¿Ha conseguido el rescate de la mina chilena poner fin a una enemistad de 130 años?

 

RODRIGO ARANGUA/AFP/Getty Images

 

Sería difícil imaginar una pareja más extraña que Sebastián Piñera y Evo Morales. Después de todo, Piñera es el multimillonario presidente de Chile y un tenaz defensor del libre mercado. En contraste, Morales es uno de los principales valedores (junto al presidente venezolano, Hugo Chávez) del “socialismo del siglo XXI” de América Latina. Él es el primer presidente indígena de Bolivia (con una población de mayoría indígena) y continúa siendo el responsable del sindicato de cultivadores de coca desde el que construyó su base política. Personalidades al margen, estos países no habían tenido lazos diplomáticos durante más de un siglo, desde que Chile capturó la única línea costera de su vecino en la Guerra del Pacífico de 1879-1883. Estos dos presidentes no estaban exactamente destinados a ser amigos.

Sin embargo, cuando Chile consiguió llevar a la superficie a los 33 mineros atrapados entre un gran alboroto internacional el 13 de octubre, allí estaba para que todo el mundo pudiera contemplarla: la extraña imagen de los dos líderes compartiendo el podio bajo el sol del desierto. Piñera y Morales pueden estar en polos opuestos del espectro político e ideológico, pero su vínculo personal se ha visto reforzado como consecuencia de esta extraordinariamente fascinante y cautivadora historia de interés humano. Y en política, algunas veces eso es suficiente.

El boliviano Carlos Mamani, el único no chileno atrapado durante 69 días en la mina San José, merece adjudicarse el mérito de haber acercado aún más incluso a los líderes suramericanos. Fue el rescate de Mamani lo que motivó la excursión de Morales a Chile, donde permaneció junto con Piñera en la mina. El presidente boliviano, que tiene un don para detectar a los triunfadores políticos, habló con entusiasmo sobre Piñera y su país vecino. (Mientras tanto está haciendo todo lo que puede para atraer a Mamani de regreso de Chile a la mucha menos próspera Bolivia; todavía no ha tenido suerte).

Es cierto que la históricamente tensa relación entre estos dos países se había distendido en los últimos años. En enero de 2006, Morales invitó al entonces presidente chileno, Ricardo Lagos, a asistir a su investidura -un gesto simbólicamente significativo ya que los dos Estados no mantenían relaciones oficiales. Un par de meses más tarde, la nueva presidenta chilena Michelle Bachelet invitó a su homólogo boliviano a la suya. Antes de que se produjeran estos casos la última vez que el presidente de cualquiera de los dos países había participado en la investidura del otro había sido más de medio siglo antes.

Durante los últimos siete meses, las relaciones entre ambos, que siguen modelos económicos y políticos drásticamente divergentes, han sido mesuradas y pragmáticas

Desde luego, se podría argumentar que tanto Lagos como Bachelet son socialistas, mucho más cercanos al bando ideológico de Morales. Piñera, que lidera el primer Ejecutivo conservador en dos décadas desde el final del gobierno militar de 17 años de Augusto Pinochet, decididamente no lo es. De modo que resultó especialmente reseñable que en marzo, en la investidura de Piñera, Morales no sólo asistiera sino que de hecho jugara al fútbol en el mismo equipo que su homólogo chileno, en un “espíritu de fraternidad”. Durante los últimos siete meses, las relaciones entre ambos, que siguen modelos económicos y políticos drásticamente divergentes, han sido mesuradas y pragmáticas.

Fue durante el gobierno de Bachelet cuando se diseñó un marco entre Chile y Bolivia para gestionar más eficazmente las previamente inestables relaciones bilaterales. En julio de 2006, las administraciones de Bachelet y Morales negociaron, no sin esfuerzo, una agenda global de 13 puntos que abarcaba diversos temas, incluyendo cuestiones de integración fronteriza, cooperación en materia de seguridad y defensa, gestión de recursos hídricos y energía e incluso ciencia y tecnología. Hasta la fecha, ese acuerdo al menos ha mantenido las relaciones encarriladas.

Lo que no quiere decir que la desconfianza que subyace entre ambos haya desaparecido. Los momentos de euforia compartida como el recate de los mineros pueden resultar alentadores, pero no resuelven la disputa histórica ni le dan a Bolivia su largamente anhelado acceso al Pacífico. Para eso, sigue haciendo falta un abundante y duro trabajo diplomático. Este tipo de momentos, sin embargo, inyectan una dosis de buena voluntad y endulzan las dinámicas bilaterales. El rescate de los mineros bien podría hacer más productiva la cooperación en proyectos económicos y de desarrollo compartidos.

Curiosamente, algo similar ha estado sucediendo últimamente entre Colombia y Venezuela. El nuevo presidente colombiano, Juan Manuel Santos, y Chávez están siguiendo un rumbo práctico que busca apaciguar las tensiones y lograr beneficios económicos para ambos países. Éstos son diametralmente opuestos en casi todos los aspectos. El primero es vástago de una de las familias más ricas de Colombia mientras que Chávez, un militar de orígenes humildes, ha estado durante los últimos doce años cargando sin descanso contra lo que él llama la “vil oligarquía”. Y aunque Santos no confía en la relación de Caracas con los miembros de las FARC que operan en territorio venezolano -y aunque Chávez no se fía en las intenciones del Ejército colombiano, que cuenta con el respaldo de Estados Unidos- estos líderes están labrando un modus vivendi que les permita manejar sus diferencias de un modo más prudente. Están hablando sobre energía, comercio, y sobre una comisión de seguridad para supervisar su caótica frontera.

Los buenos sentimientos entre Colombia y Venezuela -y ya puestos, entre Chile y Bolivia- pueden revelarse efímeros. Existen muchas razones, entre las que no es menos importante la política interna de cada país, por las que algunas de las actuales expresiones de pragmatismo podrían descarrilar. Los líderes nunca cesarán de encontrar tentador el apelar a los sentimientos nacionalistas. Pero estos casos también ilustran los en ocasiones saludables efectos producidos por las fronteras comunes, frecuentemente acompañadas por lazos comerciales, intensos flujos migratorios y profundas conexiones entre sociedades.

Piñera y Morales nunca serán almas gemelas. Las diferencias entre ellos en procedencia y creencias son profundas. Aunque vecinos, son de mundos completamente diferentes. Pero en su preocupación por mejorar el bienestar de sus ciudadanos del modo en que consideran mejor, han descubierto el poder de los intereses comunes, que a menudo puede trascender la ideología o el nacionalismo. Y por supuesto está la potente dimensión humana, que, bajo algunas circunstancias excepcionales, puede fácilmente imponerse a todo lo demás.

 

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