Un poco de humildad compensará los errores.

Tras los atentados del 11-S, un torrente de simpatía, preocupación y amor por Estados Unidos brotó desde todos los rincones del mundo. Fue la prueba de que no existe una hostilidad instintiva o arraigada contra ese país, un antiamericanismo automático. Por supuesto, a menudo surgen resentimientos frente a determinadas políticas. La Administración Reagan, por ejemplo, buscó una cooperación constructiva con el régimen del apartheid en Suráfrica. Muchos surafricanos nos opusimos vehementemente a esta línea de actuación, pero eso no nos convirtió en antiamericanos.

Ahora los sentimientos negativos hacia EE UU están causados por la arrogancia del unilateralismo. El Gobierno de George W. Bush se ha dedicado a burlarse del resto del mundo y a mandar a todos a paseo. Es lo que hizo con el Protocolo de Kioto, la Corte Penal Internacional y el centro de detención en Guantánamo. Pero más que en ningún otro lugar, lo hizo cuando invadió Irak, quejándose continuamente de la ONU y pisoteando la legalidad internacional. Esa acción arrogante ha resultado ser un desastre catastrófico desde todos los puntos de vista.

Una de las frases más difíciles de pronunciar en cualquier idioma es: “Nos equivocamos. Lo sentimos. Perdonadnos”. No son más que unas pocas palabras y, sin embargo, no se puede menospreciar su poder para cambiar la dinámica de una situación tensa. ¿El próximo presidente de EE UU tendría esa gran talla moral y magnanimidad? ¿Tendría la humildad de reconocer los errores del pasado reciente y la determinación y sinceridad de espíritu para rectificar el rumbo?

Más que nada, Washington es visto con cariño por su destacable generosidad. Europa nunca olvidará la caridad del Plan Marshall tras la devastación causada por la Segunda Guerra Mundial. América necesita que le recuerden que su historia y su ejemplo han inspirado a millones de personas en sus propias luchas por la libertad, la democracia y una vida mejor. Si la superpotencia mundial tiene la virtud y la modestia de decir que lo siente, la gente se frotará los ojos con incredulidad, se dará un pellizco, y entonces sonreirá porque ha llegado un nuevo día.