Un grupo social nigeriano porta pancartas sobre el asesinato de 47 estudiantes a manos del grupo terrorista Boko Haram, noviembre de 2014. STR/AFP/Getty Images
Un grupo social nigeriano porta pancartas sobre el asesinato de 47 estudiantes a manos del grupo terrorista Boko Haram, noviembre de 2014. STR/AFP/Getty Images

En 2015, Nigeria se enfrenta a una tormenta perfecta. Primero, la insurgencia brutal del grupo islamista Boko Haram continúa creando el caos en el norte del país, sobre todo en las zonas pobres del nordeste. El grupo se apoderó de más territorio este verano; desde entonces sus ataques se han extendido al vecino Camerún y podrían llegar hasta Níger y Chad. El conflicto, que entra en su quinto año y no da señas de remitir, ha dejado más de 13.000 muertos y alrededor de 800.000 desplazados.

La reacción del presidente Goodluck Jonathan ha consistido sobre todo en medidas militares. Aunque las campañas de su Gobierno han obtenido varias victorias, no han conseguido hacer retroceder a los rebeldes. En ocasiones, han creado más enemigos: las operaciones han sido torpes e indiscriminadas, y tanto las fuerzas de seguridad como las milicias locales aliadas han llevado a cabo asesinatos extrajudiciales y torturas. El elevado número de bajas en algunas batallas ha hecho que algunos soldados se nieguen a luchar o deserten de sus unidades. Las más de 200 niñas chibok secuestradas por los rebeldes en abril, una agresión que ocupó los titulares de todo el mundo, siguen desaparecidas, y eso refuerza la idea de que el Ejecutivo no está a la altura de la situación.

En segundo lugar, la caída mundial de los precios del petróleo ha debilitado al Gobierno, que necesita las ventas de crudo para obtener alrededor del 70% de sus ingresos. En los dos últimos meses de 2014, Nigeria rebajó dos veces el precio que utiliza para planear su presupuesto (hasta 65 dólares el barril) y se comprometió a no recurrir a medidas inflacionarias. Asimismo, la moneda nigeriana, el naira, se devaluó por primera vez en tres años.

Tercero, las elecciones previstas para febrero de 2015 también podrían desestabilizar el país. En Nigeria, los comicios siempre son muy controvertidos, pero las posibilidades de violencia en esta ocasión son excepcionalmente altas. Por primera vez desde la recuperación del poder civil, en 1999, el Partido Democrático Popular (PDP), en el poder, se enfrenta a un verdadero reto. Una coalición de oposición, el Congreso de todos los Progresistas (APC, en sus siglas en inglés), se ha unido alrededor de un único candidato presidencial, el general retirado Muhammadu Buhari, que va a enfrentarse al presidente Jonathan.

Como ha ocurrido en elecciones anteriores, es prácticamente indudable que habrá violencia en todo el Estado durante la campaña y las votaciones. Un resultado polémico sería todavía más preocupante: si pierde Buhari, las masas podrían salir a la calle en las ciudades del norte, como hicieron cuando perdieron en 2011, pero esta vez, con Boko Haram dispuesto a contribuir al derramamiento de sangre. Si pierde Jonathan, sus partidarios en el Delta ya han amenazado con reavivar la violencia en la región.