Milicianos en la ciudad libia de Benghazi. Abadullah Doma /AFP/Getty Images
Milicianos en la ciudad libia de Benghazi. Abadullah Doma /AFP/Getty Images

He aquí un repaso de las tendencias en paz y conflictos.

Las tendencias en paz y seguridad en el sistema mundial son complejas y plantean serios desafíos tanto a las sociedades que sufren los conflictos como a los actores internacionales que intentan influir sobre sus raíces, evolución o consecuencias.

Tres tendencias son predominantes. Primera, en el plano de la geopolítica aumenta la tensión entre Rusia, Estados Unidos y Europa. A la vez,China crece económica y militarmente. Segunda,  ganan espacio las organizaciones no estatales armadas con ideologías extremistas que operan en, o desde, Estados en crisis al tiempo que promueven violencia terrorista a nivel regional y global.  Tercero, formas de violencia no convencional se manifiestan, especialmente en zonas urbanas, vinculadas al crimen organizado que es parte fundamental de las economías políticas generadas por los grupos armados no estatales.

 

Una nueva guerra fría

Al enfrentamiento bipolar de la Guerra Fría le ha seguido fragmentación del poder e inestabilidad. El sistema internacional se ha vuelto multipolar. Estados Unidos sufre una crisis de legitimidad global, la Unión Europea está volcada en su crisis interna, Rusia lucha por recuperar parte de la hegemonía que ejercía la extinta Unión Soviética. China conquista mercados y aumenta su influencia especialmente en la zona de Asia-Pacífico.  Al mismo tiempo, una serie de potencias emergentes incrementan su peso económico y político más allá de sus regiones (por ejemplo, Brasil en África subsahariana).

Rusia disputa a Estados Unidos, y por extensión a Europa, espacios de poder global. Se configura una nueva guerra fría, sin la competencia capitalismo-comunismo pero con diferencias entre democracia liberal y forma híbridas de autoritarismo. Esta confrontación se manifiesta especialmente por  la influencia sobre Europa Oriental,con especial énfasis acerca de Ucrania debido a su papel de Estado-frontera entre Este y Oeste.

Esta nueva guerra fría genera rearmes y reposicionamientos de la OTAN y Rusia, y provocará nuevos ciclos de producción y despliegue de armas nucleares,  guerras cibernéticas  y espionajes masivos entre aliados y potenciales enemigos, y por parte del Estado sobre los ciudadanos.

La confrontación se proyecta globalmente. Moscú no tiene capacidad de enfrentar directamente a Estados Unidos, pero le disputa espacios locales, por ejemplo, apoyando al régimen de Bashar al Assad en Siria, estableciendo acuerdos militares y energéticos con Irán, extendiendo su influencia en América Latina y África, o firmando acuerdos especiales con China.

 

Estados en crisis

La crisis en una serie de países carentes de instituciones y gobiernos democráticos, y la falta de oportunidades para millones de personas dan lugar revueltas populares (como la denominada “primavera árabe”), el surgimiento de organizaciones armadas no estatales con ideologías extremistas antimodernas, desplazamientos interiores de población,  masivas solicitudes de asilo y grandes flujos migratorios.

Después de la Guerra Fría se manifestó una disminución en el número de conflictos armados entre Estados y dentro de los Estados y se firmaron numerosos acuerdos de paz.  A la vez, hubo un marcado descenso de víctimas mortales. Estas tendencias se han mantenido hasta 2012. Desde entonces ha aumentado el número de conflictos, su letalidad, la cantidad de refugiados y la destrucción de infraestructura.

Según recientes cifras de Naciones Unidas, alrededor de 60 millones de personas se encuentran fuera de sus sitios de origen debido a guerras y persecuciones.  El mayor número desde la Segunda Guerra Mundial.  A la vez, hay 38 millones de personas desplazadas dentro de sus países. La mayor parte de los refugiados provienen de Siria, Afganistán,  Somalia, Sudán (Darfur), República Democrática de Congo y Sudán del Sur. En los últimos dos años los conflictos violentos han ocurrido en Ucrania, la República Centroafricana, Yemen, Libia, Palestina (especialmente en Gaza) y el noroeste de Pakistán.

 

La radicalización excluyente

La ofensiva del denominado Estado Islámico (EI) en el verano de 2014 en Siria e Irak puso en evidencia el peso de las organizaciones armadas no estatales como las milicias pro rusas en Ucrania, Boko Haram en Nigeria y países vecinos, y Al Shabab en Somalia y Kenia. Al igual que las centenares de milicias en Siria y decenas en Libia, grupos armados chiíes luchan contra el EI en Irak, Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y otras organizaciones que actúan en Malí y el Sahel.

Las estructuras de estas organizaciones son flexibles con liderazgos jerárquicos, están integradas por militantes de diversos países, manejan la propaganda y el proselitismo a través de redes sociales, poseen una retórica antioccidental que tiene como principal objetivo a Estados Unidos, las ex potencias coloniales europeas y las élites locales. Sus ideologías son extremistas totalizadoras (a la vez que simplistas, por ejemplo en sus lecturas del Islam) y practican la guerra de guerrillas, la guerra convencional y el terrorismo, generalmente contra fuerzas armadas débiles y corruptas, como en Irak y Nigeria, o inexistentes, como en Somalia.

Estas organizaciones nacen en contextos marcados por la exclusión, la pobreza y la total falta de oportunidades, especialmente para los jóvenes, pero carecen de proyectos de cambio social o reformas económicas. Sus propuestas son crear sociedades basadas en la fraternidad y la creación de una comunidad que supuestamente nacen de la identidad religiosa, étnica o tribal y las reivindicaciones milenaristas.

Esa fraternidad es manifiestamente masculina y regresiva, adjudicando a la mujer el papel de esposa del guerrero, o viuda del mártir, procreadora y proveedora de infraestructura cotidiana.  Las mujeres que no pertenecen a la misma identidad son tratadas como botín de guerra. Grupos armados como el EI y Boko Harama traen a hombres jóvenes con redención religiosa, un discurso antiimperialista y la oferta de tener una esposa jihadista, o una esclava.

 

La guerra del futuro

La violencia criminal (implicada en el tráfico de narcóticos, armas, personas, componentes tecnológicos y otros bienes) tiene una profunda penetración e impacto en una serie de países de América Latina, África y Asia, con ramificaciones y complicidades con bancos, intermediarios y  empresas de los países del Norte. En México, por ejemplo, la violencia entre bandas criminales y contra el Estado alcanza la característica de guerra aunque los objetivos políticos están oscurecidos por intereses económicos. La violencia organizada en el futuro previsible será entre milicias y ejércitos irregulares y fuerzas armadas estatales (Siria); entre milicias y operaciones de mantenimiento de la paz (Malí); y entre Estados o coaliciones de Estados contra organizaciones irregulares  (Estados Unidos y sus aliados contra el Estado Islámico y Arabia Saudí contra las milicias Houthis en Yemen).

Como indica Elisabeth Wilmshurst, del think tank británico Chatham House, “en un mismo conflicto pueden concurrir violencia intercomunal, terrorismo, criminalidad y desorden interno”.  A la vez, se acentuará el abismo entre Estados que evitan poner a sus fuerzas armadas en riesgo mediante el uso de la robotización, misiles y aviones no tripulados, y las milicias que recurren a los atentados suicidas y al uso masivo de recursos humanos desechables.