El terremoto de Nepal viene a lastrar aún más a un país cuyo disfuncional sistema de gobierno impide avanzar en la senda del desarrollo.

El seísmo de Nepal, no por esperado menos devastador, llega en mitad de una larga crisis política que afecta al país desde el derrocamiento de la monarquía y el fin de la insurgencia maoísta en 2006. El caos político, aderezado con altísimos niveles de corrupción, es en parte responsable de que las consecuencias de este desastre sean mayores de lo que podrían haber sido en otras circunstancias.

Nepal
Una estatua de Buda en un templo patrimonio cultural de la Unesco colapsado a causa del terremoto, Bhaktapur, Nepal, abril de 2015. Omar Havana/Getty Images.

El último gran terremoto que azotó Nepal se produjo en 1934 (8,1 en la escala de Richter), y el anterior en 1833 (entre 7,5 y 8). En una zona de enorme riesgo sísmico, era obvio que otro fenómeno de gran magnitud no podía tardar. En 2008, a instancias del Programa de Desarrollo de Naciones Unidas, el Gobierno nepalí adoptó la nueva National Strategy for Disaster Risk Management, centrada sobre todo en el riesgo de movimientos sísmicos. Por desgracia, el desgobierno de los últimos años ha evitado el más mínimo avance en su aplicación.

Nepal está gobernado desde 2008 por una Asamblea Constituyente, que hace las veces de Parlamento mientras debate el borrador de una Constitución. El plazo dado a la segunda Asamblea para presentar dicho borrador terminaba a finales de enero de este año. Tras siete años incapaces de llegar a un acuerdo, el plazo se extendió hasta finales de mayo. Las consecuencias del terremoto sin duda retrasarán todavía más este proceso.

Uno de los principales problemas de Nepal a la hora de adoptar una Constitución es cómo dar cabida a su gran diversidad étnica y cultural resolviendo ancestrales problemas de discriminación. Tres cuestiones se han demostrado particularmente difíciles de superar: el secularismo, el sistema electoral y la organización territorial.

Tras el derrocamiento de la última monarquía hindú del planeta, Nepal se definió como nación secular (si bien cerca del 80% de la población es de religión hindú),  a semejanza de su vecino indio. Sin embargo, partidos de tendencia nacionalista de derecha, empujados por el ascenso del movimiento hindutva en India y su representante político el Bharatiya Janata Party, pretenden redefinir Nepal como un Estado hindú. Esta aspiración no tiene en cuenta ni la variedad en el hinduismo practicado por los nepalíes ni a esa quinta parte de la población que profesa otras religiones.

En cuanto al sistema electoral, existen dos posturas enfrentadas: quienes favorecen, en pro de la gobernabilidad, un sistema de elección directa en el que quien obtiene un mayor número de votos obtiene el gobierno; y aquellos que apoyan un sistema proporcional que evite la exclusión de algunas comunidades marginadas del sistema electoral.

La mayor piedra de toque a la hora de definir la nueva Constitución es la organización territorial. Declarada una república federal democrática en 2008, la demarcación de las provincias está siendo prácticamente imposible.

Nepal es una entidad política artificial con poco más de 200 años de historia que surge a finales del siglo XVIII como resultado de las conquistas del rey Prithvi Nayan Shah. Como tal, se trata de una aglomeración de territorios con marcadas diferencias étnicas, lingüísticas, culturales o religiosas, incluso tras la pérdida de un tercio de su territorio a manos británicas en 1815.

A grandes rasgos, Nepal está formado por tres bandas Este-Oeste que añaden mayor diversidad social si cabe. El Sur, tierra de planicies conocida como el terai, cuya población es indistinguible de la de los vecinos estados indios de Uttar Pradesh y Bihar. En el terai habita el 50% de la población de Nepal, con una gran proporción de castas bajas. La franja central del país, la zona de colinas o pahad, ha sido tradicionalmente el centro de poder político y está habitada por una población de lengua gurkha o nepalí, de la que procede la monarquía y la élite del país. Finalmente el Norte, área extremadamente montañosa con una escasa población étnicamente tibetana y con escasa o nula influencia en la política nacional.

La actual Asamblea Constituyente está dirigida por una coalición del Congreso Nepalí y el Partido Comunista de Nepal (Marxista-Leninista Unificado). El liderazgo de ambos procede de las castas altas del centro del país. Su intención es crear un Estado federal con el menor número de provincias posible y un Gobierno central fuerte, de cara a mantener su tradicional posición de dominio. Frente a ellos, una alianza de partidos minoritarios liderados por el Partido Comunista Unificado de Nepal (Maoísta) –cuya base social se encuentra mayoritariamente en el terai–, que pretende el establecimiento de provincias en base a su composición étnica, algo que se teme desestabilice el país y pueda llevar a una nueva guerra civil.

Para añadir complejidad a la elaboración de una nueva Constitución, los dos grandes vecinos de Nepal también tienen una opinión al respecto. India parece favorecer más la opción de los estados con base étnica, mientras que China podría estar interesada en un Gobierno central fuerte.

Ambos países han apostado por incrementar su influencia sobre su vecino en los últimos años. Pekín en el marco de su proyecto de Nueva Ruta de la Seda, y su posible extensión en Asia Meridional, y Nueva Delhi en buena medida en un intento de contrarrestar a China en lo que considera su esfera de influencia.

El pasado agosto Narendra Modi efectuaba la primera visita de un Primer Ministro indio a Nepal en 17 años, a pesar de la cercanía cultural y de todo tipo entre ambos países –no existe frontera que los divida y hay más de un millón de nepalíes viviendo en India–. Quizás la larga dejadez india y la dependencia nepalí de su vecino del sur tanto para sus exportaciones como para la adquisición de productos fundamentales como el petróleo, hayan llevado a Katmandú a abrir sus puertas a la influencia china y a sus grandes proyectos de inversión. Por el momento, Nepal y China firmaron en 2014, tras varios años de negociación, la extensión de un ramal ferroviario entre Tíbet y Nepal que conectaría Katmandú con Lhasa y, por extensión, con Pekín. Si el proyectó se lleva finalmente a cabo se trataría de la primera línea ferroviaria del país y reduciría la dependencia nepalí de India.

Pekín parece estar tomando la delantera a Nueva Delhi en Nepal, con el Gobierno de este último país rechazando la ayuda humanitaria ofrecida por Taiwan, en lo que parece ser un intento de no ofender a China que bien poco hace en favor de sus ciudadanos.

Por el momento, el devastador terremoto, cuyo alcance aún está por revelarse en toda su magnitud, posiblemente frene aún más el desarrollo político del país, ya de por sí estancado. Por otra parte, la competencia entre India y China por las atenciones de Katmandú no puede sino beneficiar a los nepalíes, que tras las primeras horas de caos comenzaron a recibir ayuda de emergencia de ambos vecinos.

Las labores de reconstrucción, que sin duda pondrán en evidencia la inoperancia y corrupción de la clase política nepalí, servirán igualmente para que indios y chinos demuestren su interés en Nepal. Quizás incluso permitan sentar las bases del desarrollo y la estabilidad política en este país.