• New Political Science,
    vol. 25, nº 1, marzo, 2003, Oxfordshire

 

La revuelta de campesinos indígenas armados que tomaron la plaza principal
de San Cristóbal de las Casas en Chiapas el 1 de enero de 1994 marcó
el nacimiento del movimiento antiglobalización. Desde ese día,
el mismo en que entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América
del Norte, las manifestaciones contra la globalización reúnen
a personas cada vez más variadas que se sienten marginadas por la economía
internacional. En un artículo publicado en New Political Science, la
revista cuatrimestral del Caucus for a New Political Science, el antropólogo
canadiense Alan O’Connor describe un segmento del movimiento antiglobalización
en México: los punks de Ciudad de México.

O’Connor, que se reconoce anarquista, ha participado en reuniones de punks
y anarquistas por todo México. En su artículo, O’Connor
quiere demostrar que estos jóvenes mexicanos comparten muchos valores
con sus homólogos rebeldes de todo el mundo, a pesar de sus diversas
procedencias culturales. Por ejemplo, la banda punk mexicana Desobediencia Civil
canta Rebelión de las piedras expresando su solidaridad con las revueltas
juveniles palestinas. “Aunque la experiencia de los palestinos es bastante
distinta a cualquier acontecimiento de la historia reciente de México
–escribe O’Connor– los punks mexicanos se identificaron mucho
con las imágenes de jóvenes rebeldes resistiéndose a la
policía y a los militares”. El autor cita también la canción
de una banda punk mexicana que lamenta la masacre de Tiananmen de 1989 en Pekín.

A pesar de estos ejemplos, el análisis de O’Connor de las preocupaciones
y tácticas de la subcultura punk mexicana sólo sirve para explicar
por qué el movimiento antiglobalización ha logrado tan poco. En
las reuniones que presencia el autor, punks y anarquistas debaten sin parar
puntos como el significado de la autonomía personal, cuándo deberían
los anarquistas abandonar las reuniones a las que asisten y las razones por
las que no es deseable “un movimiento hegemónico de cuadros al
estilo socialista”.

Foto: Foqueros punk mexicanos se concentran en apoyo del EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional)
Crestas punks contra los mercados:
roqueros punk mexicanos se concentran en apoyo del EZLN (Ejército
Zapatista de Liberación Nacional).

En una de estas reuniones sobre cuestiones relacionadas con la globalización,
“un conocido anarco-punk de Ciudad de México cuestionó el
formato de la reunión”, recuerda O’Connor. “Se criticaba
el formato rígido por no ser participativo. Los colectivos punks querían
abrir el orden del día para que hubiera más diversidad en los
talleres. Esto fue aceptado con reticencias”. Los burócratas mexicanos
tienen fama de analizar menudencias dejando de lado los asuntos cruciales. Por
lo visto, los punks y los anarquistas sufren del mismo mal.

O’Connor retrata a los jóvenes mexicanos unidos por la polinización
cruzada de ideas que supone la globalización, pero divididos por trivialidades
ideológicas y por su devoción por etiquetas gastadas –leninista,
anarquista, anarco-marxista, punk, izquierdista– de otras épocas.
Quizá la rigidez sea la forma de rebeldía de la juventud en una
época que difumina etiquetas, fronteras e ideologías.

Estos jóvenes luchan por comprender las grandes fuerzas que controlan
el mundo, pero, con tan pocas vías abiertas para llevar a cabo cambios,
sólo pueden gritar “¡no!” y tirar piedras contra McDonald’s.
Quizá esta impotencia sea la advertencia implícita en las descripciones
que hace O’Connor de los jóvenes mexicanos.

Desgraciadamente, el artículo sale mal parado de la estrecha identificación
entre autor y objetos de estudio. O’Connor acepta sin reservas las
creencias izquierdistas anarco-punks, incluso la idea de que los problemas de
México son culpa del neoliberalismo. Por ejemplo, O’Connor apoya
a estos jóvenes cuando se oponen al intento de la Universidad Autónoma
de México (UNAM) de cobrar una tasa mínima a los estudiantes en
1999 por considerarlo neoliberal. Después de diez meses de huelga estudiantil,
la idea se desechó, pero esto sólo perjudicó a las clases
trabajadoras, para quienes la UNAM es con frecuencia la única alternativa
de educación universitaria. Los departamentos de la UNAM tienen tan poca
financiación que ofrecen una educación mediocre, y muchas empresas
se niegan a contratar a sus licenciados. Ganar la batalla de las tasas condenó
a muchos chavales de clase obrera a una opción más cara: un título
sin valor.

Además, muchos de los problemas de México –agrícolas,
jurídicos, medioambientales, sanitarios o de protección laboral–
se deben menos al neoliberalismo que al legado de 71 años de Gobierno
del cerrado y corrupto PRI (Partido Revolucionario Institucional), que perdió
las elecciones presidenciales en 2000. Necesitan más carreteras y líneas
de teléfono, más conexiones de Internet y alfabetización;
necesitan interconexión, la piedra de toque de la globalización,
su definición. En última instancia, más que dedicarse al
activismo político, los jóvenes punks del artículo de O’Connor
parecen atravesar una penosa adolescencia. Quizá pudiera decirse lo mismo
del movimiento antiglobalización que su país dio a luz.

Punks globófobos de MéxicoSam Quinones. Sam
Quinones

New Political Science, vol. 25,
nº 1, marzo, 2003, Oxfordshire

La revuelta de campesinos indígenas armados que tomaron la plaza principal
de San Cristóbal de las Casas en Chiapas el 1 de enero de 1994 marcó
el nacimiento del movimiento antiglobalización. Desde ese día,
el mismo en que entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América
del Norte, las manifestaciones contra la globalización reúnen
a personas cada vez más variadas que se sienten marginadas por la economía
internacional. En un artículo publicado en New Political Science, la
revista cuatrimestral del Caucus for a New Political Science, el antropólogo
canadiense Alan O’Connor describe un segmento del movimiento antiglobalización
en México: los punks de Ciudad de México.

O’Connor, que se reconoce anarquista, ha participado en reuniones de punks
y anarquistas por todo México. En su artículo, O’Connor
quiere demostrar que estos jóvenes mexicanos comparten muchos valores
con sus homólogos rebeldes de todo el mundo, a pesar de sus diversas
procedencias culturales. Por ejemplo, la banda punk mexicana Desobediencia Civil
canta Rebelión de las piedras expresando su solidaridad con las revueltas
juveniles palestinas. “Aunque la experiencia de los palestinos es bastante
distinta a cualquier acontecimiento de la historia reciente de México
–escribe O’Connor– los punks mexicanos se identificaron mucho
con las imágenes de jóvenes rebeldes resistiéndose a la
policía y a los militares”. El autor cita también la canción
de una banda punk mexicana que lamenta la masacre de Tiananmen de 1989 en Pekín.

A pesar de estos ejemplos, el análisis de O’Connor de las preocupaciones
y tácticas de la subcultura punk mexicana sólo sirve para explicar
por qué el movimiento antiglobalización ha logrado tan poco. En
las reuniones que presencia el autor, punks y anarquistas debaten sin parar
puntos como el significado de la autonomía personal, cuándo deberían
los anarquistas abandonar las reuniones a las que asisten y las razones por
las que no es deseable “un movimiento hegemónico de cuadros al
estilo socialista”.

Foto: Foqueros punk mexicanos se concentran en apoyo del EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional)
Crestas punks contra los mercados:
roqueros punk mexicanos se concentran en apoyo del EZLN (Ejército
Zapatista de Liberación Nacional).

En una de estas reuniones sobre cuestiones relacionadas con la globalización,
“un conocido anarco-punk de Ciudad de México cuestionó el
formato de la reunión”, recuerda O’Connor. “Se criticaba
el formato rígido por no ser participativo. Los colectivos punks querían
abrir el orden del día para que hubiera más diversidad en los
talleres. Esto fue aceptado con reticencias”. Los burócratas mexicanos
tienen fama de analizar menudencias dejando de lado los asuntos cruciales. Por
lo visto, los punks y los anarquistas sufren del mismo mal.

O’Connor retrata a los jóvenes mexicanos unidos por la polinización
cruzada de ideas que supone la globalización, pero divididos por trivialidades
ideológicas y por su devoción por etiquetas gastadas –leninista,
anarquista, anarco-marxista, punk, izquierdista– de otras épocas.
Quizá la rigidez sea la forma de rebeldía de la juventud en una
época que difumina etiquetas, fronteras e ideologías.

Estos jóvenes luchan por comprender las grandes fuerzas que controlan
el mundo, pero, con tan pocas vías abiertas para llevar a cabo cambios,
sólo pueden gritar “¡no!” y tirar piedras contra McDonald’s.
Quizá esta impotencia sea la advertencia implícita en las descripciones
que hace O’Connor de los jóvenes mexicanos.

Desgraciadamente, el artículo sale mal parado de la estrecha identificación
entre autor y objetos de estudio. O’Connor acepta sin reservas las
creencias izquierdistas anarco-punks, incluso la idea de que los problemas de
México son culpa del neoliberalismo. Por ejemplo, O’Connor apoya
a estos jóvenes cuando se oponen al intento de la Universidad Autónoma
de México (UNAM) de cobrar una tasa mínima a los estudiantes en
1999 por considerarlo neoliberal. Después de diez meses de huelga estudiantil,
la idea se desechó, pero esto sólo perjudicó a las clases
trabajadoras, para quienes la UNAM es con frecuencia la única alternativa
de educación universitaria. Los departamentos de la UNAM tienen tan poca
financiación que ofrecen una educación mediocre, y muchas empresas
se niegan a contratar a sus licenciados. Ganar la batalla de las tasas condenó
a muchos chavales de clase obrera a una opción más cara: un título
sin valor.

Además, muchos de los problemas de México –agrícolas,
jurídicos, medioambientales, sanitarios o de protección laboral–
se deben menos al neoliberalismo que al legado de 71 años de Gobierno
del cerrado y corrupto PRI (Partido Revolucionario Institucional), que perdió
las elecciones presidenciales en 2000. Necesitan más carreteras y líneas
de teléfono, más conexiones de Internet y alfabetización;
necesitan interconexión, la piedra de toque de la globalización,
su definición. En última instancia, más que dedicarse al
activismo político, los jóvenes punks del artículo de O’Connor
parecen atravesar una penosa adolescencia. Quizá pudiera decirse lo mismo
del movimiento antiglobalización que su país dio a luz.

Sam Quinones, licenciado en Economía
e Historia de América por la Universidad estadounidense de Berkeley,
es periodista en Ciudad de México. Es autor de Historias verdaderas del
otro México (Planeta, México, 2002).