Ya se ha votado en Túnez, Egipto y Marruecos y los partidos islamistas están en ascenso en todo el mundo árabe. ¿Pero, son capaces de gobernar?

 

Egipto islamistas
MAHMUD HAMS/AFP/Getty Images

Una mujer egipcia se dispone a votar en un colegio electoral

 

El gran experimento ha comenzado. En las últimas semanas, los ciudadanos árabes han acudido a las urnas en Túnez, Marruecos y Egipto, y, sin que pueda sorprender a nadie, los partidos islamistas han salido vencedores en todos los casos. ¿Significa eso que los islamistas han secuestrado la revolución? ¿O que la Primavera Árabe va a convertirse, como dijo Newt Gingrich, en el debate de política exterior de los candidatos republicanos, en una “primavera anticristiana”? La respuesta en una sola palabra es: “no”. La respuesta en tres palabras es: “espero que no”.

El Partido al Nahda de Túnez, el Partido Justicia y Desarrollo de Marruecos y el Partido Libertad y Justicia de Egipto (el brazo político de los Hermanos Musulmanes) no son laicos, pero son democráticos, o, por lo menos, se han ganado el derecho a poner a prueba su buena fe democrática en el mundo real del ejercicio de la política. Obtuvieron mayorías porque eran las formaciones mejor organizadas, pero también, porque en los años anteriores a la revuelta populista, se habían mostrado como fuerzas defensoras de la justicia social ante gobiernos autoritarios.

Se han ganado su hueco; pero, ¿ahora, qué? La pregunta más acuciante no es la relativa a sus intenciones, devotas o no, sino sobre si se les permitirá gobernar. En Túnez, donde no existe una fuerza rival arraigada, la respuesta es casi con certeza sí. En Marruecos, el rey Mohammed VI promulgó una nueva constitución para dar cierta autoridad al débil Parlamento, pero se ha reservado prácticamente todo el poder real para sí mismo. Las elecciones de la semana pasada no suscitaron, en absoluto, el entusiasmo como lo hizo de las de Túnez y Egipto, con una participación relativamente modesta, del 45%, y gran número de electores que emitieron votos deliberadamente nulos. En Egipto, por supuesto, el Gobierno militar provisional, denominado Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFA), ha dicho que prevé gobernar hasta que se elija a un presidente, al parecer a mediados de 2012; pero los egipcios están cada vez más preocupados por la posibilidad de que el CSFA no se retire ni siquiera entonces.

No obstante, los comicios suelen cambiar el paisaje. El Partido Justicia y Desarrollo (PJD) de Marruecos, en el que están organizados los islamistas del país, ya ha hecho una suave demostración de fuerza frente al Palacio al decir que, si el Rey no designaba a su líder, Abdelilá Benkirane, como primer ministro, se reservarían el derecho de revisar y rechazar a la persona que él nombrara (Mohamed VI escogió a Benkirane). Ahmed Benchemsi, un periodista marroquí que en la actualidad trabaja en la Universidad de Stanford y es inequívocamente laico, dice: “Ningún otro dirigente de un partido se habría atrevido a decir semejante cosa”. Por primera vez, dice, “se está poniendo en cuestión el equilibrio de poder”. En Egipto, los Hermanos Musulmanes han desafiado al CSFA al exigir un “Gobierno de salvación nacional”, que encabezarían ellos. No se producirá, pero ya se ha arrojado, con sumo cuidado, el guante.

Sea cual sea la amenaza que representan los islamistas, no es nada al lado del peligro de tener un nuevo Gobierno militar torpe y brutal

Por este motivo, algunas de las figuras laicas que encabezaron la revolución en la Plaza de Tahrir han reaccionado con calma ante la actuación de los Hermanos Musulmanes. En un programa reciente se aseguró que Wael Ghonim, el ejecutivo de Google en Egipto que fue uno de los personajes fundamentales en la revolución de principios de año, había dicho: “A mí me da lo mismo que Egipto sea un Estado civil o religioso, mientras esté bien gobernado, tanto en lo político como en lo económico”. Otros muchos, desde luego, temen que un Parlamento dominado por este grupo islamista sumerja aún más a Egipto en el oscurantismo.

La gran decisión que deberán tomar los Hermanos será con quién alinearse. La verdadera sorpresa de las elecciones, hasta ahora, es que los salafistas, el grupo más inflexible, han obtenido la cuarta parte de los votos, un resultado mucho mejor que el de los liberales tradicionales que llevaban mucho tiempo actuando en la penumbra del Estado militar y el de las fuerzas más radicales de la Plaza de Tahrir. Los Hermanos Musulmanes son un grupo con mucha experiencia, acostumbrado a las maniobras y los compromisos políticos; los salafistas son genuinos teócratas. A los salafistas, seguramente, les gustaría exigir cláusulas en la constitución que limiten los derechos de las mujeres o los no musulmanes e intentarían legislar la moral, cosa que los parlamentarios de los Hermanos, hasta ahora, han evitado. Una alianza entre ambos trazaría una división en mitad de la sociedad egipcia y podría muy bien convertir la Plaza de Tahrir en un terreno para el enfrentamiento entre laicos e islamistas.

¿Se inclinarán los Hermanos Musulmanes en esa dirección? El relato que hacía el diario The New York Times sobre los resultados electorales aceptaba en gran parte esa opinión. Y es cierto que los islamistas, hoy, pueden prescindir de las fuerzas liberales si quieren. Por otra parte, el secretario general del partido, Saad el Katatni, ha rechazado de forma explícita una alianza con Al Nour, el principal grupo salafista. Marina Ottaway, una experta en Egipto del think tank Carnegie Endowment for International Peace, señala que, durante la campaña, el Partido Libertad y Justicia intentó formar una alianza con las fuerzas laicas, que al final llegaron a un pacto propio entre ellas, y se negó a unirse a una coalición islamista. “Si tuviera que apostar por ello en este momento”, dice Ottaway, “diría que formarán una alianza con los partidos más laicos y los elementos más moderados”.

Joshua Stacher, un profesor de Kent State University que ha estudiado el funcionamiento interno de los Hermanos Musulmanes, considera que son, más que una institución islámica, un gigantesco programa de empleo. Stacher no cree que la organización provoque una guerra civil con las fuerzas laicas, pero tampoco cree que se enfrenten a los generales que han sustituido al presidente Hosni Mubarak. Los Hermanos ya no son un partido de oposición, advierte Stacher: “Forman parte de la élite política”. Se imagina una situación en la que los Hermanos respalden la candidatura de Omar Suleiman, el responsable de los servicios de inteligencia y mano derecha de Mubarak,  a ser presidente; una posibilidad temible.

De lo que no cabe duda es de que la perspectiva de obtener el poder ha convertido a los Hermanos Musulmanes en aliados de los gobernantes militares de Egipto. Mientras otros grupos protestaban por la brutalidad del CSFA y pedían un aplazamiento de las elecciones, la organización islamista permanecieó en silencio y se mantuvieron apartados de las calles. En un reciente discurso, el líder de los Hermanos, Mohammed Badie, conocido como el guía supremo, explicó sin convicción que sus miembros habían rehusado unirse a las manifestaciones masivas, que acabaron con la muerte de al menos 40 manifestantes, por temor a una “conspiración” que pretendía “atraer a los Hermanos a la plaza” para después incitar a la violencia. Badie culpó del derramamiento de sangre a las ubicuas “manos ocultas” –Israel, Estados Unidos y la CIA–, y no a las fuerzas de seguridad que actuaban en nombre del Ejército.

A la hora de la verdad, es posible que los Hermanos estén menos inclinados a aliarse con los salafistas que a servir de fachada y apoyo al Ejército. (Quizá ocurra lo mismo con el PJD en Marruecos, aunque ahí será un adorno para palacio, en vez de los generales). Esto sí sería como secuestrar la revolución. Pero para eso está la democracia. Si los Hermanos se convierten en una versión con tintes islamistas del viejo Partido Democrático Nacional de Mubarak, la población egipcia no lo tolerará. Los islamistas podrían ganar una elección y perder la siguiente. Por supuesto, siempre existe el temor a que, sencillamente, no convoquen más comicios. Pero ni los propios miembros de los Hermanos Musulmanes lo consentirían. “La era de ‘un hombre, un voto, una vez’ se ha terminado”, dice Stacher.

Mientras tanto, el Gobierno de Obama ha iniciado un acercamiento a los Hermanos Musulmanes. La semana pasada, dos funcionarios de rango medio del Departamento de Estado de EE UU fueron a la sede de la organización para entrevistarse con Essam el Erian, un veterano dirigente del grupo y vicepresidente del partido. Con la aparente victoria islamista, Obama puede tener la tentación de dar un paso atrás e incluso disminuir la presión para que el CSFA entregue el poder a un Gobierno civil. Al fin y al cabo, Estados Unidos lleva 60 años trabajando con jefes militares en Egipto. Pero esa era también se ha terminado. Sea cual sea la amenaza que representan los islamistas, para Egipto o para Occidente, no es nada al lado del peligro de tener un nuevo Gobierno militar torpe y brutal.

 

 

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