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He aquí la estrategia del Presidente venezolano para retrasar un colapso total de la economía.

El presidente venezolano, Nicolás Maduró, defraudó con creces a quienes anticipaban un remezón en la consciencia chavista que enderezara la economía. El baldazo de agua fría llegó en forma de un simple baile de ministros de una cartera a otra, favoreciendo al chavismo más dogmático por encima del reformista.

Los mercados se espantaron con la ausencia de medidas a pesar de la penuria económica del país y de sus habitantes. Los editoriales y la mayoría de opiniones auguran ahora un inevitable colapso económico, incluyendo un posible default, impago de deuda.

Pero es prematuro escribir un obituario al chavismo. El fatalismo obvia que las decisiones de Maduro tienen que atender ante todo la urgencia política, aún a expensas del sentido común económico. Es un rasgo del chavismo, y esperar lo contrario es desconocer el modus operandi del populismo radical que encarna. Y, sin embargo, ahí sigue, aunque se le haya dado tantas veces por muerto.

Dicho eso, el gobierno de Maduro sí está maquinando con el fin de ganar tiempo y oxígeno económico a corto plazo que le permita aliviar la situación económica, sin perder más apoyo popular. Y en el caso de Venezuela, el petróleo siempre ha sido el único catalizador capaz de reflotar o aniquilar políticos.

Específicamente, Maduro está apostando por un milagro, porque no hay mucho tiempo para darle vuelta al panorama. Sería un suicidio político devaluar el bolívar o subir el precio de la gasolina, aunque en cualquier otro país es sin discusión lo que habría que hacer. Pero el chavismo no se olvida de que su ascenso vino precisamente después de que sus antecesores se atrevieran a imponer medidas similares. O sea, el remezón que muchos querían era desde un principio imposible.

Y como no hay otra, Maduro pronto quemará uno de sus últimos y más poderosos cartuchos, Citgo, la filial estadounidense del titán Petróleos de Venezuela SA (PDVSA). Está a la venta y esperan captarse no menos de 10.000 millones de dólares a corto plazo. Y venderla, aunque controvertido, es en esta coyuntura una de las mejores alternativas estratégicas que sea políticamente aceptable y económicamente rentable.

El grueso de ese influjo de capital no estaría destinado ni a las reservas internacionales ni a comprar insumos urgentes. Tampoco terminaría en la Faja de Orinoco, donde se acumula la mayoría de las reservas venezolanas, las más grandes del planeta. La producción de la Faja requiere más capital y tiempo para ver los resultados.

Gran parte de ese dinero iría donde se encuentra el grueso de la producción venezolana, el Lago de Maracaibo, que este año conmemoró el centenario de la primera explotación en el país. Los resultados son más inmediatos, pero no se ha hecho hasta ahora porque la inversión inicial es alta y toda en líquido para pagar a empresas de servicios privadas, que a diferencia de las grandes compañías no pueden financiar por adelantado el trabajo, mucho menos con el historial crediticio de PDVSA.

Baile de sillas

Maduro remplazó a Rafael Ramírez, el todopoderoso ministro de petróleo y presidente de PDVSA durante más de una década. Es el arquitecto de mucho de lo bueno y lo malo de PDVSA en la actualidad. Pero también se tornó algo corrosivo al convertirse en la voz más pragmática del chavismo, entre otras cosas, rescatando la idea original de Chávez de vender  Citgo y promoviendo un aumento del precio de la gasolina y más medidas monetarias que hubieran aumentado la inflación aún por encima del casi 70% actual.

Ramírez pasó a ser canciller, donde le encargaron entre otras cosas dirigir los asuntos petroleros de Venezuela en el exterior, lo cual incluirá la venta de Citgo. En el Ministerio de Petróleo, Ramírez fue sustituido por Asdrubal Chávez, primo del caudillo, pero también un reconocido ingeniero químico y veterano de puestos ejecutivos en PDVSA y del Ministerio. A la jefatura de PDVSA pasa Eulogio del Pino, quien fue promovido desde la vicepresidencia de exploración.

Hubo otros cambios cosméticos en el Gobierno y ningún anunció sobre transformaciones sustanciales en la política monetaria, ni medidas concretas que sugieran que la política macroeconómica va a mejorar a corto plazo. Al contrario, se enroca políticamente el chavismo más acérrimo y en el sector petrolero se prioriza un liderazgo con perfil técnico cuya única tarea es aumentar bestialmente la producción.

Además, se augura de modo inevitable cambios en la costosa diplomacia venezolana a través de Petrocaribe, el programa que ha aliviado a los países más pobres de Centro América y el Caribe al venderles crudo en condiciones preferenciales. Ramírez sería el encargado de renegociar acuerdos que dejaron de ser viables en la actual coyuntura económica.

La estrategia 

Citgo es uno de los activos más importantes de PDVSA, y algunos dirían que la joya de la corona. La intención de venderla data de 2010, cuando el presidente Hugo Chávez la descartó como activo estratégico de PDVSA por ser un mal negocio. Desde entonces, el precio nominal de venta es en torno a los 10.000 millones de dólares por sus 750.000 barriles diario de capacidad de refino, además de más de 6.000 estaciones de servicio propias o franquiciadas. PDVSA es dueña de otras participaciones en refinerías de Estados Unidos. Aunque es verdad que sus activos en EE UU no han dejado mucha ganancia desde hace años y, además, su venta sería coherente con la decisión política de Venezuela de gradualmente disminuir sus ventas petroleras en territorio estadounidense.

En prensa se asegura que PDVSA quiere cerrar un acuerdo en septiembre y que el precio de venta oscilaría entre 8.000 y 10.000 millones de dólares, quizás más si se incluye todos los activos en Estados Unidos. La venta es controvertida tanto para chavistas como por la oposición.

Con la venta de Citgo y los nombramientos a puestos clave de la industria petrolera y cancillería, Maduro está recurriendo a estrategias de máximo impacto para aumentar la producción de crudo, el colchón de todo gobierno venezolano.

Gran parte del problema de liquidez de Venezuela es la enorme deuda acumulada con China que se paga con oro negro, hiriendo por tanto su flujo de capital. Mientras, la economía podría contraerse 3,5%  este año, según la agencia de calificación Standard and Poor’s. El Estado acumula deudas por proveedores internacionales de al menos 10.0000 millones de dólares. Y tiene que pagar las obligaciones de su deuda soberana a una tasa de interés más de diez puntos superior a la de EE UU, diez veces más que México y el doble que Argentina. Es decir, deudores le sobran  y, por tanto, es urgente aumentar el ingreso de capital, lo que para Venezuela quiere decir petróleo.

La única manera de aumentar rápidamente la deprimida producción en Venezuela es invertir enormes recursos en tecnología de recuperación mejorada de petróleo, conocida como EOR (por sus siglas en inglés). Básicamente, los pozos venezolanos más antiguos han sido drenados tanto que con la infraestructura actual cada año producen menos, a medida que baja la presión.

Con la costosa tecnología EOR se pueden aumentar significativamente la producción en muy corto plazo. Y con esa inyección adicional de ingreso petrolero Maduro podría sortear mejor la insostenibilidad económica actual, durante un tiempo limitado claro: 10.000 millones de dólares no alcanzan para sacar a Venezuela del hueco en el que está. De hecho, los proyectos más prometedores se concentran en la división occidental de PDVSA, la cual en julio estimó que con el capital necesario podría recuperar 45% la producción, o unos 300.000 barriles diarios, para 2019. O sea, 30 millones de dólares diarios más, si es que se logran esos objetivos.

Los riesgos 

El chavismo no tiene ni tiempo ni espacio para más. Maduro no puede apostar por un aumento de producción en la Faja del Orinoco porque no llegará a tiempo, sobre todo ante la falta de recursos de PDVSA. La mejor oferta de retorno a la inversión está en el EOR.

No es una estrategia exitosa a largo plazo, sin duda, pero sí una que puede permitirle a Maduro traer en rienda al chavismo y retrasar un colapso total de la economía. Maduro, a diferencia de Chávez y los gobierno neoliberales, tampoco puede recurrir al despilfarro para comprar la lealtad.

Sin embargo, la tentación de usar los recursos de Citgo o inclusive de cualquier aumento de producción resultante del EOR con fines políticos es enorme, sobre todo con elecciones y un posible referendo revocatorio a la vuelta de la esquina. Maduro, por tanto, al vender Citgo y reorganizar la industria petrolera se la juega todo: o salva la revolución a corto plazo o se hunde con ella si esos recursos terminan despilfarrados.