La prueba del poder modernizador de la primavera árabe está en el futuro.

 

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Las transiciones árabes del 2011 se denominan de distintas maneras: despertar, primavera, revolución, revuelta, levantamiento, intifada. La posible ambigüedad conceptual no excluye una unanimidad de lectura: es un fenómeno irreversible; nacido desde dentro y desde abajo; de súbditos que se rebelan y exigen ser ciudadanos, impulsados por el hambre de pan, justicia y dignidad. Estas primaveras han enseñado al mundo occidental una lección incuestionable: legitimidad, y no status quo, equivale a seguridad.

La semilla del despertar pudo haber germinado premonitoriamente en el desierto saharaui, en las afueras de El Aaiún, semanas antes de la inmolación del joven tunecino. La diferencia crítica – que explica el corto recorrido del ensayo saharaui- es que los campamentos de Gdeim Izik se instalaron en espacios vacíos, no en tejido urbano. En Túnez, Egipto, Libia, Yemen, Bahrein y Siria, la protesta estalla en calles y plazas.

La inquietud por el generalizado ascenso de los islamistas es explicable. La orilla sur del Mediterráneo aparece enmanos de gobiernos con mayorías islámicas – Marruecos, Túnez, Libia, Egipto, quizás Argelia- pero coexiste con la opinión de que el ejercicio práctico de responsabilidades políticas es saludable. La reciente experiencia del PJD marroquí debiera ser esperanzadamente pedagógica: en aquellas plazas donde antes de los comicios generales los islamistas ejercían el poder local, sus resultados electorales fueron significativamente más pobres. La lección es transparente: en el mundo contemporáneo, en sociedades complejas, ningún canon religioso tiene respuestas suficientes.

La ecuación, hasta hoy improbable, de un Magreb unido puede ser una solución

En este contexto, la ecuación hasta hoy improbable de un Magreb unido, se aproxima a ser una solución. Gobiernos de mayoría islámica en Túnez y Libia, en Marruecos y posiblemente en Argelia,  podrían encontrar con mayor facilidad terrenos comunes para cerrar la brecha de la discordia política y la pugna por el liderazgo en un Magreb integrado.

La prueba del poder modernizador de la Primavera Árabe está en el futuro. Más allá de los ritos electorales, dos indicios -uno cercano, otro a medio/largo plazo- llevan a vaticinar el potencial liberador de este despertar. El primero de ellos es el respeto de los derechos humanos y la igualdad de sus ciudadanos. Especialmente el tratamiento y la participación de la mujer en la construcción de las nuevas sociedades. La segundo seña, el pluralismo y la alternancia en el poder, piedras de toque inexcusables de todo sistema democrático.

 

Emilio Cassinello, director del Centro Internacional de Toledo para la Paz (CITpax)