Más de seis meses después de la declaración de independencia de Kosovo, basta con echar un vistazo al Cáucaso para ver cómo Georgia es el precio que Occidente ha tenido que pagar a Rusia por apoyar la autoderminación de Prístina.

 

Todos los argumentos de que la independencia de Kosovo, apoyada por EE UU y gran parte de los miembros de la UE, constituía un caso único, y que no sentaría precedentes, quedan en agua de borrajas después de que Georgia intentara recuperar por la fuerza Osetia del Sur (territorio que le pertenece legalmente, pero sobre el que Tbilisi no ejerce control efectivo desde 1992), se enfrentara militarmente con Rusia y, finalmente, el Kremlin reconociera las independencias unilaterales de Osetia del Sur y Abjasia.

Moscú ha estado echando leña al fuego en esta región separatista desde el pasado febrero (cuando Kosovo se declaró Estado soberano frente a la clara oposición de Rusia, aliado de Belgrado), y esto tendría que haber entrado en los cálculos de EE UU y la Unión Europea. Ya lo advirtió Moscú, que Georgia sería el precio que Occidente tendría que pagar por alimentar las expectativas de los albanokosovares y la pérdida de prestigio ruso cuando la OTAN bombardeó Serbia sin la aprobación de la ONU en 1999. Siempre fue inconcebible que se barajase de manera seria la idea de la autodeterminación sólo para Prístina. Los mismos argumentos valen para surosetios, abjasios, cachemires, para los kurdos de Irak, Siria y Turquía, los uigures de Xinjiang (China) o para los serbokosovares del mismo Kosovo.

Se ha abierto la caja de pandora y no se sabe todavía qué sorpresas va a deparar. No se puede pedir que Rusia acate la legalidad internacional si Occidente se la pasa a la torera cuando le conviene. Prístina inició un proceso con difícil marcha atrás. Se hicieron promesas a los albanokosovares que no se pueden frustrar ahora. A la vez se complicaron las relaciones con Belgrado que necesita -digan lo que digan en Bruselas y Washington- una salida negociada del problema, porque por muchas zanahorias que la UE le dé a Serbia no puede pedirle que ceda en todo y reconozca una derrota absoluta. A este país, que no sólo se ha democratizado a costa del asesinato de un primer ministro sino que también entregó a Slobodan Milosevic a la Haya y a muchos otros, culminando con Radovan Karadzic, no se le puede recompensar por sus sacrificios con la pérdida no consensuada de lo que considera su patrimonio nacional y religioso.

La situación en Kosovo continúa estancada. Si en junio 42 Estados habían reconocido al nuevo país, tres meses después suman 46 gracias a intensas presiones sobre Colombia, Sierra Leona y Belice. Mientras tanto, el ministro de Exteriores serbio, Vuk Jeremic, ha dado varias vueltas al mundo predicando el evangelio de la legalidad internacional, sumando puntos en el mundo islámico, donde un Kosovo con población mayoritariamente musulmana podría haber esperado más apoyo. Indonesia, Egipto, Singapur y China confirmaron que apoyarán en el debate de la Asamblea General de la ONU, que se llevará a cabo a lo largo de septiembre, la propuesta de Belgrado de pedir una opinión al Tribunal Internacional de Justicia sobre la legalidad del proceso independentista. Esta iniciativa frenará por completo el proceso de reconocimientos de Kosovo, estancado desde abril.

La propuesta de Belgrado de pedir una opinión al TIJ sobre la legalidad del proceso independentista frenará el proceso de reconocimientos de Kosovo

Aunque el TIJ emite opiniones jurídicas sin capacidad de ejecución, tienen una inmensa fuerza jurídica, moral y política. Sólo la apertura del caso le dará a Serbia la oportunidad de presentar su versión de la guerra de Kosovo, que concluyó con el bombardeo de la OTAN, la resolución 1244 del Consejo de Seguridad y la derrota política de Rusia, en aquellos momentos sin el estatus político, económico o militar de 2008. Asimismo, le podría dar la ocasión a Belgrado de demandar daños y perjuicios de modo bilateral, bien sea en el TIJ o en tribunales nacionales, comunitarios o de arbitraje internacional, así como aumentar su capacidad de frenar el acceso de Kosovo a organizaciones internacionales, incluida la UE, la OTAN y la ONU y sus agencias.

Por otra parte, EULEX (la misión de la Unión Europea en Kosovo) continúa con problemas jurídicos y operativos. Bruselas y Naciones Unidas llegaron al acuerdo de que EULEX trabajaría bajo la autoridad de la ONU (como parte de UNMIK) con el fin de que aprovechara los privilegios y la infraestructura logística de ésta, pero con mucha autonomía. Sin embargo, el jefe de la misión europea, el antiguo general francés Yves de Kermabon, no sin razones, se resiste sobre el terreno a acatar la autoridad de Naciones Unidas, puesto que esto significa que EULEX queda bajo la lupa no sólo de Bruselas sino también de Rusia. Su despliegue, con toda probabilidad, se demorará una vez más.

Al igual que hace seis meses, la UE sigue dividida acerca de la independencia de Kosovo y, además, se escuchan reverberaciones en otras partes de los Balcanes. Sin ir más lejos, las tensiones entre Macedonia y Grecia no bajan de temperatura, ya que el primero reclama el reconocimiento de la “minoría macedonia” en su país vecino, en una región donde los problemas étnicos y nacionalistas entre griegos, búlgaros, eslavomacedonios, albaneses y grecoturcos pueden saltar sin previo aviso. Por todo ello, es necesario negociar una salida donde todos puedan clamar victoria en la cuestión de Kosovo. Por su parte, la UE tiene que recuperar la autoridad moral que la independencia de este territorio le está costando, así como la preeminencia de la legalidad internacional y del Estado de Derecho, porque son las bases en las que se fundamenta la Unión Europea. Debe aceptar la futilidad de las soluciones que se han impuesto, y que sólo conducen a conflictos congelados.

 

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