Collapse. How Societies
Choose to Fail or Survive (Desplome. Cómo las sociedades eligen
fracasar o sobrevivir)

Jared Diamond
575 págs., Penguin/Allen Lane, Londres, 2005 (en inglés)


La devastación causada por el tsunami que azotó el sureste de
Asia el pasado 26 de diciembre motivó la aparición en la prensa
mundial de una serie de historias que no suelen formar parte del torbellino
diario de las noticias. Los moken de Tailandia, por ejemplo, un pueblo de una
cultura marítima milenaria, habían advertido con antelación
la llegada de la ola gigante. Los signos físicos de su inminencia se
habían transmitido de una generación a otra desde tiempos inmemoriales
y eso les salvó. Un hotel de la costa del Índico se libró del
desastre gracias a haber conservado como reclamo turístico los tradicionales
manglares, que actuaron llegado el momento como una barrera protectora natural.

Informaciones como ésas parecieron entonces simples detalles en medio
de una catástrofe que se había cobrado decenas de miles de vidas,
anécdotas de un apocalipsis, al fin y al cabo, causado por un accidente.
Sin embargo, la lectura del espléndido último libro de Jared
Diamond sugiere algo muy distinto: esos datos ilustran estrategias humanas
de supervivencia, en unos casos, y de suicidio inconsciente, en otros. Pero
en Collapse, Diamond (Boston, 1937), profesor de Geografía en la Universidad
de California, Los Ángeles (UCLA), no sólo ayuda a comprender
mejor las noticias. Ofrece al lector una visión global de la fragilidad
del planeta, cuya destrucción se está produciendo de forma sostenida
en el tiempo y es decidida por los seres humanos, intencionadamente o no.

El ensayo, que lleva el significativo subtítulo de ‘Cómo
las sociedades eligen fracasar o sobrevivir’, puede ser considerado una
segunda parte de su best-seller mundial Armas, gérmenes y acero:
la sociedad humana y sus destinos,
con el que logró el Premio Pulitzer
en 1997. Si en aquél el autor viajaba al pasado para explicar las razones
medioambientales del surgimiento de la civilización en unas regiones
del mundo antes que en otras, en su nueva obra mira al futuro llamando la atención
sobre las vulnerabilidades ecológicas de nuestro modelo de desarrollo.

El éxito de Armas, gérmenes y acero no le ahorró críticas
por su supuesta corrección política -su explicación
de que la preeminencia de Occidente obedecía tan sólo a la pura
coincidencia de factores ecológicos olvidaba, para sus detractores,
la influencia de los procesos culturales, del individualismo, del hecho de
que, como escribió uno de ellos, "una idea vale más que
un microbio"- ni reproches por su presunto determinismo medioambiental.

Collapse era, por tanto, una obra en cierta forma esperada y al poco de aparecer
se encaramó a las listas de los libros más vendidos en Estados
Unidos. Este éxito y el debate que abrió después puede
explicarse en dos planos. Por una parte, el libro surge a partir de ese intento
de análisis científico de la historia de la humanidad que teorizaba
al final de Armas, gérmenes y acero -si todo el mundo acepta la
perspectiva científica para estudiar a los dinosaurios, por qué no
se va a admitir ese enfoque cuando el objeto son las sociedades humanas, se
preguntaba- y, por otra, se inserta en esa recién descubierta
sensación de vulnerabilidad, de EE UU como coloso con pies de barro
y del "qué estamos haciendo mal", que inquieta a buena parte
de la opinión pública estadounidense, cada vez más harta
de la boba autoconfianza de los políticos.

Por desplome (collapse) de una civilización, Diamond entiende "una
drástica disminución del tamaño de la población
humana y/o de la complejidad política, económica y social en
un área considerable durante un tiempo prolongado", y lo explica
a partir de la concurrencia, en mayor o menor grado, de cinco factores: daño
ecológico (deforestación, erosión y pérdida de
fertilidad del suelo, sobreexplotación de recursos), cambio climático
(natural o inducido por el hombre), la presencia o ausencia de vecinos hostiles
o socios comerciales y, por supuesto, la respuesta de la sociedad y sus líderes
a los desafíos del medio ambiente.

Diamond analiza en los primeros capítulos varias civilizaciones fracasadas
y algunos Estados fallidos del presente antes de llegar a una última
parte del libro, en la que nos receta visión a largo plazo y adaptabilidad
cultural como las medicinas imprescindibles para evitar una catástrofe
que, esta vez, asegura, será global y definitiva.

Competición suicida: los caciques de Isla de Pascua rivalizaban por construir las estatuas más altas.
Competición suicida: los caciques de Isla
de Pascua rivalizaban por construir las estatuas más altas.

El derrumbe de la sociedad que levantó las famosas y enormes estatuas
de Isla de Pascua es para el autor "el más claro ejemplo de una
sociedad que se destruyó a sí misma por sobreexplotación
de sus recursos". La completa deforestación de Rapa Nui (su nombre
en pascuense), fomentada por razones políticas, sociales y religiosas -entre
ellas, la insensata competencia entre sus diferentes caciques por levantar
moais cada vez mayores- en un entorno ecológicamente frágil,
sin vecinos ni aliados, llevó en unos pocos siglos a sus habitantes
a la guerra total y al canibalismo. Además, la isla es, señala
el autor, un caso "puro" de declive ecológico "en
completo aislamiento". Aquella sociedad fundada en torno al año
900 y desaparecida ya cuando llegaron los primeros europeos, a comienzos del
siglo xviii, estaba tan aislada en el sur del Pacífico "como lo
está hoy la Tierra en el espacio". Su tragedia permite a Diamond
advertir primero que sus habitantes fueron, sin duda, inconscientes e imprevisores,
pero no estúpidos, e ironizar después sobre si algunas de las
tópicas respuestas contemporáneas ante las amenazas medioambientales
("ya resolverá la tecnología el problema", "la
prohibición es prematura" o "aún no hay suficientes
pruebas") se formularon ya entonces.

La desaparición de los antiguos asentamientos escandinavos en Groenlandia
casi quinientos años después de que Erik el Rojo y un grupo de
vikingos llegase a sus costas hacia el 980 es un caso más complejo.
En él se combinan el daño ecológico, el cambio climático,
la pérdida de contactos humanos y comerciales con Noruega, la aparición
de un competidor hostil (los inuit, popularmente, esquimales) y la incapacidad
cultural de los colonos para adaptarse a las cambiantes condiciones del entorno.
Aquella sociedad noruega de Groenlandia -"comunal, violenta, jerárquica,
conservadora y eurocéntrica"- prefirió "la
supervivencia social a la biológica", y sucumbió víctima
de la rigidez de su sistema de valores.

La parte dedicada al presente comienza con el caso de Ruanda, explicando
los fracasos ecológicos que, como razón última, están
detrás del genocidio de 1994. Sin restar un ápice de responsabilidad
a los autores de la matanza de tutsis, Diamond describe las causas -superpoblación,
sequía, pérdida de fertilidad del suelo y deforestación,
caída de los precios de las exportaciones (café, té)- que
conspiraron para destruir el tejido social ruandés y prepararon el terreno
para la masacre. En cuanto a Haití, establece una interesante comparación
con la República Dominicana, dos países que, compartiendo isla,
tienen destinos por completo diferentes, para concluir que sus historias representan
el mejor antídoto contra el determinismo medioambiental. El fracaso
de Haití poco tiene que ver con que reciba menos lluvias que su vecino
o fluyan menos ríos por sus tierras, y mucho con avatares políticos
como la sobreexplotación colonial francesa, la importación masiva
de esclavos y la granujería e irresponsabilidad de sus dictadores.

Sin ser dogmático ni ejercer de profeta, el autor está convencido
de que la humanidad ha adoptado un rumbo ecológicamente insostenible.
Es imposible, afirma de forma sombría, que "la Tierra soporte
el impacto que supondría el acceso del Tercer Mundo al nivel de vida
del Primero".

Su pesimismo, que él prefiere llamar "cauto optimismo",
ofrece no obstante algunos flancos a la crítica. Los casos elegidos
para su gran metáfora sobre el hundimiento de las civilizaciones, por
ejemplo, se basan mayoritariamente en islas, cuyos ecosistemas suelen ser más
frágiles que el de los continentes. O considera inalterables a lo largo
del tiempo algunas pautas en la destrucción de la naturaleza que no
siempre se cumplen: pese a la salvaje deforestación que sufre el planeta,
el consumo de madera en el mundo industrializado es menor que en el siglo xix.
Diamond también cae en alguna contradicción cuando, en su examen
de las sociedades, no entra en distingos entre dictaduras o democracias. Si
bien es cierto que ambas formas de gobierno pueden ser igual de destructoras
o benignas para la naturaleza, la extensión de la conciencia ecológica
que él ve como condición necesaria para que el mundo no se vaya
al garete parece exigir una opinión pública libre. Y no deja
de sorprender, por último, que a lo largo de las más de quinientas
páginas del libro no cite ni una sola vez la utilidad de acuerdos internacionales
como el protocolo de Kioto.

En cualquier caso, al autor no parece interesarle "tener siempre razón
en todo" (como dice con humor, "atender un número razonable
de falsas alarmas prueba que el departamento de bomberos funciona"),
sino advertirnos de que, si no corregimos la deriva del planeta, acabaremos
compartiendo con los caciques polinesios de Isla de Pascua o las élites
escandinavas de Groenlandia el dudoso privilegio de ser los últimos
en morir de hambre.

Manual contra la extinción. Luis Prados


Collapse. How Societies
Choose to Fail or Survive (Desplome. Cómo las sociedades eligen
fracasar o sobrevivir)

Jared Diamond
575 págs., Penguin/Allen Lane, Londres, 2005 (en inglés)


La devastación causada por el tsunami que azotó el sureste de
Asia el pasado 26 de diciembre motivó la aparición en la prensa
mundial de una serie de historias que no suelen formar parte del torbellino
diario de las noticias. Los moken de Tailandia, por ejemplo, un pueblo de una
cultura marítima milenaria, habían advertido con antelación
la llegada de la ola gigante. Los signos físicos de su inminencia se
habían transmitido de una generación a otra desde tiempos inmemoriales
y eso les salvó. Un hotel de la costa del Índico se libró del
desastre gracias a haber conservado como reclamo turístico los tradicionales
manglares, que actuaron llegado el momento como una barrera protectora natural.

Informaciones como ésas parecieron entonces simples detalles en medio
de una catástrofe que se había cobrado decenas de miles de vidas,
anécdotas de un apocalipsis, al fin y al cabo, causado por un accidente.
Sin embargo, la lectura del espléndido último libro de Jared
Diamond sugiere algo muy distinto: esos datos ilustran estrategias humanas
de supervivencia, en unos casos, y de suicidio inconsciente, en otros. Pero
en Collapse, Diamond (Boston, 1937), profesor de Geografía en la Universidad
de California, Los Ángeles (UCLA), no sólo ayuda a comprender
mejor las noticias. Ofrece al lector una visión global de la fragilidad
del planeta, cuya destrucción se está produciendo de forma sostenida
en el tiempo y es decidida por los seres humanos, intencionadamente o no.

El ensayo, que lleva el significativo subtítulo de ‘Cómo
las sociedades eligen fracasar o sobrevivir’, puede ser considerado una
segunda parte de su best-seller mundial Armas, gérmenes y acero:
la sociedad humana y sus destinos,
con el que logró el Premio Pulitzer
en 1997. Si en aquél el autor viajaba al pasado para explicar las razones
medioambientales del surgimiento de la civilización en unas regiones
del mundo antes que en otras, en su nueva obra mira al futuro llamando la atención
sobre las vulnerabilidades ecológicas de nuestro modelo de desarrollo.

El éxito de Armas, gérmenes y acero no le ahorró críticas
por su supuesta corrección política -su explicación
de que la preeminencia de Occidente obedecía tan sólo a la pura
coincidencia de factores ecológicos olvidaba, para sus detractores,
la influencia de los procesos culturales, del individualismo, del hecho de
que, como escribió uno de ellos, "una idea vale más que
un microbio"- ni reproches por su presunto determinismo medioambiental.

Collapse era, por tanto, una obra en cierta forma esperada y al poco de aparecer
se encaramó a las listas de los libros más vendidos en Estados
Unidos. Este éxito y el debate que abrió después puede
explicarse en dos planos. Por una parte, el libro surge a partir de ese intento
de análisis científico de la historia de la humanidad que teorizaba
al final de Armas, gérmenes y acero -si todo el mundo acepta la
perspectiva científica para estudiar a los dinosaurios, por qué no
se va a admitir ese enfoque cuando el objeto son las sociedades humanas, se
preguntaba- y, por otra, se inserta en esa recién descubierta
sensación de vulnerabilidad, de EE UU como coloso con pies de barro
y del "qué estamos haciendo mal", que inquieta a buena parte
de la opinión pública estadounidense, cada vez más harta
de la boba autoconfianza de los políticos.

Por desplome (collapse) de una civilización, Diamond entiende "una
drástica disminución del tamaño de la población
humana y/o de la complejidad política, económica y social en
un área considerable durante un tiempo prolongado", y lo explica
a partir de la concurrencia, en mayor o menor grado, de cinco factores: daño
ecológico (deforestación, erosión y pérdida de
fertilidad del suelo, sobreexplotación de recursos), cambio climático
(natural o inducido por el hombre), la presencia o ausencia de vecinos hostiles
o socios comerciales y, por supuesto, la respuesta de la sociedad y sus líderes
a los desafíos del medio ambiente.

Diamond analiza en los primeros capítulos varias civilizaciones fracasadas
y algunos Estados fallidos del presente antes de llegar a una última
parte del libro, en la que nos receta visión a largo plazo y adaptabilidad
cultural como las medicinas imprescindibles para evitar una catástrofe
que, esta vez, asegura, será global y definitiva.

Competición suicida: los caciques de Isla de Pascua rivalizaban por construir las estatuas más altas.
Competición suicida: los caciques de Isla
de Pascua rivalizaban por construir las estatuas más altas.

El derrumbe de la sociedad que levantó las famosas y enormes estatuas
de Isla de Pascua es para el autor "el más claro ejemplo de una
sociedad que se destruyó a sí misma por sobreexplotación
de sus recursos". La completa deforestación de Rapa Nui (su nombre
en pascuense), fomentada por razones políticas, sociales y religiosas -entre
ellas, la insensata competencia entre sus diferentes caciques por levantar
moais cada vez mayores- en un entorno ecológicamente frágil,
sin vecinos ni aliados, llevó en unos pocos siglos a sus habitantes
a la guerra total y al canibalismo. Además, la isla es, señala
el autor, un caso "puro" de declive ecológico "en
completo aislamiento". Aquella sociedad fundada en torno al año
900 y desaparecida ya cuando llegaron los primeros europeos, a comienzos del
siglo xviii, estaba tan aislada en el sur del Pacífico "como lo
está hoy la Tierra en el espacio". Su tragedia permite a Diamond
advertir primero que sus habitantes fueron, sin duda, inconscientes e imprevisores,
pero no estúpidos, e ironizar después sobre si algunas de las
tópicas respuestas contemporáneas ante las amenazas medioambientales
("ya resolverá la tecnología el problema", "la
prohibición es prematura" o "aún no hay suficientes
pruebas") se formularon ya entonces.

La desaparición de los antiguos asentamientos escandinavos en Groenlandia
casi quinientos años después de que Erik el Rojo y un grupo de
vikingos llegase a sus costas hacia el 980 es un caso más complejo.
En él se combinan el daño ecológico, el cambio climático,
la pérdida de contactos humanos y comerciales con Noruega, la aparición
de un competidor hostil (los inuit, popularmente, esquimales) y la incapacidad
cultural de los colonos para adaptarse a las cambiantes condiciones del entorno.
Aquella sociedad noruega de Groenlandia -"comunal, violenta, jerárquica,
conservadora y eurocéntrica"- prefirió "la
supervivencia social a la biológica", y sucumbió víctima
de la rigidez de su sistema de valores.

La parte dedicada al presente comienza con el caso de Ruanda, explicando
los fracasos ecológicos que, como razón última, están
detrás del genocidio de 1994. Sin restar un ápice de responsabilidad
a los autores de la matanza de tutsis, Diamond describe las causas -superpoblación,
sequía, pérdida de fertilidad del suelo y deforestación,
caída de los precios de las exportaciones (café, té)- que
conspiraron para destruir el tejido social ruandés y prepararon el terreno
para la masacre. En cuanto a Haití, establece una interesante comparación
con la República Dominicana, dos países que, compartiendo isla,
tienen destinos por completo diferentes, para concluir que sus historias representan
el mejor antídoto contra el determinismo medioambiental. El fracaso
de Haití poco tiene que ver con que reciba menos lluvias que su vecino
o fluyan menos ríos por sus tierras, y mucho con avatares políticos
como la sobreexplotación colonial francesa, la importación masiva
de esclavos y la granujería e irresponsabilidad de sus dictadores.

Sin ser dogmático ni ejercer de profeta, el autor está convencido
de que la humanidad ha adoptado un rumbo ecológicamente insostenible.
Es imposible, afirma de forma sombría, que "la Tierra soporte
el impacto que supondría el acceso del Tercer Mundo al nivel de vida
del Primero".

Su pesimismo, que él prefiere llamar "cauto optimismo",
ofrece no obstante algunos flancos a la crítica. Los casos elegidos
para su gran metáfora sobre el hundimiento de las civilizaciones, por
ejemplo, se basan mayoritariamente en islas, cuyos ecosistemas suelen ser más
frágiles que el de los continentes. O considera inalterables a lo largo
del tiempo algunas pautas en la destrucción de la naturaleza que no
siempre se cumplen: pese a la salvaje deforestación que sufre el planeta,
el consumo de madera en el mundo industrializado es menor que en el siglo xix.
Diamond también cae en alguna contradicción cuando, en su examen
de las sociedades, no entra en distingos entre dictaduras o democracias. Si
bien es cierto que ambas formas de gobierno pueden ser igual de destructoras
o benignas para la naturaleza, la extensión de la conciencia ecológica
que él ve como condición necesaria para que el mundo no se vaya
al garete parece exigir una opinión pública libre. Y no deja
de sorprender, por último, que a lo largo de las más de quinientas
páginas del libro no cite ni una sola vez la utilidad de acuerdos internacionales
como el protocolo de Kioto.

En cualquier caso, al autor no parece interesarle "tener siempre razón
en todo" (como dice con humor, "atender un número razonable
de falsas alarmas prueba que el departamento de bomberos funciona"),
sino advertirnos de que, si no corregimos la deriva del planeta, acabaremos
compartiendo con los caciques polinesios de Isla de Pascua o las élites
escandinavas de Groenlandia el dudoso privilegio de ser los últimos
en morir de hambre.

Luis Prados es filólogo, periodista
y trabaja en el diario El País.