El régimen de Damasco exige, entre otras cosas, una reinserción económica plena a cambio de renunciar a la influencia política que le proporcionan sus vínculos con Hezbolá y Hamás. Sin embargo, Arabia Saudí, Egipto o Israel no tienen interés en una Siria fuerte que les haga competencia.
Parece que los dirigentes europeos empiezan a aceptar el antiguo dicho de “la paz pasa por Damasco”. Un ejemplo de ello es que el presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, eligiera Siria como primera parada de su reciente visita a Oriente Medio. Esto también deja entrever que Egipto ya no tiene el monopolio ni de ser el mejor amigo en la región ni de único mediador en el conflicto palestino-israelí o en los cismas palestinos. Hoy las fronteras entre países árabes considerados moderados (Egipto, Jordania y Saudí Arabia) y radicales (como Siria), bien claras y definidas durante la era de George W. Bush, se difuminan.
Si la paz pasa por Damasco: ¿qué quiere Bashar al Assad? Tras nueve años de embargo económico, aislamiento internacional y desprecio político, Siria está en su derecho de hacer esperar a los que antaño le negaban la palabra. O al menos así lo consideran algunos políticos del país. Puesto que Israel y el régimen sirio disfrutan desde hace más de treinta años de una paz virtual, el hipotético acuerdo de paz pondría fin a la guerra retórica que enfrenta a ambos países. Y recuperar el Golán es la condición mínima para un cambio radical en el discurso político de Siria hacia el Estado israelí.
Sin embargo, no es suficiente. En los regímenes autoritarios las crisis económicas representan uno de los mayores desafíos para la estabilidad del régimen. Damasco quiere una reinserción económica plena que le permita hacer frente a la demanda interna y crear puestos de trabajo. Además, está la parte política. Para renunciar a proxies en la región como Hezbolá o Hamás, Occidente tendrá que compensar esa pérdida de influencia política. Un mayor reconocimiento y peso de Siria en las instituciones regionales e internacionales sería un paso previo. Aunque aquí existe el problema de statu quo regional: países como Arabia Saudí, Egipto o Israel no están por la labor de aceptar al régimen de Bashar al Assad como un igual y menos como un nuevo competidor. Europa y EE UU tendrán que esforzarse en encontrar la fórmula que satisfaga los intereses de cada cual. Por el momento, tan sólo Arabia Saudí está acercándose a Siria mientras el proceso de negociación con Israel sigue estancado.
La oportunidad de España pasa por Damasco
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Ya en 2001, el régimen sirio inició un acercamiento político hacia Israel y la Administración Bush, colaborando con sus servicios secretos y proporcionando valiosa información. Esta actitud de buena voluntad no se vio recompensada y el lobby israelí (AIPAC) siguió presionando al Congreso estadounidense para retirar de la mesa cualquier acercamiento.
Hoy más allá de la cuestión de qué quiere Bashar al Assad, los dirigentes occidentales se preguntan con qué se conformaría el líder sirio. La dinámica del palo y la zanahoria empleada por la Unión Europea y EE UU, hace ya tiempo que no funciona y de ahí el declive de las políticas de democratización en el Magreb y Oriente Medio. Si no se ha logrado reinsertar todavía a Siria en un proceso de paz regional es debido a un desequilibrio entre lo que se le exige y lo que se le ofrece.
En las conversaciones para llegar a un acuerdo de asociación entre la UE y Siria, se le pide a Damasco que pierda poder político y económico a cambio de reconocimiento y unos 250 millones de euros en cinco años. Este se firmará como se han firmado tantos otros en el Magreb. Sin embargo, como en otros regímenes árabes autoritarios, el delicado equilibrio político reposa, entre otros, en un reparto de intereses económicos y políticos entre una burguesía adepta al régimen por un lado y una redistribución (por mínima que sea) entre las clases mas pobres. La apertura de la economía siria y su exposición a la competencia europea puede cortocircuitar el control del régimen sobre su economía y despojar a la oligarquía de sus privilegios. De ahí que una gran parte de la clase política de este país se oponga a la firma del acuerdo. A pesar de la oligarquía, parece que los suecos firmarán el acuerdo en su último mes de presidencia europea.
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