Cada vez más jóvenes tibetanas se ven empujadas a la prostitución, según Tibet
Information Network (TIN). Una de las causas es el consumismo, que ya penetra
en las áreas rurales de Tíbet (región de China desde su anexión en 1951) a través
de los medios de comunicación y genera unas expectativas inalcanzables para
sus sencillos habitantes.

Aunque la prostitución es ilegal en toda China, hay cientos de burdeles
en la capital tibetana, Lhasa, en los que se pueden encontrar unas 10.000 trabajadoras
sexuales. Algunos están situados en locales propiedad del Partido Comunista,
el Gobierno y el Ejército chinos, según el último informe
sobre derechos humanos del Departamento de Estado de EE UU, que reconoce la
dificultad de contrastar datos en la región, debido al férreo
control de la información y del acceso a esta región autónoma
por parte del Gobierno chino.

Las prostitutas de Tíbet son aún mayoritariamente de etnia han,
procedentes de otras partes de China, sobre todo del área de Sichuan.
Sin embargo, esto está cambiando. Debido a la pérdida de poder
adquisitivo real en las áreas rurales, cada vez más jóvenes
tibetanas emigran en busca de trabajo a las ciudades, donde sus posibilidades
de encontrar un trabajo legal son escasas, ya que la mayoría son analfabetas.
Muchas caen en la prostitución, con la que entran en contacto en los
karaokes y bares nangma (un tipo de música tibetana muy popular) o en
sus empleos en salones de belleza.

Las tibetanas son más jóvenes y cobran menos que las chinas.
En la capital, donde trabajan fundamentalmente en bares de alterne, cobran unos
100 yuanes (unos 10 euros) por cliente, de los que tienen que entregar el 50%
al establecimiento donde trabajan. Pero en el sur pueden cobrar hasta la mitad
por cliente. Según TIN, cuando cambian los dueños de uno de esos
locales, se traspasan también las prostitutas -por las que pagan
unos 2.000 yuanes-, que no empiezan a cobrar hasta que el nuevo propietario
ha recuperado la inversión.

Ni las jóvenes tibetanas ni las chinas tienen suficiente información
sobre la prevención del sida, lo que, unido a las presiones de los clientes
para que no usen preservativos, está causando un aumento de la incidencia
de la enfermedad en la región.

Cada vez más jóvenes tibetanas se ven empujadas a la prostitución, según Tibet
Information Network (TIN). Una de las causas es el consumismo, que ya penetra
en las áreas rurales de Tíbet (región de China desde su anexión en 1951) a través
de los medios de comunicación y genera unas expectativas inalcanzables para
sus sencillos habitantes.

Aunque la prostitución es ilegal en toda China, hay cientos de burdeles
en la capital tibetana, Lhasa, en los que se pueden encontrar unas 10.000 trabajadoras
sexuales. Algunos están situados en locales propiedad del Partido Comunista,
el Gobierno y el Ejército chinos, según el último informe
sobre derechos humanos del Departamento de Estado de EE UU, que reconoce la
dificultad de contrastar datos en la región, debido al férreo
control de la información y del acceso a esta región autónoma
por parte del Gobierno chino.

Las prostitutas de Tíbet son aún mayoritariamente de etnia han,
procedentes de otras partes de China, sobre todo del área de Sichuan.
Sin embargo, esto está cambiando. Debido a la pérdida de poder
adquisitivo real en las áreas rurales, cada vez más jóvenes
tibetanas emigran en busca de trabajo a las ciudades, donde sus posibilidades
de encontrar un trabajo legal son escasas, ya que la mayoría son analfabetas.
Muchas caen en la prostitución, con la que entran en contacto en los
karaokes y bares nangma (un tipo de música tibetana muy popular) o en
sus empleos en salones de belleza.

Las tibetanas son más jóvenes y cobran menos que las chinas.
En la capital, donde trabajan fundamentalmente en bares de alterne, cobran unos
100 yuanes (unos 10 euros) por cliente, de los que tienen que entregar el 50%
al establecimiento donde trabajan. Pero en el sur pueden cobrar hasta la mitad
por cliente. Según TIN, cuando cambian los dueños de uno de esos
locales, se traspasan también las prostitutas -por las que pagan
unos 2.000 yuanes-, que no empiezan a cobrar hasta que el nuevo propietario
ha recuperado la inversión.
Ni las jóvenes tibetanas ni las chinas tienen suficiente información
sobre la prevención del sida, lo que, unido a las presiones de los clientes
para que no usen preservativos, está causando un aumento de la incidencia
de la enfermedad en la región.