La primera ministra de Polonia, Beata Szydlo, y su homólogo húngaro Viktor Orbán (Attila Kisbenedek/AFP/Getty Images)
La primera ministra de Polonia, Beata Szydlo, y su homólogo húngaro Viktor Orbán (Attila Kisbenedek/AFP/Getty Images)

La reciente decisión de la Comisión Europea de activar por vez primera el “Mecanismo de Estado de Derecho”, establecido en marzo de 2014, con el objetivo de comprobar si en Polonia se están llevando a cabo ataques por parte del nuevo Gobierno a los valores consagrados en el artículo 2 del Tratado de la Unión Europea, ha llevado a muchos a señalar que lo que se está produciendo en realidad no es sino una orbanización del país. Una transición hacia un modelo iliberal de democracia que ya está presente en Hungría. Pero, ¿hasta qué punto son países comparables?

Parecidos

Destaca, en primer lugar, la sintonía ideológica existente entre Polonia y Hungría. Viktor Orbán, primer ministro húngaro y líder de Fidesz, y Jarosław Kaczyński, líder del PiS polaco y quien maneja los hilos en la sombra, no esconden sus grandes parecidos a la hora de ver el mundo. Hace apenas un mes, ambos se encontraron para conversar durante más de 6 horas en un castillo en Polonia. Pero es que yéndonos un poco más lejos en el tiempo, cuando su partido perdía las elecciones en 2011, ya declaraba el propio Kaczyński su convencimiento de que “Budapest llegaría a Varsovia” más pronto que tarde.

¿Y cuál es la visión que abrazan? Fidesz y el PiS comparten el rechazo al liberalismo, a la globalización, al secularismo y al cosmopolitismo. Fundamentan sus posiciones en la defensa de un nacionalismo a ultranza y de una “vuelta a los orígenes” en forma de tradicionalismo reaccionario que niega los valores de las sociedades modernas. Conceden al componente religioso y al proteccionismo económico dos espacios esenciales a la hora de formar su cosmovisión. Y además, tachan de “traidores” y “antipatriotas” a quienes no comparten su manera de entender el mundo.

Asimismo, consideran que el Estado debe jugar un rol muy activo en prácticamente todos los espacios de la vida de los ciudadanos, para garantizar así que se cumple lo que ellos preconizan. Orbán ya consiguió ocupar todas las instituciones estatales, controlando incluso los medios de comunicación y los tribunales. Ahora Kaczyński estima que es su turno. Ha empezado precisamente por ahí, con una reforma de los medios y otra del Tribunal Constitucional, motivos que consideró la Comisión Europea más que suficientes para iniciar por primera vez el procedimiento ya citado.

Polonia y Hungría comparten espacio geográfico en el corazón de Europa. Ya desde los 90 forman parte, junto con Eslovaquia y República Checa, del conocido como Grupo Visegrad. Muy activo en su coordinación en la toma de posiciones, tanto dentro del Consejo, como del Consejo Europeo, y, como no podía ser de otra forma, firme defensor de que las actuaciones de Fidesz y del PiS no constituyan peligro al respeto al Estado de derecho en cualquiera de los dos países.

Además, otra característica compartida por Polonia y Hungría es la no pertenencia a la eurozona (si bien es cierto que ninguno de los dos tiene un opt-out de la moneda común, como es el caso de Dinamarca y Reino Unido, y por tanto, tienen la obligación de acabar entrando en algún momento). Esta situación, que no tiene visos de cambiar a corto plazo, lleva consigo importantes implicaciones, ya que debido a la crisis económica europea y, en particular, a la crisis de la moneda común, la eurozona se ha convertido de facto en un espacio donde se toman decisiones trascendentales en la construcción comunitaria. No estar en él implica correr el riesgo de quedarse fuera de debates esenciales para toda la UE.

Diferencias

Sin embargo, Polonia y Hungría siguen siendo muy distintos. Una diferencia sustancial, y que se percibe a simple vista, es el tamaño de cada uno de los países. Polonia es mucho más grande, y dispone de casi 4 veces la población de Hungría (38 por 10 millones, respectivamente), lo cual tiene unos efectos en términos de poder específico en la Unión Europea muy destacables. En los últimos años, en el marco de una crisis económica que no ha hecho especial daño a Polonia, el país centroeuropeo, gobernado por la Plataforma Cívica de Donald Tusk, actual presidente del Consejo Europeo, ha visto cómo su ascendente político dentro de la Unión ha sido multiplicado. A ello ha ayudado su alianza con Alemania y el ensimismamiento de otros países como España.

Por el contrario, Hungría, desde la llegada de Viktor Orbán al poder en 2010 se ha visto censurada en varias ocasiones. A ello ayudaba el pequeño tamaño de su economía en términos relativos (la distancia con Polonia en este sentido tampoco es pequeña). En cualquier caso, no en todas las instituciones comunitarias ha recibido Orbán una clara hostilidad. En el Parlamento Europeo la vida ha sido más sencilla. El motivo es la pertenencia de Fidesz al grupo principal, el Partido Popular Europeo, que ha considerado que estratégicamente les conviene contar con el partido húngaro. Más aún tras las elecciones al Parlamento de 2014. Desde ese momento solo les separan 30 eurodiputados del segundo grupo, el de los socialistas. Perder los 12 que aporta Fidesz dificultaría su posición preminente.

Esta carta legitimadora la ha sabido jugar bien Viktor Orbán. Se trata de una diferencia sustancial respecto de lo que sucede con el PiS polaco, que forma parte del grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos (o ECR, por sus siglas en inglés). Este grupo está liderado por los Tories de David Cameron y cuenta con mucho menos poder institucional dentro del Parlamento. Y esto es importante, dado que desde la llegada de Jean-Claude Juncker a la jefatura de la Comisión, existe de facto un apoyo de populares y socialistas europeos a las políticas del ejecutivo comunitario, con lo que el resto de grupos que forman el Parlamento se ven, en cierta medida, marginados en la toma de decisiones.

La diferencia de poder institucional de ambos partidos en la esfera comunitaria ha llevado consigo una distinta respuesta por parte de las instituciones ante los retos que se han planteado al Estado de derecho en ambos países. Así, la contestación a Hungría fue, ciertamente, débil, más allá de algún intento por evitar los cambios masivos de jueces o la independencia del Banco Central de Hungría. No se vislumbró realmente la puesta en marcha del artículo 7 del Tratado de la Unión Europea. En el caso polaco rápidamente se ha buscado actuar ante dos cuestiones de cierta gravedad que pueden ser solo el preludio de algo que la Comisión quiere prevenir.

La ausencia de apoyo dentro de las instituciones europeas y la importancia político económica y simbólica de Polonia en el proyecto comunitario, han motivado que la Comisión Europea ahora sí actúe en contra de la deriva autoritaria, a diferencia del caso húngaro, donde casi se ha dado por vencida.

Existen, de igual manera, diferencias sustantivas en los niveles de apoyo al proyecto comunitario y la contestación por parte de la ciudadanía a las medidas de sus dirigentes. Así, según datos del último eurobarómetro, mientras que en Polonia el 55% de los polacos ven la UE positivamente, en Hungría apenas se alcanza el 37%. Al mismo tiempo, la sociedad civil polaca ha demostrado una capacidad de movilización importante, creándose incluso un “Comité para la Defensa de la Democracia” que ha sido promotor de numerosas manifestaciones a lo largo de las últimas semanas. Por su parte, el Gobierno húngaro hace tiempo que logró acallar las críticas.

Si bien es cierto que existen notables similitudes entre Polonia y Hungría, no lo es menos que las diferencias son muy destacables. En cualquier caso, lo que parece evidente es que si algo pretende la Comisión con la llamada de atención a Polonia tras la activación del Mecanismo de Estado de derecho es frenar una posible deriva en el país centroeuropeo y desincentivar a cualquier otro miembro de la Unión Europea a que se embarque en una aventura iliberal, contraria a los valores que han fundado el proyecto comunitario. Si se logra o no, ya es otra historia completamente diferente. No es descartable, incluso, que al propio PiS la “injerencia” de Bruselas les proporcione munición para defender su visión soberanista ante sus seguidores.