Si un viajero busca Somaliland o Abjasia
en un atlas político,
no los encontrará. Sencillamente porque no existen. Pero hay Estados
que son una realidad, pese a que el mundo no quiera verlos. Son territorios
no reconocidos por la comunidad internacional como independientes, aunque se
gobiernan
de hecho a través de sus propias instituciones
y el Estado al que en teoría pertenecen no
ejerce control efectivo sobre ellos.

El cuarto poder: cuando el respetado cirujano Jiang Yanyong (arriba) rebatió el número oficial de víctimas del SARS, la periodista de Time Susan Jakes (centro, derecha) copó los titulares. Mientras, su compañero Huang Yong (abajo, derecha) confirmó la historia hablando con médicos y otros trabajadores sanitarios. Su tenacidad causó la caída del ministro de Sanidad, Zhang Wenkang (izda).

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  • SOMALILAND
    Como dijo The Economist, Somaliland
    es un país de 3 millones de habitantes,
    5 compañías telefónicas, 7 líneas aéreas
    y 11 millones de cabras. Y, podría añadirse, el reverso del fracaso
    de Somalia. Desde la ruptura en 1991, el Gobierno de Hargeisa ha conseguido
    grandes objetivos: la paz, un sistema político estable, fuerzas de seguridad
    y su propia moneda. El pequeño ex protectorado británico, que
    fue independiente durante unos días en 1960, se ha librado del caos
    somalí, aunque ha habido ataques contra extranjeros y arrestos de
    miembros de Al Qaeda, pero no del hambre.
  • PUNTLAND
    Es el otro oasis al norte de lo que
    fue una vez Somalia. Se declaró región
    autónoma en 1998 tras la guerra civil que asoló el país,
    aunque anunció en 2004 que se uniría con Mogadiscio si la paz
    volvía a la zona, algo que parece imposible ahora mismo. Puntland
    mantiene una disputa con Somaliland por cuestiones fronterizas en las regiones
    de Sool y Sanang.

  • TRANSDNIÉSTER
    En realidad es una empresa contrabandista camuflada
    en forma de Estado. Independiente de hecho de Moldavia desde 1990, la vida
    de los 600.000 habitantes del Transdniéster
    transcurre entre símbolos soviéticos, como si el tiempo se hubiese
    detenido. Pero hay mucho movimiento ilegal: el crimen organizado, el tráfico
    de armas y el blanqueo de dinero campan a sus anchas.
  • ABJASIA
    Fue el destino de vacaciones preferido
    por la élite soviética
    y el propio Stalin, pero la
    guerra y el posterior embargo la han convertido en una de las regiones más
    deprimidas de Eurasia. Tras el colapso de la URSS, los entonces 550.000 abjasos
    quisieron independizarse de Georgia, lo que desencadenó un conflicto
    armado que se saldó con 7.000 muertos y unos 220.000 desplazados (la
    mayoría de etnia georgiana). Sin una salida definitiva, Abjasia, todavía
    medio en ruinas, se mantiene gracias al apoyo militar y económico de
    Moscú.
  • OSETIA DEL SUR
    No son las montañas del Cáucaso las que impiden a los 70.000
    osetios del sur unificarse con sus hermanos del norte (en Rusia), sino la negativa
    de Georgia a concederles algo más que una cierta autonomía. Osetia
    del Sur se declaró independiente de forma unilateral en 1990, pero tras
    la guerra civil la situación se ha quedado estancada. Tbilisi se lleva
    un berrinche cada vez que Moscú da pasaportes rusos a los osetios del
    sur y Rusia disfruta dejando claro quién es todavía el jefe en
    el espacio ex soviético. Este problema sin fácil solución
    contribuye a generar más tensiones en una región que es ya un
    semillero de conflictos interétnicos.
  • ALTO KARABAJ
    La violencia en este enclave
    de mayoría armenia (cristiana) en territorio
    de Azerbaiyán (musulmán) se remonta al siglo XIX, cuando fue
    incorporada al imperio ruso. Tras la disolución de la URSS, su declaración
    de independencia desencadenó una guerra que costó 30.000 vidas
    y un millón de desplazados. En 1994 se firmó un alto el fuego,
    pero la situación sigue sin resolverse.