El presidente ruso, Vladímir Putin, en una reunión. Milhail Klimentyev /AFP/Getty Images
El presidente ruso, Vladímir Putin, en una reunión. Milhail Klimentyev /AFP/Getty Images

La combinación de agresividad verbal y prudencia militar podría indicar que Moscú no está seguro de cómo actuar.

El 10 de agosto Moscú anunció que un equipo de saboteadores ucranios había intentado llevar a cabo un ataque contra la infraestructura económica de Crimea, una acusación que Kiev niega. El anuncio disparó las especulaciones en los medios occidentales sobre una nueva ofensiva militar de Rusia en Ucrania oriental, donde los clientes del Kremlin han ocupado dos enclaves en los óblats de Donetsk y Lugansk desde comienzos de 2014.

La realidad probablemente es más compleja. Los protagonistas del conflicto de Ucrania oriental −Moscú y sus aliados separatistas en un lado y Kiev en el otro− con frecuencia envían equipos de reconocimiento y de sabotaje tras las líneas del otro bando. Estos incidentes rara vez se hacen públicos y las bajas solo se reconocen a regañadientes.

En esta ocasión, sin embargo, los líderes rusos decidieron convertir el incidente en un asunto de mayor importancia, mientras el presidente Vladímir Putin denunciaba al gobierno de Kiev en términos que traían a la memoria los momentos álgidos de la guerra en 2014. “Creo que es obvio que las actuales autoridades de Kiev no están buscando modos de resolver los problemas mediante la negociación, sino que han recurrido al terrorismo”, declaró Putin ante los periodistas durante una conferencia de prensa en el Kremlin el 10 de agosto. Acusando a la cúpula de la inteligencia militar de Ucrania de estar implicada, afirmó que era “inútil” proseguir las reuniones con los líderes de Rusia, Ucrania, Francia y Alemania, en el llamado Formato de Normandía. La siguiente ronda de estas consultas estaba previsto que tuviera lugar coincidiendo con las actividades de la próxima cumbre del G20 en China.

Dado el absoluto hermetismo de la toma de decisiones de la cúpula de Moscú, centrada en torno a un pequeño grupo de hombres de confianza de Putin desde hace mucho tiempo, es peligroso ofrecer predicciones muy generales. Pero al observarlo detenidamente, el mensaje de Moscú presenta más matices. Es una mezcla de retórica dura y, hasta el momento, acciones más contenidas.

Lo que sabemos en este punto es que la noche del 6 al 7 de agosto, unidades rusas con base en Crimea, que incluían al Vympel, la fuerza antiterrorista de élite del Servicio Federal de Seguridad, tuvieron enfrentamientos con presuntos saboteadores que actuaban bajo órdenes de la inteligencia militar ucrania. Un oficial del Vympel resultó muerto. Un miembro de las fuerzas aéreas rusas supuestamente también murió en los choques posteriores. Esta incursión y otros enfrentamientos militares no fueron anunciados oficialmente hasta el 10 de agosto. Este tipo de pausas con frecuencia indican que se están produciendo debates en las altas instancias de Moscú sobre la respuesta apropiada, y que las discusiones pueden no estar desarrollándose con suavidad.

El 10 de agosto Putin convocó al Consejo de Seguridad Ruso −los militares y jefes de seguridad de más alto nivel del país junto a los principales ministros− con el fin de preparar “escenarios para medidas de seguridad antiterrorista”, según el Kremlin. Tras la reunión, Moscú anunció el aumento de la presencia de tropas en Crimea, y la Flota del Mar Negro redobló las medidas para contrarrestar los ataques de sabotaje por tierra y aire y proteger infraestructura vital. Moscú también ha desplegado su sistema de misiles de defensa aérea S-400 en Crimea, aunque esta decisión supuestamente fue tomada antes de los últimos acontecimientos.

El lenguaje que Putin usó en su denuncia de la frustrada incursión fue duro y escalofriante. Describió a los líderes de Kiev una vez más como “la gente que tomó el poder”, no como a líderes legítimos que habían llegado a este mediante elecciones, como el ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, y otros habían comenzado a hacer tras las votaciones presidenciales ucranias de 2014. Las supuestas incursiones no fueron presentadas como obra de extremistas que Kiev no había logrado controlar, sino como una señal de que la política oficial ucrania había dado un giro hacia el terrorismo “en lugar de buscar maneras de alcanzar una solución pacífica”. El tono era preocupante, viniendo de un Estado que tiene ya un historial de describir a sus enemigos como ilegítimos y, por tanto, potencialmente susceptibles de ser eliminados.

Aunque la situación de seguridad en Ucrania oriental ha sido muy volátil, poco ha cambiado en el periodo inmediatamente posterior al incidente de Crimea. Esto es quizá más significativo que la brusca retórica de Putin.

Durante meses, a varios cientos de kilómetros al noreste de Crimea, miles de soldados ucranios han estado inmersos en una intensa guerra posicional a lo largo de un frente de 500 kilómetros con milicias separatistas entrenadas y equipadas por Rusia, y a menudo con las fuerzas regulares rusas. Cientos de soldados y civiles de ambos lados han sido asesinados. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos de la ONU señaló una preocupante escalada de las hostilidades y de las consiguientes víctimas civiles en los últimos meses. Putin, sin embargo, no hizo ninguna referencia a los combates en su declaración. Ni tampoco lo hicieron otros altos funcionarios.

Sobre el terreno, en el este, no existen todavía evidencias concluyentes de un cambio en la postura militar rusa en los enclaves separatistas o sus alrededores. No hay signos claros hasta el momento de un aumento de la presencia rusa en la línea fronteriza entre las entidades separatistas de Donetsk y Lugansk y el territorio controlado por Ucrania.

La OTAN no ha advertido oficialmente de una acumulación de tropas rusas a lo largo de la frontera terrestre con Ucrania −aunque un funcionario anónimo de la OTAN contó a la agencia AFP que la situación se observaba con preocupación−. Kiev ha puesto sus tropas en un alto nivel de alerta, aunque también informa de que no ha registrado señales de actividad inusual por parte de sus adversarios. Blogueros habitualmente fiables recogen que hace poco han llegado a los dos enclaves separatistas nuevas unidades rusas y las instalaciones médicas han sido reforzadas. Lo primero podría ser perfectamente una rotación estándar y, lo segundo, podría tratarse de una respuesta a la actual violencia a lo largo de la línea de separación. Ambas cosas pueden haber sucedido muy poco antes de los últimos acontecimientos de Crimea.

Si Putin decide apretarle las tuercas a Ucrania, podemos esperar una típica serie de declaraciones y maniobras. Es probable que la airada retórica de Moscú se extienda a la situación en el este, probablemente con más denuncias de supuestas agresiones ucranias. Quizá se realicen grandes ejercicios militares a lo largo de la frontera con Ucrania. Altos funcionarios de Moscú advertirán a Kiev del alto precio que tendrán que pagar por su agresión. Y Rusia podría anunciar que no solo se va a saltar el siguiente encuentro del Formato de Normandía, sino que se va a salir del proceso hasta nuevo aviso. Todo esto apuntaría a una nueva incursión militar rusa a gran escala.

De no ser así, será razonable asumir que Moscú está de verdad muy enfadado, aunque no necesariamente por una operación ucrania de sabotaje. Rusia está muy frustrada por la falta de movimiento del acuerdo de Minsk de febrero de 2015 y ha intentado hacer caer la responsabilidad de la ausencia de avances sobre Ucrania. El acuerdo, que imponía a Kiev una importante derrota militar a manos de Rusia y las fuerzas separatistas, es enormemente desventajoso para Ucrania. Algunas cláusulas clave, como conceder un estatus especial a las entidades, sería políticamente explosivo, quizá incluso fatal, para el presidente Petro Poroshenko. Este, por lo tanto, ha decidido retrasarlo tanto como le sea posible. En respuesta, Moscú está aumentando la presión. Intenta recordarle a Kiev el daño que sus fuerzas podrían infligir en Ucrania para obligar a los países occidentales que la respaldan a que avancen con el protocolo de Minsk.

El actual arrebato de Moscú, una combinación de agresión verbal y prudencia militar, puede también indicar que no tiene muy claro qué hacer. Durante meses han circulado informaciones sobre diferencias entre los más altos líderes del Kremlin, los llamados bandos de la guerra y la paz. El día después de que se conociera la noticia de la supuesta incursión de Crimea, Putin inesperadamente sustituyó a un miembro clave del ala dura de su círculo más cercano −el ex viceprimer ministro y antiguo general de la KGB Serguéi Ivanov− como responsable de la administración presidencial. Ivanov fue reemplazado por su antiguo segundo, Anton Vaino, nacido en Estonia y producto de la vieja élite soviética que había tenido una discreta carrera en el servicio diplomático ruso antes de mudarse a la división de protocolo del Kremlin. Puede que el debate del Kremlin sobre Ucrania todavía vaya a continuar.