• The Lancet, vol. 367,
      números
      9.524-9.527, mayo 27, junio 3, 10,
      y 17, 2006, Londres

 

The Lancet, una publicación que goza de popularidad desde hace 183 años, con 37.500 suscriptores y más de un millón de usuarios on line registrados, ha sido siempre alabada por sus investigaciones científicas pioneras. Pero también cuenta con una larga tradición de controversias. En los 12 años que lleva al mando su redactor jefe, Richard Horton, ha sacado noticias que entremezclan la política y la medicina. De hecho, esta publicación semanal causó un revuelo con un informe según el cual 655.000 iraquíes habían muerto desde que EE UU invadió el país en 2003.

Horton ha defendido una nueva causa: "La urgente necesidad de acción" para mejorar la salud de los indígenas del mundo. Para documentarla presentó seis informes bajo el título Indígenas: es hora de actuar en pro de la igualdad y la salud. Con una perspectiva general de estos documentos, Horton llegaba a la conclusión de que la esperanza de vida de los indígenas es menor y que afecciones como las enfermedades respiratorias y la diabetes se dan con mayor frecuencia en estos grupos.

Por desgracia, el llamamiento de Horton es científicamente dudoso y desacertado desde el punto de vista político. Afirma que existen 370 millones de indígenas repartidos en 70 países, que representan el 6% de la población mundial. Y, sin embargo, no define con claridad quiénes se incluyen en la categoría de indígenas.
Los colaboradores de The Lancet no hablarían de los franceses o daneses como indígenas de sus países. Cuando mencionan a América, Australia y Nueva Zelanda, se refieren a los habitantes originales de estas regiones. Pero, ¿a quiénes cuenta entre los indígenas de África y Asia, donde ha habido múltiples olas de emigración? ¿Excluye la categoría a los grupos étnicos que han vivido en la región durante siglos?

Los documentos de The Lancet argumentan sobre esta cuestión sin llegar a una conclusión. Si se consideran "nómadas o cazadores", tal como declaró el anterior secretario general de Naciones Unidas, Boutros Boutros-Ghali, excluirían a la mayor parte de la población a la que los redactores describen como indígenas. ¿Se pueden definir por idioma? Muchos aborígenes australianos y esquimales sólo hablan inglés, muchos indios del Amazonas sólo hablan portugués o español. ¿Conservan los elementos esenciales del modo de vida precolonial? Esto excluiría a la mayor parte de nativos norteamericanos. Los autores salen del apuro con una declaración del Foro Permanente de la ONU sobre Cuestiones Indígenas: "[…] en el caso del concepto de pueblos indígenas, el punto de vista que prevalece es que no es necesaria una definición oficial y universal del término".

Es poco verosímil que una categoría de personas identificadas de un modo tan vago compartan problemas comunes. Horton afirma que la esperanza de vida es menor para los indígenas, y cita tres ejemplos de los factores de riesgo a los que se enfrentan: "El pueblo maorí (enfermedades coronarias), los primeros pobladores canadienses (daño autoinfligido) y los nativos de
EE UU y Alaska (agresión)". Estos problemas no se relacionan directamente con ser indígena. Ni está claro que los trastornos de salud de los indígenas de cualquier país sean peores o diferentes que los de las minorías desfavorecidas. Es más probable que provengan de factores como la pobreza y la discriminación, que no son exclusivos de los indígenas.

Los enfermos precisan atención, no importa cuál sea su ascendencia. Si se dirige la ayuda a una población en particular basándose en su linaje, corremos el riesgo de distorsionar las prioridades de los gastos sanitarios. El problema es aún más severo en países pobres con presupuestos sanitarios precarios. En Botsuana, por ejemplo, se han establecido clínicas regionales que ofrecen provisiones de emergencia a todos los habitantes del Kalahari. ¿Horton cree que se debería desviar más fondos a los bosquimanos?

The Lancet lidia con el hecho de que ninguna definición universal oficial encaja con todos los casos indígenas que el diario desea englobar. Los colaboradores se aferran a una definición política que ha sido inventada recientemente. En las antiguas colonias de Europa —en América, Australia y Nueva Zelanda— los descendientes de los primeros habitantes son minorías que han sufrido discriminación. En los 90 se apiñaron en un movimiento de pueblos indígenas e invitaron a unirse a ellos a otros de Asia y África. Al apelar a la culpabilidad poscolonial, han logrado un sorprendente progreso en el ámbito de la política. La ONU ha establecido un Foro Permanente sobre Cuestiones Indígenas y los objetivos del grupo de presión también han sido integrados por el movimiento verde, que espera que cazadores y recolectores puedan vivir en armonía con la naturaleza si se les devuelven las tierras ancestrales.

Parece que estos activistas sean partidarios de los antropólogos victorianos, quienes creían con condescendencia que había "gente primitiva" en la Tierra que compartían costumbres y creencias. Uno de los documentos de The Lancet aclama que "los pueblos indígenas han sido los guardianes de nuestro medio ambiente y nuestra medicina durante miles de años, basándose en un punto de vista holístico común de la humanidad y sus vínculos con el ecosistema". En otras palabras, vengan de donde vengan, todos los indígenas deben tener los mismos valores. Sin embargo, los maoríes no se parecen a los bosquimanos del Kalahari y sí son mucho más parecidos a los neozelandeses blancos, que también tienen una buena reputación por su sensibilidad ecológica.

Estas nociones poco científicas no proporcionan una base sólida. The Lancet debería determinar mejor sus objetivos si está de verdad interesado en difundir información sobre medicina y fórmulas políticas.

Adam Kuper es profesor de Antropología en la Universidad Brunel en Londres. Su libro más reciente es The Reinvention of Primitive Society (Routledge, Londres, 2005).