Después de decenios en el poder, varios gobernantes longevos y autoritarios podrían tener que abandonarlo pronto. A su sombra hay familiares, socios, allegados y arribistas que aspiran a su trono. A continuación se describen algunas de las sucesiones que serán más sonadas.

AFP/Getty Images
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1. Islam Karimov (Uzbekistán)

Una de sus hijas

Al mando de Uzbekistán desde los primeros pasos de la ex república soviética en 1989, Islam Karimov tiene un triste expediente como mandatario: su régimen es tachado de corrupto y de valerse de la violencia, el encarcelamiento y la tortura para silenciar a la disidencia, mientras que su gestión económica, basada en las exportaciones de gas y electricidad, es tan desastrosa que el país se ve sumido con frecuencia en crisis energéticas. Nada de esto afecta al séquito de Karimov, quien compra lealtades con los recursos del Estado y consigue que se haga la vista gorda ante sus maniobras de autoperpetuación en el poder (referendos dudosos que le autorizan a presentarse una y otra vez a comicios que gana con cifras tan disparatadas como el 90% de los votos).

La avanzada edad del mandatario ha hecho correr ríos de tinta sobre quién le sucederá y, hasta hace poco, la principal candidata era su hija Gulnara Karimova. Emprendedora, diseñadora de moda, cantante, diplomática y presuntamente activista a favor de los derechos humanos, la polifacética Googoosha, como es frecuentemente conocida, fue descrita en cables diplomáticos estadounidenses desenterrados por Wikileaks como una “ladrona”. Su ascensión se ha visto frenada en los últimos años, sobre todo tras el cierre en 2010 del conglomerado industrial que dirigía; ha sido además despojada de sus puestos oficiales y su mansión de Ginebra fue ocupada por disidentes a principio de este año. Frente a tanto escándalo, Gulnara parece haber perdido el favor de su familia y ahora se enfrenta a su hermana pequeña Lola Karimova Tillyaeva, filántropa y magnate. Ante la neutralización de una oposición genuina, el futuro tras Karimov pasa por una dinastía en la que la elegida será, al parecer, el fruto de una guerra fratricida.

2. Robert Mugabe (Zimbabue)

Sus seguidores

Robert Mugabe, presidente de Zimbabue desde 1987, fue en su día la voz de los desheredados frente a la minoría terreteniente blanca. Su perfil se ha ido deteriorando hasta ser hoy más conocido por autoperpetuarse en el poder, aplastar violentamente a la oposición e introducir políticas económicas implosivas. El primer aviso de que el anciano mandatario podría llegar a apearse del poder algún día no llegó hasta 2008, cuando él y sus secuaces forzaron un Gobierno de coalición con su archirrival Morgan Tsvangirai, quien se había retirado de los comicios por la violencia y hostigamiento que recibieron él y sus seguidores tras ganar en la primera vuelta. Cinco años después, Mugabe venció otra vez en las elecciones, de nuevo frente a Tsvangirai, con un dudoso 61% de los votos. No descarta presentarse a los siguientes comicios que tendrían lugar a sus 94 años.

El anciano presidente no ha ocultado su deseo de morir en el trono, al poner como fecha límite de su mandato el incierto momento en el que todas las empresas en manos extranjeras que operan en el país pasen a depender de la población negra. A pesar de eso, y debido a su avanzada edad, el debate de su sucesión lleva tiempo moviendo los cimientos del partido Zanu-PF. Actualmente, hay dos candidatos a la cabeza para suceder a Mugabe: la vicepresidenta, Joice Mujuru, y el ministro de Justicia, Emmerson Mnangagwa. La primera encarna el ala corporativa y políticamente moderada del partido, una opción que la comunidad internacional vería con mejores ojos. La elección de Mnangagwa, sin embargo, representa a la vieja guardia y promete insistir en las recetas de Mugabe. La indicación más sólida de cuál de las dos vías será la que al final prevalezca se hará visible en diciembre de este año, cuando se elija a un nuevo líder del partido.

Ronald Kabuubi/AFP/Getty Images
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3. Yoweri Museveni (Uganda)

Su hijo

En el currículo de Yoweri Museveni, presidente de Uganda desde 1986, hay un hecho honorable y distintivo: fue uno de los líderes que gestó el derrocamiento del temible dictador Idi Amin. Desde entonces, respaldado por un relativo desarrollo económico, Museveni se ha dedicado a autoperpetuarse y a obstaculizar a la oposición política, y ahora ha visto el momento de afianzar su sucesión. La opción obvia es su hijo mayor, Muhoozi Kainerugaba, quien, recientemente, fue ascendido hasta la cúpula militar. Kainerugaba se ha defendido de las acusaciones de nepotismo dinástico asegurando que Uganda no es una monarquía en la que el poder pasa de padre a hijo, pero lo cierto es que, aun sin corona, Museveni está recurriendo a perpetuar su poder mediante el posicionamiento de su vástago en un entorno privilegiado desde el que alcanzarlo.

El puesto militar que ocupa Muhoozi no es baladí: está al frente de un comando de diez mil hombres que es responsable de la vigilancia de los pozos petroleros y de otros grandes activos económicos del país. El definitivo salto de su hijo a la política le requerirá cesar sus funciones militares, ya que la legislación impide conciliar la labor castrense con la política, pero más allá de esta formalidad, Kainerugaba ha recibido ya las mejores credenciales para suceder a su padre. Por su parte, la reacción del Gobierno ante las acusaciones de querer crear una dinastía es la habitual: ampararse en la estabilidad que supone el status quo y lanzar pronósticos agoreros sobre cómo la oposición llevará al país al caos.

4. Nursultan Nazarbáyev (Kazajstán)

Sus seguidores o su yerno

A Nursultan Nazarbáyev, que ha presidido Kazajstán con mano de hierro desde 1989, no se le cierra ninguna puerta. Se le recibe con honores en todos los foros internacionales, al ser el mandatario de una gran potencia petrolera que, además, ha sabido edulcorar su autoritarismo con gestos presuntamente honrosos a favor de los derechos humanos, el medio ambiente y la lucha contra el terrorismo. En realidad, este heredero del desplome soviético, que en abril del año pasado volvió a ganar las elecciones presidenciales, ocupa la cúspide de un sistema corrupto, con instituciones débiles, un Parlamento títere y una marcada intolerancia respecto a todo conato de protesta u oposición política.

El éxito económico del país y su creciente preeminencia estratégica, así como la ausencia de una alternativa política articulada, han conferido a Nazarbáyev un apoyo popular genuino basado en sus cualidades de hombre fuerte, el único y decididamente triunfal presidente que ha conocido el país desde su fundación. Sin embargo, a sus 73 años parece inevitable comenzar a pensar en quién puede sucederle. La lista la encabeza Aset Isekeshev, ministro de Industria que ha acompañado a Nazarbáyev en reuniones con mandatarios como Putin o Erdogan; otros candidatos sonados, como el alcalde de Astana, Imangali Tasmagambetov, o el yerno de Nazarbáyev, el magnate petrolero Timur Kulibáyev, han ido cediendo terreno. Sea quien sea el elegido, será alguien de extrema confianza del líder y que adopte una política continuista, ya que en la lista de los veinte posibles candidatos no figura ni un solo miembro de la oposición. Hasta ahora, Kazajstán ha dependido tanto de la firme mano del presidente que es difícil imaginar que pueda prosperar bajo otra batuta, lo que sin duda contribuirá a que los kazajos se decanten por el sucesor que más se asemeje a un líder que no ha introducido las reformas ni las instituciones necesarias para que el país continúe sin él.

AFP/Getty Images
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5. Teodoro Obiang (Guinea Ecuatorial)

Su hijo

Tras perpetrar un golpe de Estado en 1979 contra su tío, Teodoro Obiang ha dirigido una verdadera cleptocracia en Guinea Ecuatorial, país que ostenta, gracias a las mal repartidas ganancias del petróleo, un elevadísimo PIB per cápita en mitad de una miseria rampante. Los millones de dólares amasados gracias al crudo han cimentado un régimen basado en la compra de lealtades, financiando un estilo de vida de lujo entre la élite gubernamental y corporativa. Debido a esta generosidad, Obiang ha conseguido cómplices para sostener uno de los mandatos más largos del mundo, con un persistente silenciamiento de la oposición y un amplio repertorio de violaciones de los derechos humanos.

Ahora, enfermo de cáncer, Obiang prepara su sucesión por la clásica vía de apuntalar el futuro liderazgo de su hijo, Teodorín Nguema Obiang, uno de los principales beneficiarios de los masivos fondos petroleros repartidos por su padre entre socios y allegados. Conocido por su estilo de vida derrochador, así como por sus problemas con la justicia por malversación de fondos y lavado de dinero, Teodorín fue nombrado segundo vicepresidente de Guinea Ecuatorial en 2012. Ahora su futuro reinado depende de una serie de apoyos esenciales, sobre todo de las grandes familias industriales, del Ejército y de los inversores internacionales. Todos estos sectores llevan decenios beneficiándose de las actividades del presidente, por lo que en un principio verían con buenos ojos la opción hereditaria y continuista que encarna el bástago. Éste, ante la ausencia de una oposición consolidada, sólo parece tener un rival: él mismo, su conocido histrionismo y sus encontronazos con la justicia.

6. Hun Sen (Camboya)

Su hijo

Hun Sen ha gobernado Camboya desde 1985 con un estilo autoritario y, sin embargo, tolerado por la misma comunidad internacional que se encarniza con otros líderes de larga duración. Hasta ahora, a Hun Sen le ha bastado un genuino apoyo popular, un programa moderadamente exitoso de desarrollo económico y la supremacía moral de pertenecer al partido que sucedió en el poder a los Jemeres Rojos, para granjearse lealtades, simpatía y silencio. Así ha logrado mantenerse en el poder, beneficiado por el terror a la violencia del pasado y la apatía política que ésta ha engendrado, pero que en los últimos meses ha comenzado a disiparse. En las elecciones de julio de 2013 su partido volvió a hacerse con el poder, pero cediendo un número de escaños inusitado a una oposición cada vez más fuerte. Además, el pasado diciembre se enfrentó a manifestaciones sin precedentes, al confluir en las calles los opositores pidiendo la repetición de las elecciones pasadas, junto a los trabajadores del sector textil reclamando mejoras laborales.

Inquieto por esta explosión de ira popular en un país que se había acostumbrado a gobernar con placidez, Hun Sen ha iniciado las maniobras para ceder el poder a su hijo, Hun Manet, a quien ha elevado hasta altos escalafones del Ejército. El fulgurante ascenso político de su entorno fiel y la creación de una dinastía es la manera en que Hun Sen parapeta su poder ante una amenaza desconocida: la de una oposición capaz de movilizar a decenas de miles de jóvenes que no vivieron el terror de los Jemeres Rojos y a quienes no puede espantarse tan fácilmente con el discurso sobre la inestabilidad que se cernirá sobre el país si hay un relevo político.