Los partidos religiosos del mundo islámico no son las apisonadoras que se les ha hecho parecer.

 

¿Votan los musulmanes automáticamente por los islamistas? Éste es el peligro que invocan los hombres fuertes desde Túnez a Tashkent, y muchos expertos occidentales coinciden. Destacan las victorias políticas de los partidos islamistas en Egipto, Palestina y Turquía en los últimos años y avisan de que, si ganan más elecciones en todo el mundo islámico, el poder podría pasar a manos de fundamentalistas antidemocráticos. Pero estos triunfos constituyen excepciones, no la norma política. Cuando examinamos los resultados de los comicios parlamentarios en todas las sociedades musulmanas, encontramos un patrón bien distinto: si pueden elegir, los votantes tienden a decantarse por partidos seculares y no religiosos. Durante los últimos cuarenta años, 86 elecciones parlamentarias de 20 países musulmanes han incluido a uno o más partidos islamistas, según los informes anuales de la Unión Interparlamentaria. Los votantes han dado la espalda a dichas formaciones de forma abrumadora. El 80% de estos partidos obtuvo menos del 20% de los sufragios, y una mayoría logró menos del 10%, lo que no puede considerarse éxitos aplastantes. Lo mismo sucede incluso en los últimos años, con porcentajes prácticamente invariables desde 2001.

Es cierto, los islamistas han logrado algunas victorias relevantes muy bien publicitadas, como en Argelia en 1991 y en Palestina en 2006. Pero con mucha más frecuencia, sus partidos obtienen pésimos resultados. Y aún más, cuanto más libres y justas son las votaciones, peor les va. Según nuestros cálculos, el porcentaje medio de escaños obtenidos por este tipo de grupos en comicios relativamente libres es 10 puntos más bajo que en otros menos libres.

Incluso si no ganan, los partidos islamistas se vuelven más liberales en el proceso electoral. En las elecciones más libres, las plataformas de partidos islamistas suelen centrarse menos en la sharia (ley islámica) o en la yihad (guerra santa) armada y apoyar la democracia y los derechos de las mujeres. E incluso en los países más autoritarios, las plataformas islamistas han ido moviéndose, en el curso de muchas elecciones, hacia posiciones más liberales: el Partido por la Justicia y el Desarrollo (PJD) de Marruecos y el Frente de Acción Islámica de Jordania eliminaron la sharia durante los últimos años.

Son partidos conservadores en el ámbito cultural, se mire como se mire, pero su decisión de presentarse a unos comicios los enfrenta a los revolucionarios islamistas. En muchos casos, incluso arriesgan sus vidas al hacerlo. Hace casi dos décadas, incluso antes de su alianza con Osama Bin Laden, el yihadista egipcio Ayman al Zauahiri escribió un alegato contra los Hermanos Musulmanes, en el que condenaba su abandono de los métodos revolucionarios en favor de la política electoral. “Decir que un musulmán es demócrata o que demanda democracia es como decir que es un musulmán judío o un musulmán cristiano”, escribió. En Irak, los revolucionarios suníes renovaron recientemente su campaña “para empezar a matar a todos los que participan en el proceso político”, según un aviso recibido por un político suní que fue después asesinado en Mosul.

Lo que encoleriza a Zauahiri y a los que son como él es que los islamistas sigan haciendo caso omiso a las órdenes de abandonar la política. A pesar de las amenazas de los terroristas y de la fría acogida de los votantes, cada vez más islamistas entran en el proceso electoral. Hace un cuarto de siglo, muchos de estos movimientos intentaban derribar el Estado y crear una sociedad islámica, inspirándose en la Revolución iraní. Ahora trabajan dentro del sistema secular.

Pero los problemas actuales de los partidos islámicos pueden recordar a otro momento del pasado, el periodo decisivo de principios del siglo xx, en el que las demandas de democracia y de derechos humanos ganaron apoyo masivo por primera vez en las sociedades musulmanas, desde el Imperio Ruso hasta el Otomano. Entonces como ahora, los movimientos islámicos, como la Sociedad por la Unidad Islámica de la era otomana, se oponían a la política electoral. Pero eso no fue lo que al final minó la democracia en las sociedades musulmanas; fueron autócratas laicos, como Mustafá Kemal Ataturk, en Turquía, y el sha de Persia quienes suprimieron los movimientos islámicos democráticos, obligándolos a pasar a la clandestinidad, contribuyendo así a su radicalización.

Hoy, también, los dictadores y los terroristas conspiran para impedir que los partidos islamistas compitan con libertad por los votos. La represión gubernamental ha tenido éxito en un sentido: los islamistas han ganado pocas elecciones. En cambio, en un sentido más amplio, está fracasando: según la Encuesta Mundial de Valores, que ha estudiando las actitudes culturales en todo el mundo, el apoyo a la sharia es una tercera parte menor en los países con elecciones relativamente libres que en otras sociedades musulmanas. En otras palabras, la supresión de los movimientos islámicos sólo los ha hecho más populares. Tal vez, la democratización no sea un regalo para los islamistas.