmente dirigido a jóvenes con dificultades económicas. El modus operandi es el siguiente: el joven recibe un día cualquiera el contacto de un supuesto empresario que le promete trabajo y un permiso para salir de Gaza. Le cita en algún lugar de Israel y cuando el futuro empleado acude a su encuentro ya está irremediablemente "atrapado" por la maquinaria del espionaje israelí.

Su servicio de inteligencia militar también ha apostado por nuevas formas de vigilancia mediante la aplicación de la alta tecnología para así reducir su dependencia de los colaboracionistas, dado el acecho constante que ejercen las fuerzas de seguridad de Hamás sobre ellos. Resulta común el uso de aviones no tripulados o drones -a menudo del modelo Skylark, desmontable, ligero y con gran autonomía de vuelo- que, equipados con cámaras de alta resolución, barren día y noche la Franja de Gaza. Aún así, al final, el factor humano resulta imprescindible para, por ejemplo, hacer entrega de un teléfono móvil que porte algún artefacto de seguimiento. O incluso un artefacto explosivo, como fue el caso del dirigente del brazo armado de Hamás conocido como "El Ingeniero", asesinado al explotarle el móvil que había recibido de un colaboracionista.

Tipos de colaboracionistas

Existen distintos tipos de colaboracionistas con Israel. Los más preciados para sus servicios de inteligencia son aquellos que se infiltran como miembros activos de organizaciones o movimientos políticos palestinos y son capaces de proporcionar información acerca de sus actividades de resistencia o de sus líderes. A menudo son captados tras ser arrestados por las fuerzas de seguridad israelíes y, con posterioridad, coaccionados para colaborar con ellas bajo la amenaza de castigos o la oferta de incentivos.

El más común de los colaboracionistas es el "informador", que tiene un contacto más cercano con la calle y que proporciona datos sobre actividades de grupos políticos, activistas o los nombres de quienes promueven las manifestaciones. A menudo son menores detenidos en protestas organizadas por alguno de los movimientos de resistencia no violenta, como las que se celebran semanalmente en las localidades de Bila´in, Na´alin o Nabi Saleh en contra de la construcción del muro de separación que Israel construye en Cisjordania.

Una vez interrogados, los futuros informadores pueden ser amenazados con el arresto de un familiar, con su propia detención administrativa -por la que pueden permanecer sin cargos y por tiempo indefinido en prisión- o con difundir el rumor en su vecindario de que su familia colabora con Israel (situación que acarrea la repudia social inmediata) para lograr que faciliten información acerca de personas específicas o actividades.

Otro tipo de colaboracionismo es el llamado económico. Se trata de palestinos que actúan como subcontratistas para empresas israelíes en la venta de sus productos en los territorios ocupados. También aquellos que compran terrenos o inmuebles supuestamente para uso propio pero que en realidad es en beneficio de los colonos en aquellas zonas especialmente sensibles como Jerusalén Este, donde el ayuntamiento evita cualquier control palestino futuro del lado oriental de la ciudad.

Una vez que están "quemados" -ya sea por haber sido desenmascarados o por la posibilidad de serlo- los informadores quedan clasificados en dos tipos. Unos cuantos Sayanim, es decir, aquellos que han prestado importantes servicios al Estado de Israel, pasan a recibir una identidad ficticia, un salario y la protección del Ministerio de Defensa israelí. Y luego, una mayoría de "individuos amenazados" que han prestado servicios menores y que son compensados únicamente con permisos de residencia temporal en Israel, lo que hace que muchos de ellos terminen viviendo de la beneficencia o delinquiendo.

Los colaboracionistas en el cine

Dos largometrajes recientes, uno de producción israelí y el otro palestina, han contribuido en los últimos meses a sacar del ostracismo la figura del colaboracionista con Israel, siempre rodeada de un cierto halo de misterio. Omar, del director Hany Abu-Assad, que resultó nominada a un Oscar como Mejor Película Extranjera en la última gala de Hollywood -también lo fue su anterior filme Paradise Now, en 2005- y Bethlehem, del director Yuval Adler, que en cambio no logró ser elegida entre las preseleccionadas para optar a la estatuilla.

Aunque ambos filmes abordan el papel del informador, su género, argumento y enfoque son radicalmente distintos. Omar es un melodrama que cuenta la historia de un joven panadero palestino (Adam Bakri) que salta con frecuencia el muro de separación para ver a su novia Nadia (Leem Lubany), hermana de Tareq (Eyad Hourani), uno de los amigos de la infancia de Omar y activista buscado por el servicio de seguridad interior israelí, el Shabak. Un día Omar es capturado y torturado por soldados israelíes quienes le coaccionan y amenazan para que colabore con ellos. En ese momento el panadero se enfrentará al dilema moral de delatar a sus amigos o ceder a las coacciones del Shabak cuando la situación en la que se ve inmerso le hace desconfiar de todos.

Una disyuntiva parecida presenta Bethlehem, un drama psicológico que aborda la relación entre Sanfur (Shadi Mar’i), un joven colaboracionista de Belén con lealtades divididas entre el apoyo hacia su hermano mayor, Ibrahim (Hisham Suliman), un importante dirigente de las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa, y su empatía con Razi (Tsahi Halevi), su controlador en el Shabak. Una trama centrada en el escenario que la mayoría de israelíes imaginan cuando piensan en el conflicto: un atentado terrorista que está a punto de suceder y que ha de ser evitado a toda costa por los agentes del Shabak que utilizarán todas las herramientas a su alcance para conseguirlo. Una trama que transcurre en paralelo a las corruptelas de algunos de los oficiales de la Autoridad Nacional Palestina y al caos generado por las Brigadas de Al Aqsa y la milicia islamista Hamás.

Ambos directores tuvieron la idea de hacer una película al respecto a partir del mismo caso real, publicado en la prensa, en que un colaboracionista palestino termina asesinando al agente israelí del que dependía. Pero llegan a conclusiones muy diferentes, quizás debido a sus respectivas experiencias personales. En el caso de Adler por haber estado en el servicio de inteligencia militar durante su servicio en el ejército, y de Abu-Assad por haber sido monitorizado por el Shabak debido a su activismo político. Cómo uno y otro abordan la cuestión de la ocupación es otro elemento diferenciador. Mientras que en Omar el control israelí de los territorios ocupados queda retratado como una realidad patente que condiciona la vida de los palestinos, Bethlehem se centra en una visión más israelí del conflicto, donde se ignoran aspectos claves de la ocupación -como la restricción de movimientos de los palestinos o la confiscación de sus tierras por parte de Israel- para concentrarse únicamente en la amenaza terrorista y en la relación que establecen Razi y Sanfur.

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