La Alta Representante de la UE para Asuntos Exteriores, Federica Mogherini, el ministro de Asuntos Exteriores de Irán, Javad Zarif.
La Alta Representante de la UE para Asuntos Exteriores, Federica Mogherini, y el ministro de Asuntos Exteriores de Irán, Javad Zarif.

Un repaso a los límites y las opciones de Europa a la hora de colaborar con Teherán en relación a los algunos asuntos regionales, desde el conflicto en Siria hasta la lucha contra el Estado Islámico.

La mayoría de los europeos esperan que el éxito diplomático en la cuestión nuclear tenga un efecto secundario, el de permitir más diálogo con Irán en relación con varios temas regionales. Durante el último decenio, Europa ha ejercido una política de contención de la República Islámica, con una mezcla de sanciones, amenazas de acciones militares de Estados Unidos e Israel y la paralización diplomática a la hora de abordar los conflictos de la zona.

Con esa actitud, Europa ha podido influir en las negociaciones nucleares y ha podido aplacar los temores israelíes para evitar el peligro de un largo y costoso enfrentamiento militar con Irán. Sin embargo, la exclusión deliberada de Teherán ha sido contraproducente para los objetivos estratégicos europeos en la región. La llamativa ausencia de los iraníes en las reuniones de Ginebra sobre Siria ha reducido las opciones europeas para lograr un progreso constructivo y una desescalada del conflicto en aquel país. En ciertos casos, la política de contención agudizó los miedos y la paranoia de Teherán sobre una supuesta conspiración de Occidente para obtener el cambio de régimen, y, como consecuencia, hizo que los cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica intensificaran sus acciones antioccidentales en la región. Además, ante la falta de alternativas, Europa se ha visto obligada a situarse siempre con sus aliados tradicionales en la zona, incluso cuando las propuestas de estos últimos eran menos eficaces que las de Irán o fragmentaban aún más la zona.

A los actores políticos en Europa les ha sido difícil pensar en otra cosa que no fuera la contención y reflexionar sobre el posible papel de Irán en asuntos no nucleares; en cualquier caso, no habría servido de nada hacerlo, dado que las relaciones entre las dos partes estaban centradas en el problema nuclear. Al formular sus expectativas sobre la seguridad regional, Europa deberá tener en cuenta las prioridades de Teherán además de las realidades geopolíticas actuales. La prioridad de Irán en la región es crear una estabilidad suficiente que permita prevenir en sus fronteras ataques directos de grupos extremistas capaces de amenazar el sistema iraní y a la población de mayoría chií en el país, y, al mismo tiempo, reforzar su influencia en el extranjero. La primera preocupación de Teherán son sus vecinos, Irak y Afganistán, intentar como mínimo que los dirigentes de ambos países no representen un peligro para Irán y, hasta cierto punto, necesiten su apoyo. En la frontera con Pakistán, los iraníes se están enfrentando abiertamente a los extremistas suníes e intentando impedir la talibanización del país. Irán desea preservar el Eje de Resistencia contra lo que considera un plan de Estados Unidos e Israel para cambiar el régimen en Teherán. Conservar las rutas de acceso a la organización islamista chií Hezbolá y, por tanto, un aparato leal de seguridad en Siria y Líbano, es crucial para su estrategia.

 

Teherán, Riad y la guerra siria

Dentro de la puesta en marcha de estas prioridades y la extensión de su influencia en áreas con vacío de poder, Irán ha terminado envuelto en un combate de suma cero con otras potencias regionales. Tras la llegada en enero de 2015 de su nuevo rey, Salmán bin Abdulaziz al Saúd, Arabia Saudí ha asumido una posición mucho más enérgica en la creación de un frente suní, que incluya también a Turquía, para impedir los que considera objetivos hegemónicos de Irán, especialmente en Siria. Como consecuencia, Teherán y la Casa de Saúd están en una situación violenta y más próxima que nunca a una guerra a través de terceros.

Es probable que tengan que pasar años para que se produzca un acercamiento real entre Irán y Arabia Saudí; lo lógico es que, a corto plazo, las relaciones entre los dos países se deterioren después del Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA). Ni siquiera el ascenso del Estado Islámico (EI), con la amenaza existencial que constituye en la región, ha elevado el umbral lo suficiente como para que alguno de los dos países abandone la estrategia actual y se proponga luchar contra un enemigo común. Seguramente, Riad consideraría que todo lo que pueda ofrecer Teherán es poco, y viceversa. Dada la posición de fuerza iraní después del pacto nuclear, a Europa le gustaría que Irán tendiera la mano a los saudíes, si no de manera directa, al menos a través de los Estados miembros imparciales de la UE o por medio de Omán.

La guerra por poderes entre Irán y Arabia Saudí ha tenido efectos nocivos en Siria. El futuro de Bachar al Assad, tradicional aliado de Teherán, será el terreno más difícil y farragoso en el diálogo diplomático con Teherán. La ayuda de la República Islámica a Al Asad ha permitido que Damasco continuara combatiendo a los grupos de oposición, tanto extremistas como moderados, con graves consecuencias humanitarias para el pueblo sirio y una enorme destrucción en el país. Aunque Irán desempeña un papel fundamental en Siria, nunca ha estado invitado ni ha participado en las vías políticas negociadas por la ONU que se basaban en requisitos previos o impulsaban la salida de Al Assad. Para los Estados miembros que apoyaron a los grupos de oposición siria, será muy difícil renunciar a la condición previa de la expulsión del régimen de Al Assad para aceptar la inclusión de Irán en las conversaciones.

Hasta ahora, los europeos no han probado la posibilidad de que Irán pueda empujar al dictador sirio, que cambie de comportamiento ante la perspectiva de un acuerdo político global. Después del pacto nuclear habría que investigar esta posibilidad, aunque siendo conscientes de que quizá sean necesarias concesiones para avanzar y que los pasos serán, en el mejor de los casos, muy pequeños. Una forma de hacerlo sería viendo si Irán tiene la capacidad, y hasta qué punto, de ordenar a las fuerzas de Hezbolá y el personal de la Guardia Revolucionaria que permitan pasar los suministros y, de esa forma, puede proporcionar a la ONU el acceso humanitario a Siria. A los europeos les gustaría que Teherán presione a Damasco para que interrumpa el uso de bombas de barril y otros métodos igual de atroces que utiliza el régimen en zonas ocupadas por la población civil. Dentro del diálogo exploratorio sobre un acuerdo político más amplio en Siria, quizá podría convencerse a Irán de que limite sus objetivos y se centre en mantener las rutas estratégicas de acceso a Líbano y proteger los santuarios chiíes y las zonas alauíes para reducir las tensiones sectarias con los suníes.

Si se incluyera a Irán en una iniciativa diplomática seria sobre Siria podrían mejorar las posibilidades de lograr una solución duradera. Pero hay dos factores que dificultan ese propósito. El primero es si Teherán está dispuesto a cooperar en iniciativas parciales sin estar de acuerdo en lograr un pacto político global. Por supuesto, lo más probable es que posponga el problema esencial de Al Assad hasta tener las garantías de que cualquier grupo hostil a Irán, como el EI, Jabhat al Nusra y Jaish al Fateh, no van a poder apoderarse de Damasco ni las cruciales rutas de abastecimiento de Hezbolá. Sin embargo, cuatro años después de que comenzaran los combates, los europeos continúan divididos sobre el desenlace en Siria y siguen sin poder asegurar nada en nombre de los grupos extremistas de la oposición. En segundo lugar, a pesar del poder iraní y su capacidad de interrumpir la ayuda a Siria, su influencia en la élite encargada de tomar decisiones en el régimen sirio no es absoluta, ni mucho menos, sobre todo en unos momentos en los que los dirigentes de Damasco están obsesionados por sobrevivir. No obstante, algunos piensan que merecería la pena recuperar la vía política, en vista de los recientes golpes sufridos por el régimen. Existen también indicios de que, para prevenir la disolución del aparato sirio de seguridad, favorable a Teherán, Irán está dispuesto a aceptar la sustitución de Al Assad por otro personaje que no le sea hostil.

 

Frente común contra el Estado Islámico

La campaña militar contra el Estado Islámico en Irak ha desencadenado una estrategia más pragmática de Irán respecto a Occidente, similar a su cooperación táctica para derrotar a Al Qaeda y los talibanes tras la invasión de Afganistán en 2001. Varios Estados miembros de la UE se han unido a la coalición aérea dirigida por EE UU contra el EI, mientras que otros han proporcionado entrenamiento y armas al Ejército central iraquí y las fuerzas peshmerga kurdas. En privado, los funcionarios occidentales dicen que Irán ha sido la fuerza más dispuesta y eficiente a la hora de coordinar las tropas de tierra con la campaña aérea de la coalición contra el EI. Los europeos habrían preferido unas fuerzas de seguridad iraquíes poderosas y que pudieran actuar con independencia de Teherán, pero reconocen que ningún participante, ni iraquí ni de otros países, tiene la capacidad ni la voluntad de sustituir a la República Islámica.

Ahora bien, Occidente afronta un verdadero dilema al cooperar con Irán en una estrategia contra el EI. El papel iraní en la movilización de las milicias chiíes iraquíes ha sido fundamental para recuperar territorios en poder de Daesh e impedir que conquistaran otros. Sin embargo, los excesos de la milicia chií han alimentado contribuido a que más suníes se incorporen al Estado Islámico. Teherán aceptó que se quitara al controvertido primer ministro iraquí, Nouri al Maliki, y ese fue un paso positivo para resolver las quejas legítimas de las comunidades suníes. Pero la sustitución del Gobierno no ha introducido los cambios políticos necesarios para reducir las luchas sectarias. Los abusos cometidos por las milicias chiíes cuando entran en territorios del Estado Islámico están haciendo que varios jefes tribales suníes proclamen su lealtad a Daesh. Y otro motivo de preocupación es la posibilidad de que las Unidades de Movilización Popular (PMU en inglés), dirigidas por asesores de la Guardia Revolucionaria, se conviertan algún día en una fuerza de resistencia frente al control del Gobierno iraquí, como Hezbolá en Líbano, lo cual daría a Irán más posibilidades de beneficiarse de futuras brechas de seguridad en Irak, a expensas de Bagdad.

Europa puede tolerar y, hasta cierto punto, agradecer las operaciones de Irán contra el EI, siempre que no debiliten al Gobierno central iraquí ni alimenten las divisiones sectarias. En teoría, las PMU reciben sus órdenes y sus sueldos de Bagdad, pero, en la práctica, las fuerzas de la Guardia Revolucionaria son las que organizan sus movimientos. Es probable que, para tranquilizar a Irak y Occidente, Teherán siga apoyando la integración de las milicias chiíes iraquíes en las PMU, que hoy están compuestas por fuerzas suníes. Si se puede incorporar a la mayoría de las milicias chiíes a las PMU y lograr que permanezcan leales a la estructura del Estado, su capacidad de desafiar a las fuerzas centrales de seguridad será menor. Además, Europa querrá que Irán asuma un papel más activo al abordar las tensiones sectarias, tanto reales como imaginarias, que derivan de su actuación en Irak. Una forma de hacerlo y que Irán podría considerar aceptable sería que sus máximas autoridades políticas, militares y religiosas siguieran el ejemplo del gran ayatolá de Irak, Alí al Sistani, en la condena de los actos sectarios y colaborasen con Bagdad con el fin de diseñar una representación política integradora para los suníes y otras minorías.

Hezbolá, bajo la dirección de los IRGC, han incrementado su intervención militar en Irak y Siria, y ha probado su lealtad en la aplicación de las políticas regionales iraníes. Aunque el grupo ha sufrido bajas y está en verdaderos apuros en Siria, considera que estas dos luchas son cruciales para su supervivencia y para evitar la extensión a Líbano del EI y los grupos afiliados a Al Qaeda. A los europeos les preocupa este nuevo interés regional de Hezbolá y, en particular, la amenaza que representa contra la seguridad de Israel. A principios de este siglo, Europa inició un diálogo sincero con Teherán para que redujera su apoyo al brazo militar de Hezbolá, y la República Islámica, al parecer, hizo un ofrecimiento secreto en ese sentido a la Casa Blanca. Sin embargo, Irán no va a abordar ahora con Europa la posibilidad de disminuir su relación con la organización chií libanesa, dado el grado de interdependencia que han desarrollado en la gestión de los conflictos regionales paralelos.

 

Este artículo está basado en el documento Engaging with Iran: a European Agenda. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.