La
sacralidad de la vida

Peter Singer Los
partidos políticos

Fernando Henrique Cardoso

El euro
Christopher Hitchens

La
pasividad japonesa

Shintaro Ishihara

La monogamia

Jacques Attali

La
jerarquía religiosa

Harvey Cox

El Partido
Comunista Chino

Minxin Pei

Los
coches contaminantes

John Browne

El
dominio público

Lawrence Lessig

Las
consultas de los médicos

Craig Mundie

La monarquía
inglesa

Felipe Fernández-Armesto

La
guerra contra las drogas

Peter Schwartz

La
procreación natural

Lee Kuan Yew

La polio
Julie Gerberding

La soberanía

Richard Haass

El anonimato

Esther Dyson

Los subsidios
agrícolas

Enrique Iglesias

Suele darse por sentado que los partidos son cruciales para la vida
política moderna. Constituyen la base del sistema democrático
representativo desde finales del siglo XIX. Sin embargo, sus perspectivas
en las grandes democracias de hoy no son halagüeñas. Es más,
es posible que esas poderosas máquinas políticas desaparezcan
pronto.

La tierra bajo sus pies ya se está moviendo. Los partidos han
fundado sus programas en divisiones ideológicas y de estatus que
cada vez son menos importantes. Aunque la conciencia de clase sigue contando,
las identidades étnicas, religiosas y sexuales tienen ya prioridad
y representan afiliaciones que recorren de forma transversal los límites
entre los partidos tradicionales. Las etiquetas de izquierda y derecha
significan cada vez menos. Los ciudadanos tienen múltiples intereses,
distintos sentimientos de pertenencia e identidades superpuestas. Algunas
formaciones políticas han conseguido adaptarse. Por ejemplo, el
Partido Laborista británico, bajo el mando del primer ministro,
Tony Blair, o el Partido de los Trabajadores de Brasil, cuya orientación
económica tiene muy poco que ver con sus orígenes sindicalistas.

Los partidos tienen
poca capacidad de maniobra cuando se plantea un asunto directamente
a la gente

Otros no serán tan afortunados. Existe un desplazamiento político
unido a una fatiga creciente respecto a las formas tradicionales de representación.
La gente ya no confía en los dirigentes políticos. Quieren
más voz en los asuntos públicos y prefieren expresar sus
intereses de manera directa o a través de grupos de presión
y las ONG. Por ejemplo, el debate sobre los alimentos genéticamente
modificados en Europa no se entiende sin hacer referencia a organizaciones
como Greenpeace. Y, gracias a las comunicaciones modernas, los grupos
cívicos pueden prescindir de los partidos para influir en la política. Éstos
ya no tienen el monopolio de la legitimidad.

Votar sigue siendo fundamental, pero para ello no hacen falta estas
organizaciones. Es más, cuanto más importante es el tema,
más probabilidades hay de que gobiernos de lugares tan distintos
como Suiza, Bolivia y California busquen la legitimidad a través
de referendos. El rechazo a la Constitución Europea en Francia
y los Países Bajos demuestra que los grandes partidos, muchas
veces, tienen escasa capacidad de maniobra cuando se plantea un asunto
directamente a la gente. Se encuentran en una coyuntura crítica:
tienen que transformarse o se volverán irrelevantes. Para sobrevivir,
deben elaborar agendas flexibles que no dependan de las tradicionales
divisiones ideológicas y de clase. Necesitarán volver a
capturar la imaginación del público. Y tendrán que
aceptar que otros también merecen un sitio en la mesa política.

 

Los partidos políticos. Fernando
Henrique Cardoso

La
sacralidad de la vida

Peter Singer Los
partidos políticos

Fernando Henrique Cardoso

El
euro

Christopher Hitchens

La
pasividad japonesa

Shintaro Ishihara

La
monogamia

Jacques Attali

La
jerarquía religiosa

Harvey Cox

El
Partido Comunista Chino

Minxin Pei

Los
coches contaminantes

John Browne

El
dominio público

Lawrence Lessig

Las
consultas de los médicos

Craig Mundie

La
monarquía inglesa

Felipe Fernández-Armesto

La
guerra contra las drogas

Peter Schwartz

La
procreación natural

Lee Kuan Yew

La
polio

Julie Gerberding

La
soberanía

Richard Haass

El
anonimato

Esther Dyson

Los
subsidios agrícolas

Enrique Iglesias

Suele darse por sentado que los partidos son cruciales para la vida
política moderna. Constituyen la base del sistema democrático
representativo desde finales del siglo XIX. Sin embargo, sus perspectivas
en las grandes democracias de hoy no son halagüeñas. Es más,
es posible que esas poderosas máquinas políticas desaparezcan
pronto.

La tierra bajo sus pies ya se está moviendo. Los partidos han
fundado sus programas en divisiones ideológicas y de estatus que
cada vez son menos importantes. Aunque la conciencia de clase sigue contando,
las identidades étnicas, religiosas y sexuales tienen ya prioridad
y representan afiliaciones que recorren de forma transversal los límites
entre los partidos tradicionales. Las etiquetas de izquierda y derecha
significan cada vez menos. Los ciudadanos tienen múltiples intereses,
distintos sentimientos de pertenencia e identidades superpuestas. Algunas
formaciones políticas han conseguido adaptarse. Por ejemplo, el
Partido Laborista británico, bajo el mando del primer ministro,
Tony Blair, o el Partido de los Trabajadores de Brasil, cuya orientación
económica tiene muy poco que ver con sus orígenes sindicalistas.

Los partidos tienen
poca capacidad de maniobra cuando se plantea un asunto directamente
a la gente

Otros no serán tan afortunados. Existe un desplazamiento político
unido a una fatiga creciente respecto a las formas tradicionales de representación.
La gente ya no confía en los dirigentes políticos. Quieren
más voz en los asuntos públicos y prefieren expresar sus
intereses de manera directa o a través de grupos de presión
y las ONG. Por ejemplo, el debate sobre los alimentos genéticamente
modificados en Europa no se entiende sin hacer referencia a organizaciones
como Greenpeace. Y, gracias a las comunicaciones modernas, los grupos
cívicos pueden prescindir de los partidos para influir en la política. Éstos
ya no tienen el monopolio de la legitimidad.

Votar sigue siendo fundamental, pero para ello no hacen falta estas
organizaciones. Es más, cuanto más importante es el tema,
más probabilidades hay de que gobiernos de lugares tan distintos
como Suiza, Bolivia y California busquen la legitimidad a través
de referendos. El rechazo a la Constitución Europea en Francia
y los Países Bajos demuestra que los grandes partidos, muchas
veces, tienen escasa capacidad de maniobra cuando se plantea un asunto
directamente a la gente. Se encuentran en una coyuntura crítica:
tienen que transformarse o se volverán irrelevantes. Para sobrevivir,
deben elaborar agendas flexibles que no dependan de las tradicionales
divisiones ideológicas y de clase. Necesitarán volver a
capturar la imaginación del público. Y tendrán que
aceptar que otros también merecen un sitio en la mesa política.

 

 

 

 

 

Fernando Henrique Cardoso, ex presidente
de Brasil (1995-2003), preside el Club de Madrid.