Sobre el artículo de Andrés Ortega (‘La vuelta de Dios’, febrero/marzo de 2010) propongo un cambio de perspectiva teórica: el resurgir de las religiones en una época de crisis, dentro del marco de la teoría de Samuel Huntington.

Según Samuel Huntington en su polémica obra El choque de civilizaciones, después de los acontecimientos y consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, las élites intelectuales empezaron a descartar el paradigma de las décadas precedentes que sostenía que la modernización social llevaba a la debilitación de la religión como elemento significativo de la existencia humana a medida que la ciencia, el racionalismo y el pragmatismo iba eliminando y sustituyendo los mitos, supersticiones, irracionalidades y rituales que conformaban el núcleo de las religiones existentes.

Sin embargo, la segunda mitad del siglo XX experimentó un revival religioso global paralelo a la modernización social y económica que estaba produciéndose en todo el mundo. Este renacimiento religioso implicó, en gran medida, que la gente volviera a la religión tradicional de su comunidad, la fortaleciera y la dotara de un nuevo significado y, en parte, también supuso la expansión de algunas religiones, que ganaron adeptos en sociedades donde nunca los habían tenido. Estas dos tendencias se han puesto de manifiesto en la vida diaria y el trabajo de la gente y en las inquietudes y proyectos de los gobiernos.

¿Cómo puede explicarse el actual resurgir religioso global? La razón más poderosa es el proceso de modernización cultural y económica que se extendió en la segunda mitad del siglo XX. La gente necesitaba nuevas fuentes de identidad, nuevas formas de comunidad estable y nuevos conjuntos de preceptos morales que les proporcionaran un significado y una finalidad a sus vidas. Las antiguas costumbres y religiones ya no satisfacen del todo. Hay una búsqueda de explicaciones más elevadas sobre el propósito del ser humano, sobre por qué estamos aquí. Esto está asociado con periodos de gran tensión social.

La gente no vive sólo siguiendo la razón. No puede calcular y actuar racionalmente en busca de su propio interés antes de haber definido su yo. La política de interés presupone la identidad. En épocas de cambio social rápido, las identidades establecidas desaparecen, hay que crearlas nuevas y debe redefinirse el yo. La religión proporciona respuestas poderosas y los grupos religiosos ofrecen comunidades sociales pequeñas que reemplazan a las perdidas como consecuencia de la urbanización. Las creencias proveen a la gente de un sentimiento de identidad y una dirección vital. Los cambios religiosos revelan la incapacidad del antiguo credo para cubrir las necesidades psicológicas, emocionales y sociales de las personas atrapadas en los traumas de la modernización. La tendencia actual conduce hacia una mayor radicalización y fragmentación y a un aumento de los conflictos sociales con base religiosa.

Aun así, siempre hay excepciones a estas tendencias. Por ejemplo, según mis estudios e investigaciones de doctorado, centradas en la relación establecida entre los dos sistemas de valores del confucianismo y el cristianismo en la Corea contemporánea, caracterizada por sus influencias mutuas, se puede constituir un ejemplo de tolerancia y respeto pací- fico para los países afectados por los problemas del integrismo religioso. Sin embargo, esta muestra única de convivencia no está exenta de potenciales críticas (el peso de la historia reciente explica, en el caso del cristianismo, la confusión de medios y fines en detrimento del desarrollo de una moral más ética y espiritual).

 

  • Susana Luengo Gallego
    Doctoranda, Universidad de Salamanca