Un vínculo imprescindible para el desarrollo, la seguridad y la democracia de la región euromediterránea.

 

AFP/Getty Images

 

Las revueltas árabes han demostrado la fragilidad de los sistemas políticos de gran parte de los Estados del sur y este del Mediterráneo. Países con tan profundos desajustes que nada ni nadie han podido impedir los estallidos de malestar social y violencia en la región. El status quo de la zona ha desaparecido y con él, esa seguridad tan conveniente para la Unión Europea.

La estrategia que hasta ahora ha promovido en la región la UE arroja, por tanto, un balance cuestionable. Durante años, se han priorizado unilateralmente los intereses europeos (comerciales y de seguridad), a su vez compartidos por las élites en el poder de estos Estados, agudizando las asimetrías ya existentes desde el periodo colonial. Esta estrategia no ha apoyado la mejora de las condiciones de vida de la población y tampoco ha impulsado la modernización de unos países hacia libertades, valores y principios democráticos. De nada sirve la seguridad si no proporciona cierta estabilidad y se relegan los objetivos de desarrollo a un segundo plano. Esta es una de las conclusiones resaltadas en el informe “Europa y la democracia en el Norte de África: una segunda oportunidad”. Aunque el concepto de seguridad utilizado por los autores es amplio y no se limita al ámbito militar, sino que abarca la seguridad humana, no hace referencia a la seguridad alimentaria. Este artículo subraya la importancia de no dejar incrementarse la profunda desigualdad existente entre los Estados de las riberas norte y sur del Mediterráneo, tanto como la que se produce internamente dentro de los países del sur.

La crisis alimentaria internacional desatada en 2007 puede considerarse como uno de los elementos de mayor perturbación en los orígenes de las revueltas. La subida de precios de los cultivos de grano afectó directamente a la disponibilidad de los alimentos más básicos de la dieta diaria. No hubo entonces, ni parece haber todavía, capacidad suficiente de adaptarse al repentino encarecimiento de la factura que supone la importación de cereales para estos países. De los Estados más afectados por el incremento de precios del mercado internacional fueron los del norte de África, cuya importación de maíz asciende a un 50% y donde el consumo de calorías (3.000 al día) se equipara a la de los países más ricos. Sin embargo, hay que precisar que las revueltas de Marruecos, Túnez y Egipto son debidas al malestar que produce la subida de precios en la modesta economía familiar, pero no a que se pase hambre con mayúsculas.

Al mismo tiempo, los sistemas nacionales agroalimentarios son altamente rudimentarios e insuficientes para compensar la producción y el rendimiento agrícola con productos locales. Túnez, Argelia, Libia, Yemen, Omán, Mauritania, Arabia Saudí, Egipto, Líbano, Siria y Palestina amplificaron sus tensiones y comenzaron un período de inestabilidad que rompía con la cómoda, y no por ello menos criticada, política del status quo promovida por los regímenes autoritarios de la región y que hasta ahora, no habían encontrado resistencias entre sus vecinos europeos. El descontento generalizado no se debe únicamente a errores políticos, extendidos a lo largo del tiempo, sino más bien, al súbito fracaso percibido a la hora de proporcionar seguridad esencial para la población. En los países en desarrollo, donde además se da la coincidencia de ser importadores de alimentos, las organizaciones políticas deben tener un papel relevante en temas de seguridad alimentaria. Si estas no son capaces de proporcionar ciertos niveles de seguridad alimentaria, el sistema político se resiente, pierde legitimidad. Una vez que esto ocurre, las protestas resultantes pueden reflejar una amplia gama de motivos de insatisfacción, que amplíen el alcance de la protesta, y por tanto, enmascarar el desencadenante inmediato de los disturbios.

En definitiva, la dificultad por conseguir alimento, unido al desempleo, especialmente mayoritario en el colectivo juvenil, movilizó a la sociedad civil frente al Estado y sus instituciones. La preocupación latente desde hace años transformó de la noche a la mañana las dificultadas regionales para alcanzar el bienestar en verdaderos impedimentos políticos y económicos para garantizar la supervivencia.

Por otro lado, las circunstancias bajo las que se enfrentaba a esta misma crisis alimentaria la UE no fueron evidentemente las mismas. Como uno de los principales exportadores de cereales, después de Estados Unidos, la Unión ve mejorado el rendimiento económico de sus exportaciones gracias a la subida de precios y la protección de los subsidios a su agricultura, proporcionados a través de la Política Agrícola Común (PAC), que minimizaron la repercusión sobre la disponibilidad de alimentos en la canasta de las familias europeas. A su vez, la dependencia agrocomercial que han mantenido las dos riberas, empieza a resentirse con el desplazamiento de cultivos europeos hacia la producción del bioetanol, la reducción de las reservas y el incremento de la demanda mundial.

Sin embargo, la cooperación en la región mediterránea como medida prioritaria para garantizar la seguridad europea, sigue siendo una máxima para la UE, del mismo modo que lo es su dependencia energética. La Unión, hasta ahora cómplice, se repliega en su mejor discurso de principios y valores, y actúa con cautela. Los intereses en la región son irrenunciables en plena crisis del euro. ¿Pero cuál es el reto de la cooperación multilateral en el Mediterráneo en estos momentos en los que el protagonismo nacional ha desplazado cualquier interés regional?

El reto consiste en apoyar las jóvenes democracias mientras se nivelan las prioridades conjuntas de desarrollo y seguridad en la región, algo que la crisis alimentaria ha demostrado que nunca estuvieron alineadas. ¿Cómo pretende la UE apoyar los procesos de democratización en los países del sur Mediterráneo si mantienen las mismas condiciones colonizadoras que hace cincuenta años? Si realmente se quiere avanzar en una estrategia de política exterior, la integración de democracia, seguridad y desarrollo no puede obviarse algo tan fundamental como la seguridad alimentaria ni la realización de los derechos humanos de la población de la orilla sur. Se precisa una nueva estrategia regional conjunta, donde se contextualice la crisis financiera, energética pero también la crisis alimentaria y equilibrar las necesidades del sur con los intereses del un norte europeo que día a día no solo pierde su poder económico, sino político frente al nuevo escenario de las relaciones internacionales.

El equilibrio y la simetría precisos se tornan casi imposibles de desarrollar bajo la inestabilidad política, económica y social que hoy por hoy mantienen los países protagonistas de estas revueltas. El proceso es muy complejo y la UE deberá adaptarse a un guión que debe priorizar la garantía de satisfacer las necesidades más básicas del ser humano, si es que en esta nueva oportunidad hacia el apoyo democrático de los países árabes, pretende avanzar con coherencia y visión de futuro.

 

Artículos relacionados

 

 

 

The Broken Link es un proyecto gestionado por

 

The Broken Link es un proyecto financiado por