El Ejército israelí teme que misiles antiaéreos de última generación y armas químicas lleguen a manos de la guerrilla chií libanesa Hezbolá.

 

AFP/Getty Images
Un soldado libanés hace guardia en la frontera entre Líbano e Israel mientras un vehículo con la bandera de Hezbolá pasa.

 

Mientras el Gobierno israelí continúa sin admitir ni desmentir la autoría de los bombardeos efectuado durante la madrugada del pasado día 30 de enero hay varios indicadores  que parecen así confirmarlo. Comenzando por el mensaje en clave transmitido por el ministro de Defensa Ehud Barak en la Conferencia de Seguridad de Munich al ser preguntado al respecto (“Cuando Israel dice algo la cosa va en serio”) y continuando por toda una serie de movimientos registrados durante los días anteriores: la instalación de dos baterías anti-misiles Patriot en Haifa y Safed, la presencia del director del servicio de inteligencia militar en Washington y la del consejero de seguridad nacional en Moscú, y las declaraciones previas del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu.

Después de las primeras informaciones al respecto –confusas y probablemente orientadas a provocar una cierta desinformación– todo apunta a que la redada aérea tuvo como objetivo principal un convoy militar que se encontraba junto al Centro de Estudios e Investigación Científica de Yamraya, situado en la periferia de Damasco y a unos 15 kilómetros de la frontera. Imágenes difundidas posteriormente por la televisión siria muestran cómo varios edificios de este complejo militar –que supuestamente alberga parte de su programa de desarrollo y almacenamiento de armas químicas– resultaron igualmente dañados, aunque aparentemente por las explosiones secundarias de las armas convencionales que transportaba el convoy.

A pesar de que algunas filtraciones interesadas apuntaran a que se trataba de baterías anti-aéreas de fabricación rusa del modelo SA-17, varios analistas, tanto extranjeros como israelíes, ha refutado luego esa hipótesis. En su opinión, lo que muestran las imágenes no se corresponden con este modelo de misiles anti-aéreos de última generación, sino otros menos avanzados del modelo SA-8. El experto ruso Ruslan Aliyev del Centro para al Análisis de Estrategias y Tecnologías y editor del Moscow Defence Brief Journal asegura que las baterías SA-17 son demasiado sofisticadas para poder ser operadas por una guerrilla como Hezbolá, además de resultar muy fácilmente localizables, constituyendo un blanco muy fácil para las Fuerzas Aéreas israelíes.

 

Objetivo tácticos inmediatos

Dado que el número de víctimas fue realmente pequeño (dos muertos y cinco heridos) y la destrucción material no fue excesiva –si la comparamos por ejemplo con los objetivos bombardeados durante la operación “Pilar Defensivo” en la que el ministerio del Interior de Hamás quedó hecho cenizas– todo apunta a que al ordenar este ataque el Primer Ministro israelí perseguía un doble objetivo. Por un lado, transmitir un mensaje preventivo, en el sentido de que Israel no va permitir que el régimen sirio transfiera sistemas anti-aéreos o armas químicas a Hezbolá, ni que éstos le sean sustraídos por alguna de las organizaciones yihadistas que operan entre las fuerzas rebeldes dentro de la guerra civil que tiene lugar en el país vecino. Por otro, catalizar las negociaciones con los diferentes grupos parlamentarios para formar una coalición de Gobierno más en base a los imperativos de seguridad nacional y no tanto a los socioeconómicos.

Durante los últimos meses no han dejado de circular rumores sobre una supuesta disposición del régimen sirio a hacer empleo de armas químicas en el caso de verse acosado por los rebeldes. Incluso un cable diplomático enviado por el Cónsul General de EE UU en Estambul al Departamento de Estado –expuesto públicamente por Wikileaks– llegó a especular con que ya habían sido utilizadas, pero este extremo luego no fue confirmado, siendo a su vez negado por Rusia, cuyos asesores militares han ayudado a concentrar todas las armas químicas en únicamente dos o tres puntos, de cara a ejercer un total control sobre las mismas.

Hay que tener también en cuenta que Siria no es un país signatario de la Convención de Armas Químicas (1993) y que, por lo tanto, no está obligada a destruir sus arsenales tóxicos ni a permitir los correspondientes controles internacionales. Según el Centro de Estudios de No-Proliferación de Monterrey (California), Siria dispone de ingentes cantidades de gas sarín (del tipo que fue utilizado en grandes proporciones por Sadam Hussein para masacrar a los rebeldes kurdos en 1988, y en pequeñas dosis por la secta japonesa Aum Shinrikyo para perpetrar el atentado del metro de Tokyo en 1995). También del más tóxico, letal y duradero todavía gas VX (desarrollado por EE UU y la Unión Soviética durante la Guerra Fría) y de los más primitivos gases tabún y mostaza (empleados durante la primer Guerra Mundial).

 

Capacidades militares de Hezbolá

Hasta el momento no hay informaciones ni evidencias de que la guerrilla chií libanesa Hezbolá –con la que Israel libró una corta, pero devastadora guerra durante el verano de 2006– disponga de armas de destrucción masiva, químicas o biológicas, dentro de su arsenal. Y de hacerlo tendería a poner más en peligro a sus propios milicianos y ciudadanos que suponer una amenaza contra Israel, que de detectarlas y realizar un ataque preventivo, éste provocaría sus letales efectos dentro de territorio libanés.

Por ello, en este ámbito no convencional el riesgo de uso no procede tanto de Hezbolá –que independientemente de que sea conceptuada como organización terrorista o como resistencia libanesa, podríamos considerar racional – como de las organizaciones yihadistas que han proliferado dentro del caos sirio, mucho más peligrosas al no tener un territorio que defender ni nadie ante quien presentar explicaciones de sus actos. Sirva como ejemplo la organización Yabhat al Nusra, incluida en la lista de organizaciones terroristas del Departamento de Estado de EE UU desde el pasado mes de diciembre, que de hacerse con este tipo de agentes químicos o biológicos podría intentar algún ataque contra posiciones militares israelíes en los Altos del Golán o bien hacer uso de algún sistema de lanzamiento para atentar contra algún núcleo urbano cercano a la frontera, como por ejemplo la ciudad de Kiryat Shmona.

Esto no parece ser así en el caso de Hezbolá, aparentemente más interesada en hacerse con sistemas anti-aéreos que les permitan derribar los aviones no tripulados (drones) que constantemente penetran en espacio aéreo libanés para hacer acopio de inteligencia, y también obligar a volar a mayor altura los cazabombarderos israelíes que en ocasiones hacen vuelos de reconocimiento o –como el pasado día 30 de enero, en que entraron a Siria sobrevolando Líbano– en funciones ofensivas. Según datos del Instituto de Estudios de Seguridad Nacional israelí, la guerrilla chií dispone de ametralladoras anti-aéreas rudimentarias y de cohetes tierra-aire del tipo Strela de fabricación rusa, pero éstos no ponen el peligro a los cazas israelíes que penetran tranquilamente en el espacio aéreo libanés, aún contraviniendo expresamente la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU que prohíbe estos sobrevuelos (que en parte afectan también a la Fuerza Interina de Naciones Unidas para Líbano, FINUL, en la que España ha contribuido con uno de los contingentes más numerosos).

 

Objetivo estratégico

Trascendiendo los efectos inmediatos del bombardeo del pasado 30 de enero lo que subyace es un objetivo estratégico ulterior, que pasa por romper el llamado “eje de la resistencia chií”,  formado por la República Islámica de Irán, la República Árabe de Siria (en tanto en cuanto esté gobernada por los alauitas, pues si hubiera un cambio de régimen su alineación estratégica se modificaría inmediatamente) y Hezbolá. Dentro de este triángulo, la función desempeñada por Siria resulta clave, pues desde el punto de vista logístico supone el principal canal de entrada de cohetes y otros  sistemas de armamento que llegan procedentes de Irán, sea por aire o por mar y que más adelante podrían llegar a hacerlo también por tierra dada la evolución de los acontecimientos en Irak.

Así las cosas, si las negociaciones bilaterales entre EE UU e Irán y las multilaterales a través del Grupo G5+1 llegaran a un callejón sin salida durante los próximos dos años, el Gobierno de Benjamín Netanyahu podría tomar la decisión –como ya ha amenazado en repetidas ocasiones– de lanzar una operación quirúrgica contra el programa nuclear iraní. Si así lo hiciera tendría que inevitablemente lanzar otro ataque previo o simultáneo contra Hezbolá, pues si no lo hace se arriesga a que –de acuerdo a las estadísticas del Instituto de Estudios de Seguridad Nacional de Tel Aviv– más de 50.000 cohetes de diferentes tipos, cargas explosivas y radio de alcance comiencen a caer sobre toda la parte norte y centro de Israel, donde reside la mayoría de su población y están ubicadas sus principales fuentes de riqueza. Ante este escenario, los cohetes lanzados por Hamás durante la operación “Pilar defensivo” el pasado mes de noviembre parecería un juego de niños.

 

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