La región debe aprovechar los ingresos por petróleo ahorrando para los malos tiempos.

El precio del petróleo ha subido más de 20 dólares en los últimos tres años y hay suficientes razones para esperar que se mantenga muy alto por mucho tiempo. Los inventarios están al mínimo, hay pocos excedentes de capacidad y Estados Unidos y China, los dos grandes devoradores de crudo, no han dado ninguna señal de perder el apetito. Debido a la incertidumbre en Irak y Nigeria, el precio superó temporalmente, y por primera vez en la historia, los 50 dólares por barril
en octubre pasado. La decisión de Arabia Saudí de recortar la producción diaria en un millón de barriles podría llevar de nuevo el precio por encima de los 50 dólares en los meses que vienen. Para los próximos dos años, incluso las predicciones más conservadoras sitúan el precio por encima de 40 dólares, pero algunos analistas no descartan que pudiera llegar al umbral de 80 dólares por barril.

Puesto que América Latina es exportadora neta de petróleo, el efecto inmediato sobre los ingresos externos y sobre las cuentas fiscales es positivo. Por cada 10 dólares de aumento en el precio del crudo, la situación fiscal mejora un 5% del PIB en Venezuela, 4% en Ecuador y cerca del 1% en México y Colombia. Los grandes exportadores ya están recibiendo ofertas de inversión extranjera para expandir la producción. Estos efectos favorables ayudaron a que la región creciera cerca de un 5% en 2004 y posiblemente lo haga en un 4% en 2005, a pesar de que Brasil y Chile no están en la lista de los beneficiados.

Pero un aumento sostenido del precio del petróleo a la larga puede resultar dañino para América Latina. La Agencia Internacional de la Energía (AIE), la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) calculan que, por cada incremento de 10 dólares en el precio del crudo, el crecimiento económico mundial se reduce en medio punto al cabo de un año. Puesto que el comercio mundial de manufacturas y los precios de las materias primas básicas son muy sensibles al crecimiento mundial, un petróleo por las nubes costará varios puntos de aumento de las exportaciones.

A la larga, un aumento sostenido del precio del petróleo puede resultar perjudicial para América Latina, porque reducirá el crecimiento de la región y encarecerá la deuda externa

El mayor precio del crudo reduce el crecimiento mundial, entre otras razones, porque suele ir de la mano de incrementos de los tipos de interés. Por supuesto, esto depende de la forma como reaccionen los bancos centrales de las grandes economías. Si quieren contrarrestar la reducción del crecimiento, podrían bajar, en vez de subir, los tipos de interés. Eso fue lo que hicieron en respuesta a los dos shocks petroleros de los 70. El resultado fue nefasto: originaron tasas de inflación mayores que las que habría ocasionado el aumento del precio del petróleo por sí solo, y obligó a la postre a elevar mucho más las tasas de interés.
Ahora no hay mucha duda de que, al menos en Estados Unidos, los tipos tenderán a subir, en vez de bajar. Por supuesto, eso habría ocurrido con o sin incrementos del precio del crudo. La diferencia es que, si éste se sitúa en torno a los 50 dólares, la Reserva Federal de Estados Unidos tendrá que llevar la subida de tipos mucho más lejos. Por cada 10 dólares de incremento en el precio del petróleo tendrá que elevar la tasa de interés al menos medio punto porcentual para contrarrestar el efecto inflacionario.

América Latina se verá afectada también por un canal financiero que amplificará entre dos y dos veces y media estos aumentos del tipo de interés. Esto ocurre porque los márgenes de la deuda externa de los países emergentes tienden a ampliarse cuando sube la tasa de interés de la Reserva Federal. En países como Brasil y Colombia, con coeficientes de deuda cercanos al 50% del PIB, cada aumento de 10 dólares en el precio del crudo supone, a la larga, un incremento de la deuda en una cantidad equivalente al 0,6% del PIB. Los márgenes de la deuda latinoamericana se han mantenido en niveles muy bajos en los últimos meses, gracias a la abundancia de liquidez internacional y a los primeros efectos de la bonanza petrolera. Pero esto no significa que vayan a permanecer así indefinidamente.

Considerando todos los canales de influencia del aumento de los precios del petróleo, el balance para los países latinoamericanos muy posiblemente es desfavorable, y esto es válido incluso para algunos que son exportadores netos de hidrocarburos.

Lo que termina de complicar las cosas para los países exportadores es que los buenos efectos inmediatos contribuyen a aumentar la vulnerabilidad frente a lo que viene después. La razón es que la abundancia inicial de divisas e ingresos fiscales suele llevar aparejados mayores niveles de gasto público que en momentos de falta de liquidez. Venezuela está yendo por esta ruta. Los altos ingresos petroleros también propician la apreciación del tipo de cambio real, lo que daña todas las demás exportaciones y perjudica a los sectores agrícola y manufacturero.

Si alguien duda de estos argumentos debería recordar la crisis de la deuda latinoamericana de comienzos de los 80, que estalló tres años después de la crisis del petróleo de 1979. Entonces, los precios del crudo se triplicaron y todos los canales de transmisión actuaron con gran virulencia. Aunque ahora los efectos serán posiblemente más tenues, resultarán dañinos para América Latina a menos que los gobiernos acepten que la mejor manera de aprovechar la bonanza es ahorrar.

Los abundantes ingresos que están entrando en Latinoamérica podrían ser la oportunidad para reducir la pesada carga fiscal que implican los altos niveles de deuda pública de la región. También podrían aprovecharse para constituir fondos de reserva para los años de vacas flacas, desmontando así la perjudicial inestabilidad del gasto público, y para cubrir las crecientes deudas de los sistemas públicos de pensiones, que son una amenaza para la sostenibilidad fiscal a largo plazo de casi todos los países de la región.

La región debe aprovechar los ingresos por petróleo ahorrando para los malos tiempos. Eduardo Lora

El precio del petróleo ha subido más de 20 dólares en los últimos tres años y hay suficientes razones para esperar que se mantenga muy alto por mucho tiempo. Los inventarios están al mínimo, hay pocos excedentes de capacidad y Estados Unidos y China, los dos grandes devoradores de crudo, no han dado ninguna señal de perder el apetito. Debido a la incertidumbre en Irak y Nigeria, el precio superó temporalmente, y por primera vez en la historia, los 50 dólares por barril
en octubre pasado. La decisión de Arabia Saudí de recortar la producción diaria en un millón de barriles podría llevar de nuevo el precio por encima de los 50 dólares en los meses que vienen. Para los próximos dos años, incluso las predicciones más conservadoras sitúan el precio por encima de 40 dólares, pero algunos analistas no descartan que pudiera llegar al umbral de 80 dólares por barril.

Puesto que América Latina es exportadora neta de petróleo, el efecto inmediato sobre los ingresos externos y sobre las cuentas fiscales es positivo. Por cada 10 dólares de aumento en el precio del crudo, la situación fiscal mejora un 5% del PIB en Venezuela, 4% en Ecuador y cerca del 1% en México y Colombia. Los grandes exportadores ya están recibiendo ofertas de inversión extranjera para expandir la producción. Estos efectos favorables ayudaron a que la región creciera cerca de un 5% en 2004 y posiblemente lo haga en un 4% en 2005, a pesar de que Brasil y Chile no están en la lista de los beneficiados.

Pero un aumento sostenido del precio del petróleo a la larga puede resultar dañino para América Latina. La Agencia Internacional de la Energía (AIE), la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) calculan que, por cada incremento de 10 dólares en el precio del crudo, el crecimiento económico mundial se reduce en medio punto al cabo de un año. Puesto que el comercio mundial de manufacturas y los precios de las materias primas básicas son muy sensibles al crecimiento mundial, un petróleo por las nubes costará varios puntos de aumento de las exportaciones.

A la larga, un aumento sostenido del precio del petróleo puede resultar perjudicial para América Latina, porque reducirá el crecimiento de la región y encarecerá la deuda externa

El mayor precio del crudo reduce el crecimiento mundial, entre otras razones, porque suele ir de la mano de incrementos de los tipos de interés. Por supuesto, esto depende de la forma como reaccionen los bancos centrales de las grandes economías. Si quieren contrarrestar la reducción del crecimiento, podrían bajar, en vez de subir, los tipos de interés. Eso fue lo que hicieron en respuesta a los dos shocks petroleros de los 70. El resultado fue nefasto: originaron tasas de inflación mayores que las que habría ocasionado el aumento del precio del petróleo por sí solo, y obligó a la postre a elevar mucho más las tasas de interés.
Ahora no hay mucha duda de que, al menos en Estados Unidos, los tipos tenderán a subir, en vez de bajar. Por supuesto, eso habría ocurrido con o sin incrementos del precio del crudo. La diferencia es que, si éste se sitúa en torno a los 50 dólares, la Reserva Federal de Estados Unidos tendrá que llevar la subida de tipos mucho más lejos. Por cada 10 dólares de incremento en el precio del petróleo tendrá que elevar la tasa de interés al menos medio punto porcentual para contrarrestar el efecto inflacionario.

América Latina se verá afectada también por un canal financiero que amplificará entre dos y dos veces y media estos aumentos del tipo de interés. Esto ocurre porque los márgenes de la deuda externa de los países emergentes tienden a ampliarse cuando sube la tasa de interés de la Reserva Federal. En países como Brasil y Colombia, con coeficientes de deuda cercanos al 50% del PIB, cada aumento de 10 dólares en el precio del crudo supone, a la larga, un incremento de la deuda en una cantidad equivalente al 0,6% del PIB. Los márgenes de la deuda latinoamericana se han mantenido en niveles muy bajos en los últimos meses, gracias a la abundancia de liquidez internacional y a los primeros efectos de la bonanza petrolera. Pero esto no significa que vayan a permanecer así indefinidamente.

Considerando todos los canales de influencia del aumento de los precios del petróleo, el balance para los países latinoamericanos muy posiblemente es desfavorable, y esto es válido incluso para algunos que son exportadores netos de hidrocarburos.

Lo que termina de complicar las cosas para los países exportadores es que los buenos efectos inmediatos contribuyen a aumentar la vulnerabilidad frente a lo que viene después. La razón es que la abundancia inicial de divisas e ingresos fiscales suele llevar aparejados mayores niveles de gasto público que en momentos de falta de liquidez. Venezuela está yendo por esta ruta. Los altos ingresos petroleros también propician la apreciación del tipo de cambio real, lo que daña todas las demás exportaciones y perjudica a los sectores agrícola y manufacturero.

Si alguien duda de estos argumentos debería recordar la crisis de la deuda latinoamericana de comienzos de los 80, que estalló tres años después de la crisis del petróleo de 1979. Entonces, los precios del crudo se triplicaron y todos los canales de transmisión actuaron con gran virulencia. Aunque ahora los efectos serán posiblemente más tenues, resultarán dañinos para América Latina a menos que los gobiernos acepten que la mejor manera de aprovechar la bonanza es ahorrar.

Los abundantes ingresos que están entrando en Latinoamérica podrían ser la oportunidad para reducir la pesada carga fiscal que implican los altos niveles de deuda pública de la región. También podrían aprovecharse para constituir fondos de reserva para los años de vacas flacas, desmontando así la perjudicial inestabilidad del gasto público, y para cubrir las crecientes deudas de los sistemas públicos de pensiones, que son una amenaza para la sostenibilidad fiscal a largo plazo de casi todos los países de la región.

Eduardo Lora es economista y consejero principal del Departamento de Investigación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).