Mientras aumentan las amenazas a la paz y la seguridad global, China sigue sin dar un paso al frente. Necesita que sus amigos la empujen un poco.

El presidente estadounidense, Barack Obama, que ha comenzado su primera visita a China hace unos días, va a pedir a Pekín que asuma más responsabilidad en la solución de problemas fundamentales en todo el planeta, especialmente en países como Corea del Norte, Irán, Afganistán y Pakistán.

Sin embargo, aunque Washington necesita a Pekín más que nunca, los intereses del gigante asiático en esos lugares conflictivos hacen que le resulte problemático desempeñar un papel más importante en el escenario mundial. Estados Unidos ve a China en función de sus responsabilidades crecientes como gran potencia, pero el Imperio del Centro sigue pensando sobre todo en función de sus propios intereses.

En los últimos tiempos, China ha contribuido con sus recursos a las operaciones multilaterales contra la piratería en Somalia y ha proporcionado bastante personal a las misiones de paz de la ONU, dos acciones loables. Pero el número y la variedad de las solicitudes que llueven sobre Pekín ha hecho que escoja cada vez con más cuidado cuáles atender. Para abordar la situación en países problemáticos, Washington necesita tener en cuenta que China siempre defenderá de forma más decidida sus propios intereses, que a menudo son muy distintos de los de Estados Unidos.

Pensemos en Corea del Norte e Irán. En los últimos ocho meses, Pyongyang ha lanzado un misil de largo alcance, se ha retirado de las negociaciones a seis bandas, ha probado su segundo dispositivo nuclear y ha provocado un choque naval con un buque de guerra de Corea del Sur. Ha contribuido a la proliferación de misiles balísticos y la extensión de la capacidad nuclear a otros Estados problemáticos, así como ha incrementado el peligro de que algún grupo terrorista pueda acabar adquiriendo esas armas letales.

 

AFP/Getty Images/TORU YAMANAKA
El primer ministro chino, Wen Jiabao, en la cumbre de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN).

 

Estos hechos causaron preocupación cuando sucedieron, tanto en China como en Estados Unidos, pero la proximidad con la frontera china hace que los cálculos estratégicos de Pekín sean muy diferentes de los de Washington. Aunque, en teoría, el gigante asiático se ha comprometido a garantizar que Corea del Norte no adquiera armas nucleares, su interés fundamental es la paz y la estabilidad en la península. A Pekín le inquieta que el régimen norcoreano pueda derrumbarse y la posibilidad de que la huida de cientos de miles de refugiados o la rápida reunificación con el Sur pueda suponer la presencia de más tropas estadounidenses en la región. Por consiguiente, China sigue actuando como escudo que protege a Corea del Norte de mayores medidas de castigo, como por ejemplo unas sanciones económicas más fuertes.

Pekín separa deliberadamente su relación bilateral con Corea del Norte de la cuestión atómica y sitúa la responsabilidad de los asuntos nucleares en manos de Estados Unidos. En opinión de China, la reciente visita del primer ministro chino, Wen Jiabao, a Pyongyang fue prueba del éxito de esta estrategia doble. La relación bilateral entre los dos países se reforzó de forma significativa e incluyó el anuncio de unos paquetes chinos de ayuda y cooperación económica por valor de más de 200 millones de dólares (unos 135 millones de euros). China no sólo no teme quedar marginada en las negociaciones nucleares, sino que está presionando para que se celebre una reunión bilateral entre Estados Unidos y Corea del Norte. Si Washington no opta por esa vía, será más difícil convencer a Pekín de que adopte una posición dura frente a Pyongyang en el futuro.

Respecto a Irán, los cálculos de China son todavía más distintos de los de Occidente. Aunque no desea que haya inestabilidad regional ni proliferación nuclear, no piensa que Teherán sea una amenaza inminente para la seguridad. Por otra parte, el país persa es crucial para las necesidades energéticas de China, para alimentar su continuo crecimiento económico, que es fundamental para mantener la legitimidad del Partido Comunista. La crisis de la energía de 2004 y la consiguiente subida de los precios del petróleo convirtieron la seguridad energética en la máxima prioridad del Imperio del Centro, y la localización estratégica de Irán le da influencia sobre el transporte de crudo procedente de Oriente Medio. En el fondo, China considera que la cuestión nuclear es otro problema de seguridad de Estados Unidos y que la mejor forma de resolverla es mediante negociaciones entre la República Islámica y Occidente. No ve motivos para proponer sanciones más estrictas, que teme que sean contraproducentes, ni para adoptar una actitud más audaz que Moscú, que, considera, va a seguir oponiéndose a las sanciones a medio plazo.

Estados Unidos también confía en que China proporcione apoyo no militar a sus esfuerzos en Afganistán, pero tampoco es muy probable que así sea. Aunque Pekín comparte las aspiraciones de EE UU de que la región sea segura y estable, cree que la presencia estadounidense forma parte de una estrategia para asegurarse un papel a largo plazo en Asia Central, el Océano Índico y el Golfo Pérsico. A Pekín le preocupa que Estados Unidos pretenda encerrar a China. Por consiguiente, no ve motivos para apoyar la “guerra de la OTAN”, un conflicto que considera imposible de ganar. Además, no parece probable que Pekín vaya a situarse en primera línea de la lucha contra la amenaza terrorista por miedo a una reacción en la provincia de Xinjiang o en el mundo musulmán en general, o incluso a que se convierta en un blanco de primer orden para grupos terroristas internacionales.

Mientras las amenazas a la paz y la seguridad internacional aumentan, Pekín sigue sin dar un paso al frente. Cree que está en una posición más fuerte para defender sus intereses bilaterales. Por ahora, se resiste todavía a asumir más cargas -económicas, políticas o militares- y prefiere aprovecharse de la situación.

Por tanto, Estados Unidos y la comunidad internacional tienen que estudiar minuciosamente su estrategia. En la relación bilateral entre Washington y Pekín es preciso escoger con cuidado las cosas por las que merece la pena luchar. Pero EE UU, además, debe trabajar para moldear el contexto en el que el gigante asiático toma sus decisiones. Podría reforzar la cooperación con organizaciones regionales (cuyas posturas no suele rechazar China), trabajar con otros países del Consejo de Seguridad de la ONU para convencer a los chinos y seguir expandiendo los compromisos en general con el fin de aumentar la presión mundial para que Pekín acepte que no sólo tiene intereses globales, sino también responsabilidades.







Stephanie Kleine-Ahlbrandt es directora de proyecto de Asia del Noreste en el International Crisis Group.

 

Artículos relacionados