Los soprano del presente tienen música, pero no se trata de un aria de ópera ni de una voz tan aguda capaz de reventar una cristalería. Los Soprano van acompañados por Bruce Springsteen, en el mejor de los casos, o por el sonido obsceno y machacón que ambienta las barras de striptease. La temporada final de Los Soprano, que HBO emitió en EE UU en junio y que en España se verá en diciembre, ha representado el momento cumbre de una nueva era de la televisión (y seguramente del cine): la época de las series, que temporada tras temporada reparten por todo el planeta toneladas de talento con tramas que transcurren en hospitales, el viejo Oeste o islas desiertas.

El capítulo final de la historia de esta familia mafiosa de Nueva Jersey, con su mezcla única de culebrón y serie negra, ha sido recogido en editoriales y ensayos, desde The New York Times hasta The New Yorker, como uno de los momentos cumbre de la cultura estadounidense. Al igual que El Padrino o Érase una vez en América, que las obras de la Generación Perdida o Truman Capote, refleja a través de una serie de personajes imborrables casi una década de la historia de Estados Unidos, pero también el estado de ánimo de un país, que lucha desconcertado por cimentar una identidad, desde la irrupción del Prozac en la crisis de los 90 hasta las consecuencias del trauma del 11-S.