Atacar Irán no es una opción. El régimen de los ayatolás no va a ceder y seguirá adelante con su plan nuclear, pero Oriente Medio es una olla a presión y ya hay suficientes muertos en Irak. Así que, aunque suene algo ingenuo, Washington y Teherán están condenados a hablar.  Nizar Abdul
Kader

 

El conflicto entre Irán y EE UU se remonta a los inicios del régimen
islámico, pero en los tres últimos años la hostilidad
entre los dos países ha alcanzado un punto crítico debido a la
voluntad de Teherán de desarrollar tecnología atómica
y el empeño de Washington en impedirlo. Es más, desde la decisión
del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) de remitir
las actividades de Irán al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas,
la cuestión nuclear se ha vuelto prioritaria para toda la comunidad
internacional.

Los dirigentes iraníes, tanto reformistas como de la línea
dura
, han proclamado siempre de forma unánime que, de acuerdo con el Tratado
de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), tienen derecho a poseer
energía atómica y a fabricar su propio combustible para fines
pacíficos. Muchos protestan por la política de doble rasero que
practica EE UU y se preguntan: "¿Por qué no se exigen las
mismas cosas a Israel [que tiene armas nucleares]?".

Las declaraciones recientes de los líderes de Teherán afirman
que sus intereses se centran en los usos pacíficos y que no desean una
bomba atómica. Sin embargo, en Occidente existe la opinión generalizada
de que tiene motivos importantes para aspirar al desarrollo de este tipo de
armas, entre ellos: mejorar su posición estratégica en su complicado
y volátil entorno geopolítico; adquirir el prestigio y la influencia
que supone ser miembro del club nuclear; rectificar el equilibrio alterado
hace mucho tiempo por el hecho de que otros países de la región
(Israel, Pakistán e India) ya formen parte de esa élite; mejorar
su posición disuasoria, pasando de la misma categoría que Irak
(miembro del eje del mal, sin opción atómica) a la de Corea del
Norte; movilizar a la opinión pública del país para que
apoye al régimen contra las conspiraciones extranjeras para derrocarlo.

Existen muy pocas diferencias entre reformistas y halcones en este asunto.
Todos los iraníes hablan claramente del derecho de su país a
desarrollar esta tecnología civil. El 9 de febrero de 2003, en un discurso
ante un grupo de universitarios e intelectuales, el entonces presidente Jatamí dijo: "Irán
está decidido a emplear tecnología avanzada, incluido el uso
pacífico de la energía nuclear", y añadió: "Todo
lo que estamos haciendo es legal y transparente". El pragmático
Hachemí Rafsanyani desechó las objeciones de EE UU y subrayó que "Irán
quiere tecnología nuclear incondicionalmente". Este empeño
tan firme se hizo más desafiante con las palabras del actual presidente,
Mahmud Ahmadineyad, cuando declaró que renunciar al enriquecimiento
era "nuestra línea roja, y nunca la cruzaremos".

A los persas les preocupa que los planes estratégicos de Washington
puedan extenderse más allá de Afganistán e Irak y temen
que haya "un proyecto iraní en preparación en Washington".
Teherán considera que los acontecimientos de su vecino afectan a su
seguridad y a sus intereses en el área del Golfo, por lo que siente
la obligación de establecer buenas relaciones con diversos grupos étnicos
y religiosos en el país vecino. Nunca ha negado que pretenden hacer
más difícil a EE UU la ocupación de Irak.

El aumento de la tensión en torno a las actividades nucleares de la
república islámica despierta serias dudas sobre la posibilidad
de alcanzar una solución pacífica a la crisis. La estrategia
utilizada por el anterior equipo negociador persa, que encabezaba Hasan Rohani,
pretendía convencer a los europeos de que Teherán iba en serio
cuando decía que no quería desarrollar armas atómicas;
la idea era que, a largo plazo, dicha estrategia sería más beneficiosa
que el recurso a Rusia y China como contrapeso a la diplomacia coactiva de
EE UU. Por el contrario, los halcones, con Ahmadineyad a la cabeza, han adoptado
un método más arriesgado a la hora de negociar. En la estrategia
actual, la cuestión nuclear se está convirtiendo en el problema
más complejo que ha tenido que afrontar la república islámica
desde su creación. La decisión de reanudar el programa de enriquecimiento
recuerda las maniobras de engaño de la guerra fría, con los matices
propios de una época muy distinta.

Contra viento y marea: los iraníes están dispuestos a defender su programa nuclear con la ayuda de Alá y las milicias paramilitares basiji.

Contra viento y marea: los
iraníes están dispuestos a defender su programa nuclear
con la ayuda de Alá y las milicias paramilitares basiji.

 

 

Ahora que el dossier está en manos del Consejo de Seguridad, lo que está en liza es el orgullo nacional y la autosuficiencia de Irán en materia de seguridad. Estas preocupaciones son las que movieron a Mohamed
el Baradei, director del OIEA, a recomendar un enfoque pragmático que acabe permitiendo a Teherán ciertas actividades restringidas de enriquecimiento,
estrechamente vigiladas por los inspectores internacionales.

Los iraníes, para adelantarse a las presiones estadounidenses en el Consejo de Seguridad, se han apresurado a declararse el "octavo Estado nuclear" de facto. El régimen va a aprovechar el tiempo que le concede la resistencia de rusos y chinos a las sanciones para continuar el enriquecimiento y obligar a la comunidad internacional a aceptar el hecho consumado.

Da la impresión de que su estrategia se basa en la hipótesis
de que una intervención militar de EE UU es una posibilidad muy remota.
A juicio de los iraníes, para preparar una demostración de fuerza
semejante, Washington necesita preparar el terreno en varios aspectos: primero,
tiene que convencer al Consejo de Seguridad de que acepte una resolución
(con arreglo al Capítulo VII) que permita el uso de la fuerza, en caso
de que fracasaran las sanciones; necesita convencer a la opinión pública
de su país para que respalde una operación militar; debe intensificar
sus esfuerzos diplomáticos para movilizar a la opinión pública
internacional e islámica contra las aspiraciones de Teherán y
necesita mejorar con urgencia la situación política y de seguridad
en Irak, que constituye una "muestra de debilidad" de su Ejército.
Todas estas tareas pueden dar a Irán el tiempo necesario para pasar
del enriquecimiento en laboratorio a hacerlo a escala industrial.

Las relaciones del régimen de los ayatolás con varios Estados árabes
son ya tensas, y pueden deteriorarse aún más. Los países
de su entorno tienen miedo de que un Irán nuclear altere el equilibrio
de poder en la región y envalentone a las minorías chiíes
dispersas por Oriente Medio o, peor todavía, desencadene una carrera
de armamento nuclear. Por otro lado, el régimen islámico cuenta
con cierto respaldo popular —que puede verse en los medios— por
haber desafiado la política y la presencia de EE UU en la zona. No obstante,
Irán y sus vecinos sí comparten ámbitos de interés.
Hace poco, Teherán se comprometió —como otros Estados musulmanes— a
dar 50 millones de dólares (casi 40 millones de euros) al Gobierno de
Hamás. Pueden discrepar en las políticas respecto a Irak, los
palestinos o la posición de Hezbolá en Líbano, pero ninguno
quiere que Washington promueva el cambio democrático en su entorno.

MIEDO A UN CRECIENTE CHIÍ

En los últimos tiempos, las autoridades árabes han dicho que
les preocupa un Irán dotado de armas nucleares. Los motivos para esa
preocupación varían. El principal es que un ataque estadounidense
o israelí contra sus instalaciones atómicas podría poner
en peligro la estabilidad regional y perturbar el suministro y los mercados
de productos energéticos. Esos países temen acabar atrapados
entre dos fuegos y suponen que habrá enormes presiones por parte Washington
para que apoyen las sanciones.

Las autoridades y los medios de Líbano están empezando a expresar
sus temores sobre las consecuencias que tendría, para la seguridad de
su país, que Hezbolá decidiese participar en la respuesta del
régimen islámico contra tales ataques. No hace mucho, el presidente
egipcio, Hosni Mubarak, expresó su inquietud por la influencia de Irán
sobre las minorías árabes chiíes: "La mayoría
de los chiíes de la región son leales a Irán, no a los
países en los que viven".

Hace varias semanas, Estados Unidos e Irán empezaron a examinar nuevas
estrategias para solucionar su disputa, que parecía ir en aumento y
destinada a terminar en enfrentamiento. Washington sigue haciendo ruido de
sables contra Irán, una táctica que está condenada al fracaso. Los persas han reaccionado con amenazas de sacudir el mercado del petróleo, disparar los precios y emplear su capacidad militar en todos
los sitios posibles.

Teherán teme la posibilidad de una agresión estadounidense o
israelí contra sus instalaciones nucleares, un ataque quirúrgico que podría ser el comienzo de una guerra. Los iraníes han dejado claro que responderían hostigando a las fuerzas de EE UU en Irak y a
Israel, además de realizar atentados terroristas en otros lugares. Por
otro lado, quieren evitar las posibles sanciones de la ONU, y se apoyan en
la oposición de rusos y chinos a dichas medidas. Para garantizar que
esto siga siendo así, Irán tiene que ofrecer a Moscú y Pekín unas condiciones económicas más lucrativas. Mientras, Washington y algunos de sus aliados dicen que desean promover los derechos
humanos y el pluralismo en Irán, lo cual implica un cambio de régimen.
La pregunta es cómo se supone que ello modificaría su política
nuclear. Semejante estrategia endurecería la conducta iraní y
aumentaría la hostilidad contra EE UU.

Los libaneses temen los
efectos que tendría que Hezbolá decidiese participar en
una respuesta de Irán contra ataques israelíes o estadounidenses

La mejor estrategia consiste en intentar llegar a un acuerdo con Teherán, para lo que sería necesario dar ciertos pasos concretos. Uno de ellos es permitir que mantenga su programa de enriquecimiento de uranio en el ámbito
de la investigación y bajo control estricto de los inspectores del OIEA.
El segundo, emplear todos los medios diplomáticos para lograr que acepte la oferta de enriquecer uranio en territorio ruso. Deben establecerse medidas para impedir que entren en Irán todas las importaciones de tipo atómico
procedentes de infractores no identificados y, por último, ofrecer a
Irán incentivos para que coopere por completo, levantando todas las
sanciones económicas previas y autorizando las inversiones extranjeras
que tanto necesita su economía.

Muchos expertos opinan que Teherán podría fabricar una bomba
en tres o cuatro años. Una operación militar contra la república
islámica estaría llena de riesgos y tendría ramificaciones
catastróficas en todo Oriente Medio, un sólido argumento a favor
de quienes prefieren que el proceso diplomático siga su curso. Pero
las negociaciones en la ONU pueden prolongarse durante meses o incluso años,
y Teherán puede progresar hacia el desarrollo de armas nucleares.

La estrategia estadounidense de imponer sanciones está condenada a fracasar
si no cuenta con el apoyo de Rusia y China. La alternativa sería aplicar
unas sanciones específicas contra figuras y activos iraníes en
el extranjero. Por último, la táctica más clara y segura
es llegar todavía a un acuerdo y evitar una escalada de la crisis que
desemboque en un peligroso enfrentamiento.

Nizar Abdel-Kader es general retirado del ejército libanés, columnista y analista político de Ad-Diyar, de Beirut, autor de numerosas obras sobre la política en Oriente Medio y está finalizando un libro sobre la cuestión nuclear iraní.