Desde los levantamientos populares que derrocaron a autócratas al principio de lo que durante un tiempo se llamaba la primavera árabe (pero que ahora está siendo tachada como el invierno salafista), Egipto y Túnez han seguido caminos que se podrían describir, en cierta medida, como paralelos. Pero desde hace unos meses, tras el golpe de Estado militar en Egipto en julio 2013, los caminos van por vías más bien tangentes. Por llevar la comparación al extremo, se podría decir que mientras Egipto está matando a su joven y bisoña democracia, Túnez está dando más vida a la suya.

He aquí las claves principales para entender la situación, tan distinta, de ambos países.

 

tunez

FETHI BELAID/AFP/Getty Images

El lider del partido Ennahda, Rached Ghannouchi, junto a un miembro de la oposición, firman un documento durante la reunión sobre el diálogo nacional para terminar con los dos meses de crisis.

 

 

Elementos restantes del deep state

En el caso de Egipto se trata de elementos del deep state –el Ejército, el antiguo partido de Mubarak, la clase empresarial y el poder judicial– que han seguido acaparando el poder y excluyendo a los Hermanos Musulmanes (HHMM) del proceso de transición en el que fueron democráticamente elegidos. En Túnez se trata de un Gobierno de coalición –ya de por sí con una configuración más representativa– que parece estar dispuesto a responder a las quejas de sus ciudadanos, está abierto a las negociaciones con terceras partes y pretende ceder poder ejecutivo para el avance económico del país.

El rol del Ejército en ambos países es distinto: las Fuerzas Armadas egipcias llevaban 60 años en el poder hasta que Morsi fue elegido (e incluso durante su mandato nunca soltaron del todo el control), a diferencia de los militares tunecinos que, tradicionalmente, se han mantenido al margen de la política. Las divergencias se plasman en las respuestas de los soldados a las manifestaciones populares en las calles de las dos capitales.

 

Espacio político para partidos islamistas

Mientras a los HHMM en Egipto se les está apartando de la arena política tras el golpe de Estado militar, en Túnez el partido Islámico mayoritario Ennahda parece haber aceptado la necesidad de dialogar y consensuar con la oposición laica antes de que les pase lo mismo. Se ha mostrado más conciliador que los Hermanos Musulmanes en Egipto. El líder espiritual de Ennahda, Rached Ghannouchi, incluso se mostró dispuesto a renunciar al poder para que “la transición tunecina siga delante”, declaró. Durante todo el proceso, el papel de mediador lo ha desempeñado el poderoso sindicato Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT), un actor potente en el escenario del país. También, alcanzaron un acuerdo gracias a la participación de la Liga Tunecina de Derechos Humanos, el Colegio de Abogados y la patronal UTICA que mediaron entre laicos e islamistas para que se sentaran a negociar. A diferencia de la arena política egipcia, en Túnez se ha visto una participación importante de la sociedad civil.

 

Ritmos de transición distintos

La hoja de ruta impuesta por el general Abdel Fattah al Sisi es un intento de presentar el nuevo Egipto cómo la versión definitiva de la transición. Quiere que la Unión Europea y EE UU acepten el status quo como punto de partida para seguir con la transición. Pero no hay que ignorar los importantes retrocesos que se han dado en la seguridad, la participación política y la libertad de prensa entre otros, los cuales ponen en duda si la dirección a la que están llevando los militares el país es la correcta o no.

En cambio, la hoja de ruta consensuada en Túnez ha recibido una acogida más positiva entre los medios nacionales e internacionales. Aún así, no existen garantías de que el proceso de diálogo nacional concluya con una solución definitiva, ya que aunque dispone de un calendario preciso, sigue teniendo el camino lleno de escollos. Por ejemplo, las divergencias sobre el grado de religiosidad de la Constitución, que no se han resuelto en varios meses, no parece que se vayan a superar ahora en unas semanas. Tampoco se sabe si todos los actores firmarán un pacto eventual o si la oposición intentará imponer nuevas condiciones al proceso de traspaso de poder. Eso sí, aparentemente Ennahda ha llegado a la conclusión de que para permanecer de forma legítima en el juego político, es necesario una pluralización del poder y una mayor inclusión de los actores sociales. Nos queda por averiguar si el sacrificio de hoy les permitirá tener mayor relevancia en un futuro próximo.

 

Retórica anti islamista

Tanto el Gobierno tunecino cómo las autoridades que han dirigido Egipto durante varias etapas desde 2011, se precipitan para atribuir la culpa de los incidentes de violencia a los grupos extremistas. Tras los asesinatos de dos miembros de la oposición laica de izquierdas, la coalición vigente en Túnez señaló a los elementos salafistas como los perpetradores. De la misma manera, se ha culpado a los grupos extremistas (Ansar Beit al Maqdis entre otros), pertrechados en la zona del Sinaí, de los recientes ataques y explosiones dirigidos contra las fuerzas de seguridad. Tras las manifestaciones de este miércoles en Túnez contra el Ejecutivo, el primer ministro, Alí Laarayedh, presentó el aplazamiento del proceso de diálogo por una “lucha continua para vencer al terrorismo”. El presidente, Moncef Marzouki, hizo eco de este mensaje en una declaración televisada esa misma noche: “ya que estamos a punto de llegar a un acuerdo político, un grupo armado está intensificando su guerra contra el pueblo tunecino”.

La diferencia está en la intensidad de la propaganda contra los grupos militantes y la asociación de partidos políticos con ellos. El Gobierno interino en El Cairo está aprovechando cada incidente (de hecho, está provocándolos) para acusar también a los HHMM de la violencia sectaria contra los cristianos.

 

Libertad de prensa  y derechos humanos

A parte del tema de política pura y dura, parece que Túnez esté también logrando avances importantes en los temas de derechos humanos, pluralismo y libertad de prensa. A diferencia de las represalias contra los medios de comunicación en Egipto, en Túnez se están tomando en serio el “Decreto 41” que prevé una mayor transparencia y mejor acceso a la información en la era post Ben Alí. Se acaba de crear una comisión watchdog que controlará que el Gobierno responda a solicitudes de los ciudadanos para recibir la información y los documentos que requieran.

De la misma manera, mientras desde Egipto llegan acusaciones de abusos de poder por parte de las fuerzas de seguridad y una campaña de represión violenta contra los Hermanos Musulmanes por parte del Gobierno interino, desde Túnez la noticia es la creación de una nueva institución que vigilará los abusos de los derechos humanos cometidos por las autoridades en centros de detención. Es decir, la recientemente fundada “Autoridad Nacional para Prevenir la Tortura” podrá visitar cualquier cárcel (incluso militar) sin permiso previo de las autoridades. Es el primer país en Oriente Medio que ha tomado una medida de estas características, ganándose el reconocimiento de ACNUR y Human Rights Watch.  Eso sí, está por ver  si cualquier futura denuncia tendrá consecuencias administrativas o legales.

Los casos de Egipto y Túnez nos ofrecen ejemplos claros de que a través de un proceso inclusivo, pluralista y de diálogo, se logra mucho más que a través de uno de confrontación, exclusión y represión. Cuándo el presidente francés, François Hollande, al iniciar su primera visita a Túnez en julio de 2013, dijo: “vosotros tenéis la obligación de conseguirlo porque sois un ejemplo, una referencia para muchos pueblos árabes”, no se imaginaba que dentro de algunos meses los egipcios estarían mirando a sus vecinos distantes con tanta envidia.

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