Puede que no sea perfecto, pero nunca existió un mejor momento para dedicarse al negocio de profeta del desastre.

 

roubini
AFP/Getty Images

 

La Gran Recesión puede ser lo mejor que le haya pasado nunca al economista Nouriel Roubini. El que fuera una vez un académico relativamente oscuro especializado en macroeconomía ha logrado la fama convirtiéndose en el Doctor Apocalipsis, el hombre que predijo, en 2006, exactamente cómo y dónde se hundiría el sistema financiero global. ¿Cómo le han tratado los últimos años? Los negocios le han ido bien, muy bien. ¿Su historial de pronósticos? No tanto.

Incluso antes de su profética predicción, Roubini había diversificado sus actividades más allá de las típicas de un profesor universitario. En 2004 transformó su web personal en una pequeña empresa de investigación que se hizo conocida por el "RGE Monitor", una recopilación de noticias y opiniones sobre la economía global para un público suscriptor selecto. Estos días su nombre se ha convertido en una marca aún mayor; la antigua url del RGE redirige a roubini.com, donde su "fea" cara (en descripción propia) recibe al visitante.

La mente que se esconde tras la cara es ahora el eje de un negocio de ocho cifras. "Empezamos con cinco personas en 2005, y ahora empleamos casi a 100″, me dijo Roubini. "Empezamos en Nueva York y ahora tenemos una gran oficina en Londres y en Nueva Delhi. Empezamos con la macroeconomía global y ahora hemos contratado a un puñado de estrategas que calculan las implicaciones de nuestras opiniones sobre el precio de los activos".

Y las opiniones son una mercancía que Roubini tiene en abundancia. Es una presencia fija en los talk shows nocturnos más inteligentes, e incluso apareció en la gran pantalla en la película de Oliver Stone Wall Street: El dinero nunca duerme (donde apropiadamente los títulos de crédito le definían como "Economista en la televisión"). Ha defendido con contundencia que la Reserva Federal debería realizar compras de valores más específicos —algo que finalmente comenzó a hacer en septiembre, a razón de 40.000 millones de dólares al mes— y que las deudas de los consumidores, incluyendo hipotecas y tarjetas de crédito, necesitan reestructurarse todavía más para alargar y reducir los pagos. Hasta ahora, no obstante, piensa que la Fed ha hecho un mucho mejor trabajo frente a la recesión que equivalentes como el Banco Central Europeo.

También está seguro de que la crisis podría haber sido mucho peor sin una contundente respuesta política por parte de las grandes economías de todo el mundo. "La Gran Recesión podría haberse convertido en la Gran Depresión 2.0 si no hubiéramos adoptado una política monetaria y fiscal expansiva y muy agresiva", me dijo. En realidad, como muestra un rápido repaso a sus previsiones sobre el curso de la recesión, las cosas han resultado bastante mejor de lo esperado.

En abril de 2009, Roubini predijo que la economía de Estados Unidos se contraería en la segunda mitad del año y que solo se las arreglaría para crecer de un 0,5 a un 1% en 2010. A pesar de tener el viento en contra en muchas ocasiones, la economía se las apañó para expandirse a los largo de los seis cuartos a una tasa media anual de aproximadamente el 2,5%. Unos pocos meses más tarde, sugirió que la tasa de desempleo pronto alcanzaría el 10% y después alcanzaría su punto máximo con un 11% en 2010. Es cierto que llegó al 10% en octubre de 2009 pero ha sido más bajo en todos los meses desde entonces.

Así que ¿estaba equivocado Roubini? Él no diría tanto. "Lo que he estado diciendo, y yo creo que ha sido correcto, es que la recuperación será muy débil y lejos de su tendencia porque hay un penoso proceso de apalancamiento", afirma. "Creo que acerté mucho más de lo que admite el consenso general. ¿Podrían ir más flojas las cosas en Estados Unidos? Sí, pero no mucho más flojas".

Roubini ha sido también aficionado a predecir una "tormenta perfecta" para la economía global"; usó esta frase en agosto de 2008 para reiterar sus temores a una crisis financiera y una recesión globales. Pero divisó también una "tormenta perfecta" en el horizonte en 2009 a causa del aumento de los precios del petróleo, de los impuestos y de los rendimientos de la deuda pública. El huracán nunca se materializó, pero eso no le ha impedido advertir de que se producirá otro el año que viene —esta vez provocado por el abismo fiscal de Estados Unidos, la interminable crisis de la eurozona y un abrupto aterrizaje para la sobrecalentada economía china—.
Por supuesto, las predicciones no tienen que ser correctas para ser efectivas. Aunque los más funestos pronunciamientos de Roubini no se conviertan en realidad, probablemente pueda reclamar parte del crédito por haber alertado a los líderes de los problemas potenciales. Y cuando se trata de sus opiniones a largo plazo sobre las fluctuaciones económicas, él se mantiene en sus trece.

Por ejemplo, cuando el precio del oro alcanzó los 1.200 dólares por onza en diciembre de 2009, Roubini dijo que se parecía "sospechosamente a una burbuja". El pasado septiembre el oro se cambiaba a unos 1.700 dólares —llegó a su máximo, alrededor de los 1.900 dólares, en la misma época el año pasado— pero todavía piensa que es una apuesta arriesgada. "El oro no tiene valor intrínseco", afirma. Haría falta "otro Armagedón" para hacer que se elevara su valor de nuevo, añade, y en ese caso los inversores probablemente harían mejor en comprar "conservas, pistolas y municiones".

Continúa también preocupándose de que Estados Unidos dependa mucho del capital extranjero para financiar el gasto público y la inversión del sector privado. Los desequilibrios del país en los flujos de comercio y de capital se han reducido desde su punto más alto en 2006, pero no lo suficiente para que Roubini se tranquilice. Todavía ve el riesgo, aunque quizá distante, de que los acreedores extranjeros pierdan la confianza en el dólar y "corten la corriente".

Estas son preocupaciones de peso para cualquier economista, especialmente para uno con el ceño fruncido de forma tan permanente como Roubini, pero no le impiden disfrutar. "Me encanta lo que hago y para mí no es trabajo", dice. "Saco mucho partido a lo que hago intelectualmente. Estos son los tiempos más interesantes que cualquiera relacionado con la macroeconomía podría imaginar. Quizá demasiado interesantes".