Posiciones, plazos, demarcaciones y expectativas.

 

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¿Por qué esta nueva ronda de negociaciones tras casi tres años de parón?

Los factores que lo han hecho posible son varios, tanto locales como regionales. En primer lugar el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ganó las últimas elecciones y ha sido capaz de formar una coalición estable que le otorga un amplio margen de maniobra, es decir, si alguna de las fuerzas que la componen decidera abandonar, siempre puede contar con otras dispuestas a reemplazarlas en el Ejecutivo.

Por su parte, el presidente de la ANP, Mahmoud Abbas, necesita elevar su índice de popularidad frente a unos ciudadanos hastiados del conflicto y dotar de peso su perfil político en caso de verse en la tesitura de proclamar  ante la Asamblea General de la ONU un Estado independiente.

Igualmente ayudan las condiciones regionales. Dada la sangrienta guerra civil que se vive en Siria y el caos político en Egipto, Israel se encuentra en la posición idónea para concentrarse en la resolución de la cuestión palestina, aplicando el axioma de negociar la paz en pistas separadas y de forma secuencial, que no simultánea.

Por otra parte, la actual debilidad del movimiento islamista Hamás tras el derrocamiento del presidente egipcio Mohammed Morsi, hace que sus dirigentes se muestren más flexibles  a progresar en la reconciliación nacional y a aceptar que Abbas lleve a cabo las negociaciones (aunque públicamente Hamás las rechace).

 

¿Por qué EE UU figura como ‘tercera parte’?

El nombramiento del ex senador John Kerry como Secretario de Estado por parte del presidente estadounidense, Barack Obama, ha contribuido a reposicionar el proceso de paz palestino-israelí en la agenda internacional. Estados Unidos es el único actor con capacidad de influencia sobre ambas partes y que dispone de todos los recursos –militares, políticos y económicos– para avalar las negociaciones. Por ejemplo, la capacidad de desplegar un contingente militar fiable en el Valle del Jordán en el caso de que Israel aceptara retirarse de éste y demandara garantías de seguridad, escenario que a corto plazo parece del todo improbable.

Además, EE UU son los depositarios de los compromisos no escritos y de los mapas no mostrados que se barajaron en las negociaciones de Camp David de julio de 2000, cuando las partes estuvieron cerca de alcanzar un acuerdo. En cualquier caso, el eventual progreso en esta nueva ronda negociadora obligaría a Washington a ofrecer contrapartidas e incentivos al Gobierno israelí, sea a la hora de manejar la crisis siria o, sobre todo, la cuestión nuclear iraní.

 

¿Por qué nueve meses y no nueve días?

La experiencia demuestra que las negociaciones tienen un tiempo de duración  que no ha de ser ni muy corto –para no dejar asuntos ni flecos sin resolver– ni muy largo –para no eternizarse y terminar encallando, como ocurrió con el Proceso de Oslo. Expertos en negociación como el fundador de la Iniciativa de Ginebra Yossi Beilin han recomendado establecer un límite máximo de un año, aunque interpretándolo con flexibilidad a la hora de conseguir sus objetivos intermedios.

Además, este plazo presenta una correlación con la agenda política estadounidense, dado que de cumplirse vendría a coincidir con el ecuador del segundo mandato de Obama en la Casa Blanca. Éste se sentiría libre de ataduras electorales para invertir el capital político necesario, sobre todo a partir de la celebración de las elecciones al Congreso en otoño de 2014.

 

¿Por qué se habla tanto de unas fronteras de hace 45 años?

Según las resoluciones 242 de 1967 y 338 de 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU, las fronteras previas a la Guerra de los Seis Días en 1967 constituyen la demarcación de referencia sobre la que deben negociar las partes. Esto anula tanto las demarcaciones establecidas en el Plan de Partición de la ONU, que recoge la resolución 181 de noviembre de 1947 – aceptado por los israelíes pero rechazado por los palestinos– como las del Armisticio, recogidas en la resolución 194 de 1949.

Por ello, tal como se hizo en la Conferencia de Paz de Madrid de 1991 y, posteriormente, en el llamado Proceso de Oslo entre 1993 y 2000, las fronteras sobre las que se negocia son las de 1967, esto es, sobre la “Línea Verde” que separaba Israel de Cisjordania, así como Jerusalén Oriental de Jerusalén Oeste.

 

¿Por qué los palestinos quieren negociar primero sobre las fronteras?

Si Palestina ha de convertirse finalmente en un Estado independiente, lo primero que tiene que determinar es cuáles serán sus fronteras para luego negociar sus atributos de soberanía (que según las demandas israelíes serían limitados, por ejemplo, en el ámbito militar). Desde que la ONU concibió el mencionado Plan de Partición de 1947 los palestinos han visto encoger su presencia territorial gradualmente, hasta llegar a extenderse hoy por sólo el 22% del territorio comprendido en su momento por el Mandato Británico.

Además, tienen miedo a que con la construcción unilateral de la barrera de separación de Cisjordania –que en su más de 750 kilómetros alterna su forma de verja con la de muro de hormigón– suponga una anexión adicional. Igualmente temen que la inclusión de los grandes bloques de asentamientos que pide Israel no tenga una contrapartida territorial similar en extensión, sino que se aplique un coeficiente de permuta inferior.

 

¿Por qué los israelíes quieren hacerlo sobre el capítulo de seguridad antes que nada?  

A diferencia de Palestina, Israel es un Estado consolidado dentro de la comunidad de naciones,  aunque todavía no haya determinado formalmente sus fronteras con Siria y Líbano. La preocupación por la problemática territorial es, en su caso, menor que la relacionada con la seguridad.  Sus ciudadanos y gobernantes se sienten constantemente amenazados por sus vecinos árabes en una región inestable donde el país mantiene acuerdos de paz únicamente con Jordania y Egipto.

Esto hace que a la hora de establecer las prioridades dentro de la agenda de las negociaciones el Gobierno israelí ponga siempre la seguridad en primer lugar. Y dentro de ésta se encontraría el control del espacio aéreo y marítimo, que Israel no entregará a la ANP sin las correspondientes garantías, que podrían alcanzarse quizá mediante la presencia de una tercera parte.

 

¿Por qué se asume ya que ni israelíes ni palestinos se quedarían con la totalidad de Jerusalén aunque ambos la reclamen?

El Plan de Partición de noviembre de 1947 ya incluye el llamado Corpus Separatum para solucionar la disputa sobre la capitalidad de Jerusalén. Según esta clausula, la ciudad no debería pertenecer ni a unos ni a otros, sino quedar bajo la supervisión de la ONU, que garantizaría los derechos de culto de todas las religiones y confesiones.

A pesar de su reunificación tras la Guerra de 1967, momento desde el que la ciudad ha estado gobernada por un ayuntamiento único, lo cierto es que la ciudad sigue presentando dos realidades demográficas, étnicas y religiosas diferentes, por lo que la fórmula ideal sería la de su división política y administrativa (lo que no implica que necesariamente física) ante la eventual creación de un Estado palestino. Para ello existe casi una veintena de planes diferentes, por lo que sólo queda que las partes se pongan de acuerdo en qué distritos quedarían de un lado y cuáles de otro.

 

¿Por qué Obama se mantiene al margen?

Después de comenzar su primer mandato creando grandes expectativas de paz, democracia y prosperidad en todo Oriente  Medio en su famoso discurso de El Cairo de junio de 2009, el presidente estadounidense ha preferido rebajar su perfil en el ámbito diplomático tras verse personalmente defraudado por la evolución de los acontecimientos. No obstante, Obama ha defendido siempre, al menos públicamente,  la solución de dos Estados. Por ello, tras la retirada de Hillary Clinton como Secretaria de Estado, le confió a su sustituto, John Kerry, retomar la cuestión palestina-israelí como una de las nuevas prioridades de su política exterior, pero esta vez con la cautela necesaria tras el fiasco que supuso el  primer intento del Presidente con su entonces enviado especial, George Mitchell, quien terminó dimitiendo ante el enrocamiento de las partes.

Sin embargo, da la impresión de que Obama confía en esta ocasión en poder poner en marcha un proceso breve e intenso (en el que esta vez no participará hasta que vislumbre garantías de algún éxito), que desemboque en una especie de Camp David II y termine dando solución al conjunto de cuestiones que conforman el llamado Estatuto Definitivo (demarcación de fronteras, futuro de los asentamientos, gestión del agua y recursos naturales, retorno de los refugiados y capitalidad de Jerusalén). Si así fuera haría realidad el sueño de cualquier presidente de EE UU. Si no lo logra,  siempre podrá justificar su distanciamiento actual como la prudencia de un dirigente que no juega sus mejores cartas en una partida perdida.

 

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