Estos son algunos de los países en los que las mujeres tienen más dificultades para trabajar, emprender y disfrutar de unos derechos laborales análogos a los de los varones.

 

Mauritania

Mauritania ha ratificado varios acuerdos internacionales contra la discriminación laboral pero los textos legales se quedan cortos para hacer frente a una situación devastadora. Las mujeres siguen viendo cómo el mundo profesional se aleja a causa del analfabetismo rampante y de los bajos niveles educativos, que las distancian aún más de los hombres. La legislación nacional -que considera a las mujeres como menores de edad perpetuas- desde luego no las ayuda, y entra en contradicción con la ratificación de convenios internacionales para defender la igualdad entre sexos. La normativa peca de paternalismo y sobreprotección respecto al desempeño laboral femenino; estipula la prohibición de que los niños y las mujeres realicen trabajos que excedan su capacidad física y que dañen su integridad física y “conducta moral”. En ese mensaje ya van implícitas las reticencias de la sociedad y la legislación mauritanas hacia el trabajo femenino; pero además, al aunar a las mujeres y a los niños bajo el mismo epígrafe normativo, se perpetúa la visión de los empleadores que considera a las mujeres incapaces para realizar ciertos trabajos.

Tristemente, existe un sector inmenso en el que la demanda de empleo femenino es boyante: el trabajo forzado. Mauritania es el país con mayor número de esclavos contemporáneos; alrededor del 20% de la población del país lleva a cabo trabajos forzados a los que se ven abocados por deudas, matrimonios no deseados o por ser víctimas del tráfico de seres humanos. Las mujeres se ven afectadas por esta esclavitud moderna en mucho mayor medida que los hombres ya que los citados matrimonios no deseados son el camino más habitual al trabajo forzado

 

Pakistán

A. Majeed/AFP/Getty Images
A. Majeed/AFP/Getty Images

Pakistán tiene la segunda tasa de participación laboral femenina más baja del mundo, sólo por detrás de la devastada Siria. La mayor parte de las trabajadoras del país se desempeñan en la economía informal, donde carecen de protección y de derechos efectivos. El conservadurismo reinante considera el trabajo femenino como una afrenta al honor de la familia y una amenaza a la integridad física de las mujeres. Este se impone sobre una legislación que, si se aplicase, podría ayudar a las mujeres a incorporarse al mundo del trabajo pues reconoce derechos tales como la baja remunerada por maternidad. Los esfuerzos normativos orientados a la discriminación positiva, como el establecimiento de una cuota mínima del 5% de mujeres para el empleo público, adolecen de una modestia que habla por sí misma, pero, además, en muchos casos ni siquiera es posible cumplir con ese umbral.

La salud es uno de los pocos ámbitos en los que ha despuntado un cierto auge del trabajo femenino. Más de 90.000 mujeres conforman un servicio de asistencia sanitaria conocido como Lady Health Workers, un programa lanzado en 1994 para favorecer la ocupación femenina en labores sanitarias en las zonas rurales; la iniciativa goza cada vez de mayor aceptación en Pakistán y está sirviendo de inspiración para lanzar un programa parecido en el vecino Afganistán. Los equipos de vacunación contra la polio en zonas rurales, ocupación altamente peligrosa, también están formados en su mayoria por mujeres. En las ciudades, el destino profesional más frecuente es la manufactura textil, que representa más del 50% de las exportaciones pakistaníes. Sector que, al mismo tiempo, ofrece un punto de entrada profesional a muchas mujeres sin formación ni recursos pero que es conocido por sus duras condiciones de trabajo.

En la inmensa mayoría de los casos, la incorporación de la mujer pakistaní al mundo profesional es una cuestión de supervivencia en puestos precarios; las posiciones de mayor categoría son para una ínfima minoría, mientras que la falta de formación, redes de contactos y sistemas de apoyo dificultan enormemente que las mujeres puedan fundar sus propias empresas. Una excepción se está dando, precisamente, en la industria textil, donde muchas mujeres se han convertido en micro-empresarias que trabajan desde sus casas. Un pequeño paso que convierte a miles de amas de casa en empresarias y profesionales remuneradas.

 

Arabia Saudí

En una sociedad ultraconservadora en la que a las mujeres ni siquiera les está permitido conducir, no es de extrañar ni que estas se enfrenten a enormes desafíos laborales ni que Arabia Saudí sea el tercer país del mundo con menor integración de la mujer en el mundo profesional. La situación, sin embargo, ha mejorado en los últimos veinte años: la tasa de participación femenina se ha triplicado en ese intervalo (hasta alcanzar un mísero 15%) y las mujeres están legalmente autorizadas a fundar y dirigir sus propios negocios.

Las pocas mujeres que trabajan lo hacen en ambientes segregados, sin contacto con los varones, tal como prescriben las rígidas leyes del Reino. Las autoridades, no obstante, son cada vez más conscientes de que no es económicamente sostenible prescindir de la aportación de las mujeres; el propio Rey Abdullah considera el incremento del empleo femenino una prioridad. Para lograr una mayor participación laboral de las mujeres sin vulnerar la segregación por sexos, las autoridades han concebido grandes ciudades y complejos industriales sólo para trabajadoras. Está previsto que el primero de estos complejos se inaugure pronto en la localidad de Yanbu, donde inicialmente trabajarán 50 mujeres en la producción de textiles, joyas, suministros médicos, juguetes y artesanía tradicional.

No es ésta la primera innovación en materia de promocionar el trabajo femenino manteniendo esta segregación, ya que en los años ochenta se crearon los bancos sólo para mujeres. Más recientemente, en 2013, se expidieron licencias para la primera abogada y la primera agente de policía en la historia del Reino. Sin embargo, la ofensiva más significativa en defensa del empleo femenino tuvo lugar recientemente a través de la llamada “Campaña de la lencería”, que llevó al Rey Abdullah a firmar un decreto que prohíbe a los hombres trabajar en las tiendas de ropa femenina y de cosméticos, de tal forma que los puestos vacantes han sido cubiertos por decenas de miles de mujeres. Tales iniciativas, aun pudiendo ofrecer mejorías cuantitativas, se quedan muy lejos de lo que realmente se requiere para lograr una participación sustantiva de las mujeres en el mundo profesional saudí, sobre todo de las mejor formadas, ya que alrededor del 70% de los nacionales saudíes que tienen educación universitaria son mujeres.

Yemen

Mohammed Huwais/AFP/Getty Images
Mohammed Huwais/AFP/Getty Images

El trabajo de la mujer en Yemen, el país árabe más pobre y atrasado, es casi totalmente invisible. La participación de la mujer en la vida económica se encuentra entre las cinco más bajas del mundo. Se dan todas las condiciones para ello: la mayoría de las yemeníes son analfabetas y la costumbre patriarcal impone que estas, normalmente ignorantes de sus derechos, cedan al varón la gestión de los asuntos económicos. Actualmente, una ínfima minoría de mujeres tiene empleos remunerados, pero la mayor parte de ellas realizan trabajos sin salario en sectores como la agricultura, el pastoreo o la recolecta de leña, actividades en la que no les ampara ningún derecho. En las ciudades la situación no es mucho mejor, ya que la inmensa mayoría de las mujeres que trabajan lo hacen en el sector informal, y normalmente sin percibir un salario a cambio de su esfuerzo.

De modo general, la legislación yemení prohíbe la discriminación de la mujer en el espacio de trabajo. A su vez, la normativa ofrece protección y garantías de acceso de la mujer al mundo del trabajo, por ejemplo confiriéndoles hasta 80 días remunerados de baja por maternidad. El problema es que incluso estas buenas intenciones normativas se estrellan contra la realidad de una sociedad que tiende a considerar el trabajo femenino como deshonroso, y en la que sólo de manera paulatina comienzan a abrirse nuevos esferas de actividad a la mujer. Una de esas nuevas actividades que ha llamado la atención recientemente es la de las mujeres pintoras que, con la financiación de Naciones Unidas y los gobiernos de Japón y Corea del Sur, desafían la hostilidad y los estereotipos tradicionales.

Las condiciones laborales de las yemeníes en su país oscilan entre la falta de independencia, la extrema dureza y la invisibilidad absoluta, pero aún más vulnerables son las miles de empleadas domésticas procedentes de Somalia que trabajan en el país. Además, con la inestabilidad política de corte revolucionario que sacudió Yemen en 2011, muchas de las familias que las empleaban han huido del país o por lo menos de la capital, con lo que muchas somalíes se han quedado sin empleo y completamente a la deriva.

 

India

Parthajit Datta/AFP/Getty Images
Parthajit Datta/AFP/Getty Images

Debido al peso demográfico del país, la mala situación de la mujer trabajadora en la India adquire una resonancia sin parangón. Se trata de uno de los países con menor tasa de participación laboral femenina, sobre todo en trabajos de calidad, ya que las mujeres ocupan sólo el 5% de los puestos de responsabilidad, frente a una media global del 20%. Debido a la preeminencia de patrones tradicionales, casi la mitad de las mujeres que sí trabajan abandonan sus carreras profesionales al cabo de unos años. Además, la ínfima presencia de la mujer india en el empleo remunerado formal no sólo no mejora, sino que declina: según la OIT, el índice de participación laboral femenina en el país cayó del 37% al 29% entre 2004 y 2010.

Incluso en los sectores más punteros de la economía india, como las tecnologías de la información, las trabajadoras se topan también con el llamado glass ceiling (techo de cristal), ya que se concentran sobre todo en los escalafones inferiores, mientras que sólo un 5% de ellas ocupan puestos jerárquicamente relevantes. En el otro extremo, el de la economía precaria tradicional, despuntan ya algunos nuevos empleos con los que las mujeres tratan de combatir la desocupación. Uno de ellos es el de la extracción manual de sustancias químicas a partir de las algas marinas (fundamentalmente para la fabricación de cosméticos), un negocio que podría mover hasta 7.000 millones de dólares en pocos años. Este trabajo es casi íntegramente realizado por mujeres de las zonas costeras del país, y constituye una buena alternativa a la pesca, considerada una actividad problemática para mujeres que son a su vez responsables de criar a los niños, recolectar leña y llevar agua al hogar. Por lo que respecta a las emprendedoras indias, son aún una realidad marginal; según un reciente estudio, el país no sólo está lejos de las economías más avanzadas en este sentido, sino que también está por detrás de Estados menos pujantes, como Marruecos y Egipto, y al mismo nivel que Uganda.

Además del problema del acceso, igualmente peliaguda es la cuestión de las condiciones de trabajo. Algunos sectores que suelen demandar trabajo femenino, como la fabricación manual de cigarrillos, son precisamente conocidos por las miserables condiciones laborales predominantes. La industria textil, que ocupa a un inmenso número de trabajadoras indias y mueve alrededor de 45.000 millones de dólares al año, se ve manchada por las penosas condiciones que prevalecen: horarios interminables, discriminación por casta, horas extra forzadas, salarios ínfimos que no siempre se pagan, condiciones sanitarias pésimas y sindicatos inermes. El colectivo textil se ha movilizado ya para exigir que el salario mínimo femenino se equipare al de los hombres.