Matteo Renzi, primer ministro de Italia. (Paolo Bruno/Getty Images)
Matteo Renzi, primer ministro de Italia. (Paolo Bruno/Getty Images)

Vía libre al referéndum en Italia sobre la reforma constitucional que es clave para determinar el futuro del país.

El 4 de diciembre, primer domingo del mes, es la fecha definitiva que se ha establecido para celebrar el referéndum sobre la reforma constitucional en Italia. Una fecha clave no sólo para el futuro del país, sino también para su primer ministro, Matteo Renzi, quien afirmó hace unos meses que, de perderlo presentaría inmediatamente su dimisión como jefe de Gobierno.

La consulta a la que se someterá a la opinión pública italiana arranca de una iniciativa del propio Renzi cuando aún no era primer ministro. A comienzos de enero de 2014, y poco después de ser elegido secretario general del Partido Democrático (PD), Renzi envió a las diferentes fuerzas políticas una propuesta que contenía una serie de reformas fundamentales entre las que se encontraba el fin del “bicameralismo perfecto”, una suerte de estructura del poder legislativo que daba igual capacidad a las dos Cámaras (la de diputados y el Senado) según la Constitución de 1947. En ese sentido, el político florentino consideraba que esta igualdad en la capacidad legislativa de ambas cámaras constituía un claro impedimento para la gobernabilidad del país. El procedimiento legislativo italiano obligaba y sigue obligando a que un determinado texto, para convertirse en ley, debe contar con la aprobación de las dos Cámaras de un texto idéntico: si una de ellas cambia una sola palabra del proyecto de ley que ha sido aprobado en la otra, entonces debe retornar de nuevo a la Cámara donde inicialmente se aprobó (para después ser confirmado por la otra), lo que ha tenido como consecuencia fundamental una eternización de la tramitación parlamentaria de los diferentes proyectos de ley.

Cuando Renzi fue finalmente nombrado primer ministro el 22 de febrero de 2014, en su discurso al Senado con el fin de pedir su confianza, afirmó que esperaba ser el último candidato que necesitara el voto favorable del Senado. A partir de aquí, inició un laborioso camino que, tras lograr la aprobación en ambas Cámaras, se encuentra casi finalizado, a la espera de que los italianos den el “sí” al fin del bicameralismo paritario. Lo que, por otra parte, no va a ser nada fácil. Y no lo va a ser por varias razones.

La primera, que encubre una reforma constitucional en toda regla, y la mayor parte de los constitucionalistas italianos ya han advertido que precisamente por ello debería iniciarse un nuevo proceso constituyente, tal como sucedió en los años 1946 y 1947. Sin embargo, el Gobierno italiano no considera necesario este proceso constituyente, ya que el Senado seguirá existiendo a pesar del “sí” en el referéndum e incluso seguiría siendo clave para cualquier reforma constitucional, aunque, eso sí, sus poderes quedarían reducidos sustancialmente en muchos temas fundamentales, como la tramitación de la mayor parte de las leyes.

La segunda razón por la que no resulta fácil la aprobación del texto es porque, fuera de Renzi y sus compañeros de gabinete, sólo apoya abiertamente la reforma su propio partido, y no en su conjunto, ya que el ala izquierda del mismo, formada por los críticos liderados por el ex primer ministro D´Alema, se oponen por sistema a todo lo que hace Renzi, en una guerra encubierta entre ambas facciones que viene desde los tiempos en que el actual dirigente dijo que había que “rottamare” (literalmente, “mandar al desguace”) a la vieja guardia del partido (Bindy, Bersani, el propio D´Alema). En este caso, su crítica no carece de fundamento, ya que hay que recordar que esta reforma constitucional ha venido precedida de la aprobación de una nueva ley electoral (la llamada Italicum) que dota de un extraordinario poder al partido vencedor en las elecciones enerales, sufragios que habrán de celebrarse, como muy tarde, a comienzos de 2018. Así, en dicha ley electoral se establece que el partido vencedor, si logra más del 40% de los votos, se lleva automáticamente un “premio di maggioranza” (“premio de mayoría”) del 55% de los escaños de la Cámara de diputados, compuesta en este momento por un total de 630 miembros, lo que daría como consecuencia un Ejecutivo muy poderoso.

Claro que es importante recordar la extraordinaria dificultad que conlleva para un solo partido obtener el 40% de los votos. Aunque Renzi lo logró en su momento (elecciones europeas de 2014), estas cifras sólo se han alcanzado, en elecciones generales, en los gloriosos tiempos de la Democracia Cristiana (1945-1980) y también en los mejores tiempos de Berlusconi (en su caso en coalición con otros dos partidos, la Alianza Nacional de Gianfranco Fini y la Liga Norte de Umberto Bossi). Y además no debe olvidarse la naturalidad (por increíble que pueda resultar en nuestro país) con la que los parlamentarios italianos cambian de grupo parlamentario a lo largo de una legislatura, con lo que esa mayoría podría no ser tan contundente ni tan aplastante como algunos la presentan.

Sea así o no, el problema es que Matteo Renzi está intentando vender las bondades de la reforma en la más absoluta de las soledades, ya que las principales formaciones políticas se han mostrado todas ellas contrarias al referéndum: por la izquierda, el Movimiento Cinque Stelle; por la derecha, la Forza Italia de Berlusconi (que está a punto de ceder el testigo a Stefano Parisi), los Fratelli d´Italia (Hermanos de Italia) de Giorgia Meloni y la Lega Nord (Liga Norte) de Matteo Salvini. Sin embargo, en este momento sólo es rival para Renzi el Movimiento Stelle, pero podría pasar que éste se viera afectado por el papel de la nueva alcaldesa de Roma (Virginia Raggi, perteneciente a este último partido) desde que se hiciera con el bastón de mando de la capital italiana. Más de tres meses después de su aplastante triunfo en las elecciones ha caído su jefa de gabinete, Carla Romana Ranieri, y se han sucedido las dimisiones de otros cuatro altos cargos del gobierno municipal, entre ellos algunos dirigentes encargados de dos cuestiones tan importantes como el transporte urbano y la recogida de residuos. Aún no tiene un equipo de gobierno completo que, por otra parte, debía haber sido la plataforma de lanzamiento del partido de Beppe Grillo en su tan buscado salto al poder nacional. Esta situación resultaba previsible en una ciudad con una deuda de 14.000 millones de euros y donde la Mafia hace años que se encuentra infiltrada en todo lo público.

Y es que, de cara a un posible triunfo final, la realidad es que el principal enemigo de Renzi es él mismo. Además de que lleva excesivo (para los italianos) tiempo en el poder (casi 1.000 días dura ya su Ejecutivo, una cifra solo alcanzada por Bettino Craxi y Silvio Berlusconi), no ha logrado de momento remediar el principal problema del país: la ausencia de crecimiento. Porque, tras conseguir pasar en 2015 a un crecimiento del 0,8% del PIB tras un -0,4% en 2014, en 2016 no va siquiera a acercarse al objetivo marcado de 1,5% en el Documento de Planificación Económica (DEF). En ese sentido, es cierto que ha sido muy importante la reforma laboral que hizo aprobar en la Navidad de 2014 y que acabó con el célebre artículo 18 del Estatuto de los Trabajadores (por el que los trabajadores se encontraban prácticamente blindados en su puesto de trabajo, lo que ha lastrado la productividad de muchas empresas durante décadas), y también lo es el hecho de haberse convertido en el principal inversor en la pujante Irán del presidente Rohaní, pero Renzi bien sabe que los efectos de estos logros tardarán bastante en notarse.

Quizá la mejor baza que juega Renzi es precisamente la posibilidad de una dimisión suya, porque la realidad italiana es que, en este momento no existe una auténtica alternativa al actual primer ministro. Y los italianos no olvidan fácilmente lo vivido en los primeros meses de 2013, cuando las elecciones generales dieron paso a una situación de ingobernabilidad que obligó a pedir al presidente de la República saliente, Giorgio Napolitano, que repitiera mandato, a pesar de contar ya con 88 años de edad, al tiempo que se buscaba a un primer ministro de consenso (Letta) que no duró ni un año.

Además, no debe olvidarse la fuerza con la que Matteo Renzi ha irrumpido en la escena internacional, particularmente en los asuntos europeos, hasta el punto de que ha sido el único líder en plantar cara a la otrora todopoderosa canciller alemana Angela Merkel. Y es que Renzi es un hombre clave en la lucha de los países del sur por lograr un mejor trato por parte de los aliados naturales de Merkel (las naciones del centro y el norte del continente). No hay que olvidar que ha logrado restituir la buena imagen de Italia tras los años de continuo bochorno de Silvio Berlusconi. Por ello, si Renzi logra sacar adelante su reforma constitucional, podría convertirse en un hombre clave en la gobernabilidad de la Unión Europea, en la que en este momento el liderazgo brilla por su ausencia. Más aún cuando el Brexit la ha dejado sin uno de sus principales miembros. Así que, una vez más, Renzi en estado puro, pero esta vez con órdago incluido: o yo, o la nada. Y hasta ahora ha salido vencedor en todos los envites. ¿Volverá a hacerlo? El tiempo lo dirá.