Piratas somalíes preparándose para atacar barcos en el Golfo de Adén. MOHAMED DAHIR/AFP/Getty Images
Piratas somalíes preparándose para atacar barcos en el Golfo de Adén. MOHAMED DAHIR/AFP/Getty Images

Las claves para entender la particular visión de los negocios de quienes hacen de la piratería su forma de vida.

Los piratas de alta mar poseen una versión propia y extremadamente singular de los negocios, de los trabajadores, de los empresarios, de las finanzas o de lo que es un servicio público en manos privadas. Su mundo se ha vuelto tan complejo que algunos piratas jubilados han abierto hasta firmas de asesoramiento para grandes navieras internacionales.

La complejidad del mundo de los piratas se refleja muy bien en los distintos significados que tienen muchos términos para ellos y para nosotros. Por eso, para intentar comprender sus motivos y sus acciones, es preciso entender cuáles son los conceptos sobre los que construyen su versión del capitalismo. Éstos son algunos de ellos.

 

Delincuencia

Los ladrones y delincuentes internacionales para un somalí de Puntland, una región controlada por los secuestradores de barcos y sus simpatizantes, son los propietarios de los buques extranjeros que destruyeron ilegalmente sus caladeros mediante la pesca furtiva y el lanzamiento al mar de contenedores con materiales tóxicos, que emergieron destrozados y abiertos por ejemplo con el tsunami que azotó al Océano Índico en 2004. El mar era una de las principales fuentes de riqueza y alimento en un país donde el gobierno se estaba colapsando a marchas forzadas y donde el Estado no contaba con recursos suficientes ni para patrullar las aguas, ni para compensar a las víctimas de la devastación de la única forma de vida que conocían. Los piratas no surgieron de la nada a principios de los noventa: eran pescadores somalíes que sentían que lo habían perdido todo.

 

Beneficios distribuidos o cómo repartirse el botín

El botín se reparte con distintos criterios que tienen que ver directamente con la estructura de la empresa en cuestión (lo que el Banco Mundial llama “modelo de negocio”). Si es un chiringuito, entonces se opta por reclutar sobre todo a familiares y amigos y por un sistema tradicional de reparto en el que cada uno de los inversores obtiene una parte del botín que sea proporcional a la inversión inicial menos lo que cueste mantener a flote y en marcha la embarcación, lo que haya consumido en alcohol, alimentos o drogas durante el viaje, y el precio de los materiales que hayan tenido que darle para hacer su trabajo como pueden ser armas de fuego o escalas de cuerda.

La segunda opción, que han llamado “modelo cooperativo”, es más profesional. Los piratas de marras llevan a cabo un road show entre inversores para recaudar alrededor de 30.000 dólares (entre ellos, como ocurre en Silicon Valley, también se encuentra parte de la tripulación). Ese dinero se le transfiere al capitán de la flotilla (compuesta por lo general por un par de esquifes), que lo administra para comprar todo lo necesario y posee un nivel mínimo de inglés que le permite negociar con las navieras extranjeras y leer un manifiesto terrorífico sin despertar risas al otro lado. El número dos de este singular equipo, que representa los intereses de los socios capitalistas, se ocupa de gestionar todo lo que deba gestionarse desde tierra y también de custodiar la guarida donde se ocultarán el barco secuestrado y los rehenes. Los socios capitalistas se llevarán como mínimo un 30% del botín final.

La tercera opción se produce cuando la tripulación no pone el dinero y son los propios inversores financieros los que se organizan para llevar a cabo una operación pirata. Aunque los riesgos son mayores, este esquema tiene sus ventajas: extraen entre el 50% y el 75% del botín y el único comandante, que coordinará todo lo que ocurra en tierra y en el mar, responderá exclusivamente ante ellos.

 

Créditos al 100% de interés y salarios y bonus para bucaneros

Los proveedores de drogas, alcohol, alimentos o escalas de cuerda de los piratas tienen que vivir de algo y, muchas veces, reciben exclusivamente una comisión sobre el éxito. Dicho de otra forma: nadie les paga un céntimo en el momento por una botella de ron de contrabando que van a llevarse para empinar el codo en alta mar, pero a la vuelta, si es que vuelven, tendrán que pagarles el doble de su precio. Los balances de situación de los capitanes son rudimentarios pero extremadamente precisos gracias, entre otras cosas, a los servicios de contabilidad y auditoría que les ofrecen las empresas que pusieron en marcha con sus botines otros piratas retirados.

La tripulación, como decíamos más arriba, verá descontado de su salario el valor de los alimentos, armas y drogas (esencialmente khat), aunque en el caso de los estupefacientes también tendrán que poner unos intereses sobre la mesa. Normalmente, los intérpretes (la tripulación proviene de múltiples países) suelen cobrar en total entre 10.000 y 20.000 dólares y el resto entre 30.000 y 75.000 dólares (que equivalen al 0,01% y 0,025% del importe medio de la recompensa).

Esas cantidades sufren importantes variaciones hacia arriba y hacia abajo. Aquellos que traigan sus propias armas o escalas recibirán un bonus especial y el primer pirata que entre por la fuerza en un buque extranjero, si no cae muerto bajo las balas, cobrará en torno a 10.000 dólares. Por supuesto, también existen multas: por maltratar a la tripulación hay que pagar 5.000 dólares (amén de sufrir un más que probable despido), desobedecer a un superior implica igualmente el despido y el abono de 10.000 dólares, y los marineros que se queden dormidos mientras hacen la guardia serán sancionados con 5.000 dólares.

La multas por mal comportamiento, el precio de los alimentos o las armas, y los créditos sobre la droga o las tarjetas de prepago para móviles que hay que devolver cuando se llega al puerto -todo ello junto- hacen muy difícil que un pirata no tenga que subirse más veces a un barco de pabellón negro para vivir a todo tren en tierra. No basta con un gran golpe al estilo de los míticos atracadores de bancos.

 

¿Qué es una oportunidad de negocio para un pirata?

Las oportunidades de negocio se identifican en tres frases consecutivas: el momento en el que se plantean delinquir por primera vez, el momento en el que observan la potencialidad del mercado que van a atacar y el momento en el que buscan proyectos empresariales interesantes para rentabilizar el botín.

Tomemos el caso de un joven somalí que soporta grandes cifras de desempleo, precariedad extrema en las pocas ocupaciones legales disponibles y un verdadero océano de posibilidades en la economía sumergida, que es en la que está empleada gran parte de la población. Los piratas de Eyl, una ciudad costera hoy de capa caída frente a los puertos indonesios, le ofrecen una vida excitante y de aventuras, una reputación social parecida a la de un trabajador de una startup de Silicon Valley en Estados Unidos y unos salarios lo suficientemente astronómicos como para que muchos corsarios que venían de la nada se hayan construido mansiones al estilo de Jay Gatsby. La retribución de un pirata en Somalia suele multiplicar por cien el salario medio del país.

Cuando concluyen que el pabellón negro podría ser verde por la cantidad de dólares que esperan ganar, llega el momento preguntarse si existe suficiente mercado para tantos secuestradores de buques. La respuesta para el Golfo de Adén es que sí -igual que para tantos otros lugares como las proximidades del Estrecho de Malaca o el Canal de Panamá, la Bahía de Bengala o el Golfo de Guinea- porque lo atraviesan más de 16.000 barcos al año, que llevan el 30% de los contenedores mundiales de crudo y que representan alrededor del 10% de todo el comercio marítimo del planeta. Algunos países tienen petróleo, otros oro y otros un Mar Arábigo colapsado de presas millonarias para delincuentes mañosos.

Parece claro que hacerse corsario y secuestrar buques son dos oportunidades de negocio que ningún joven de país pobre debería despreciar a la ligera, ¿pero qué es lo que ocurre cuando ganan finalmente las enormes sumas de dinero con las que habían soñado? Entonces ha llegado el momento de extraerles la máxima rentabilidad posible una vez que se descuenten no sólo los gastos asociados a participar en una expedición pirata, sino también los de las brutales celebraciones sumergidas en alcohol, drogas y prostitución de meretrices esclavas que la siguen.

En Somalia, los piratas suelen invertir el remanente en crear sus propias milicias o fortalecer su influencia política (mediante corrupción y la liquidación de adversarios, por ejemplo), en abrir restaurantes y hoteles, en construcción, en transporte (hablamos de infraestructuras y de vehículos al servicio, muchas veces, del contrabando) y en poner en marcha servicios financieros y de contabilidad. Hasta la fecha, han conseguido lanzar pequeñas empresas pero nunca a la altura de despachos londinenses como Holman Fenwick Willan, especializados, entre otras cosas, en negociar rescates y en proteger con suprema habilidad la confidencialidad de los pagos de sus clientes. Y no será porque no inviertan en publicidad pues cuelgan en Internet decenas de anuncios con sus servicios y se ponen en contacto rápidamente con los propietarios de los buques de los secuestros y los familiares de los rehenes.

 

Finanzas internacionales o cómo lavar el dinero

Por lo general, tanto los miles de millones que fluyen hacia la piratería como los que brotan de ella se blanquean en el extranjero en algún momento. Muchas veces se realiza una sencilla transferencia a la cuenta de un familiar por ejemplo en Dubái que ni sabe ni pregunta de dónde viene el dinero. En cuanto llega el capital, el familiar se compromete, primero, a invertirlo en un negocio, y segundo, a enviar al pirata los frutos de la rentabilidad de esa inversión mediante transferencias periódicas. El corsario entonces las aprovecha para financiar sus caprichos, montarse un ejército personal o levantar un emporio inmobiliario.

Otra avenida muy frecuentada por bucaneros e inversores es la de las facturas falsas. El mecanismo, que funciona en tres movimientos, se entiende mejor con un ejemplo: James, un pirata indonesio con cuenta en Dubái, compra supuestamente 1.200 euros en cajas de ron añejo a un exportador de licores de su país; ese exportador le envía sólo 1.000 euros en ron pero le hace una factura por 1.200 euros; el exportador deposita después los 200 euros en una cuenta del inversor pirata en Indonesia. Por supuesto, no hubo ningún error: James, además de asegurarse una fiesta con terrible resaca, acaba de blanquear 200 euros procedentes del secuestro de un buque en el Índico.

A veces, los piratas prefieren métodos tradicionales como esquivar las porosas aduanas de Estados vulnerables y funcionarios fáciles de corromper atravesándolas con furgonetas repletas de cientos de miles de dólares. En otras ocasiones, se les antoja algo más sofisticado como exprimir al máximo los ínfimos cortafuegos de las empresas locales de envío de dinero -a las que mienten sobre el origen de sus recursos sin que tengan forma de contrastarlo- o realizar pagos mediante plataformas digitales que sus gobiernos o no pueden o no quieren controlar.

En decenas de regiones costeras de África, América Latina y Asia, este capitalismo de piratas ha derrotado no sólo a la dictadura sino también al capitalismo democrático al que estamos acostumbrados en nuestros países. Allí, las únicas industrias que florecen son las que dan servicio a los corsarios, los jóvenes que prosperan se juegan la vida secuestrando buques extranjeros, las milicias de los delincuentes más poderosos imponen su ley en puertos administrados por otros criminales y la prostitución de mujeres esclavas es un ingrediente más de las bacanales de drogas y licor con las que se celebran los éxitos en alta mar. Mientras ocurre todo eso, las grandes potencias en oriente y occidente sólo muestran preocupación cuando atacan sus navíos, convierten a sus ciudadanos en rehenes e interrumpen los flujos del petróleo y el gas licuado que sacian su hambre de energía.