El poder blando podría ser más útil que amenazar a los vecinos.

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AFP/Getty Images

El Club Valdai es un ejercicio anual de relaciones públicas para las autoridades rusas. Se trata de un grupo de pensadores, profesores y periodistas internacionales que se reúnen en una región de Rusia y luego se entrevistan con el presidente Vladímir Putin y sus principales ministros. Hasta ahora, como operación de relaciones públicas, el foro no ha tenido demasiado éxito, puesto que, en los últimos años, gran parte de la prensa mundial se ha dedicado a criticar al Kremlin. Sin embargo, cuando el club se reunió por 10ª vez el mes pasado, a orillas del Lago Valdai, en el norte de Rusia, varios de los debates fueron positivos para la imagen del país.

Putin tenía un mensaje inequívoco que transmitir al mundo exterior: el sistema político ruso está empezando a abrirse, al menos a nivel local. También empleó un tono suave al hablar de Estados Unidos. El único asunto en el que Putin sí pareció algo duro -a ojos occidentales- fue la delicada cuestión de las relaciones de Rusia con dos de sus países vecinos, Ucrania y Moldavia.

¿A qué se debe esta actitud más blanda de Putin tanto en política nacional como respecto a Washington? Es probable que los crecientes problemas económicos rusos, los resultados sorprendentemente buenos de la oposición en las elecciones locales de septiembre y el incipiente consenso entre EE UU y Rusia sobre las armas químicas sirias tengan mucho que ver.

En la última sesión del Club Valdai, transmitida en directo por la televisión rusa, un Putin confiado y relajado participó en una mesa redonda con tres personalidades europeas: François Fillon (antiguo primer ministro francés), Romano Prodi (antiguo primer ministro italiano) y Volker Rühe (antiguo ministro de defensa alemán). Los tres le instaron a que escuchase a los jóvenes que protestan en Rusia y a tomarse en serio “la responsabilidad de proteger” a los sirios. Entre el público se encontraban líderes de la oposición que preguntaron a Putin por el fraude electoral y el encarcelamiento de activistas. Él respondió en tono tranquilo que Rusia está “en el camino hacia la democracia” y recordó a todos que las últimas elecciones en Moscú, en las que Alexei Navalny obtuvo el 27%, y en Ekaterimburgo, donde Evgeni Roizman (otro político de la oposición) se convirtió en alcalde, habían sido libres y limpias.

Dado el historial de Putin, conviene tomar sus palabras con escepticismo. Sin embargo, en una sesión anterior, uno de sus principales asesores sorprendió a los participantes. “La tendencia a que haya elecciones limpias será cada vez más pronunciada; en el futuro habrá más competencia política”, dijo. “Ekaterimburgo y Moscú fueron unos éxitos que debemos repetir en otros lugares”. El asesor pidió a los partidos de la oposición que se centraran en los ayuntamientos, con la sugerencia implícita de que es demasiado pronto para que piensen en obtener los gobiernos regionales o ganar elecciones de ámbito nacional. Yo pregunté a los políticos de la oposición qué pensaban de todo esto. Vladimir Ryzjov (liberal) e Ilya Ponamarev (izquierdista) me dijeron que el Kremlin ha adoptado una estrategia verdaderamente nueva, aunque todavía puede recurrir a los tribunales para aplastar a cualquiera al que consideren una amenaza.

Una razón que puede ayudar a explicar esta modesta apertura política es quizá la desaceleración económica, que seguramente creará malestar. Tal vez Putin y sus colaboradores quieran crear cauces que puedan controlar para canalizar las protestas pacíficas. Después de haber crecido a un ritmo aproximado del 4% anual en los tres años anteriores, es posible que en 2013 la economía rusa no alcance el 2% de crecimiento, pese a unos precios del crudo que les favorecen. Tanto los extranjeros como los rusos están invirtiendo menos. La fuga de cerebros y de capitales continúa. Los tecnócratas que dirigen la economía saben que la política es un freno. Un ex primer ministro dijo al Club Valdai que “las claves para mejorar la economía son unos tribunales independientes y la protección de la propiedad”. Las inversiones sufrirán mientras los tribunales estén sometidos a los caprichos del Ejecutivo, dijo.

Putin y sus ministros se mostraron extrañamente educados a propósito de Obama y satisfechos de cooperar con él en el asunto de las armas químicas sirias. Sin embargo, no hacía mucho tiempo que sus relaciones con Washington habían sido pésimas, con peleas por la guerra civil en Siria, la concesión de asilo a Edward Snowden y los planes estadounidenses de defensa antimisiles. Obama anuló una cumbre que estaba prevista para septiembre.

Los motivos del cambio de tono del Kremlin hacia EE UU no están claros. A los rusos les preocupa mucho el problema de sus ciudadanos que luchan en Siria en Afganistán y luego vuelven a las regiones musulmanas de Rusia para infectarlas de extremismo islámico. Quieren que los estadounidenses ayuden a manejar la situación en esas dos zonas de conflicto. Quizá piensan que pueden mostrarse magnánimos con un país que no entiende Oriente Medio, puesto que siempre han dicho que la reacción de Occidente a la Primavera Árabe fue ingenua, que los países árabes eran incapaces de sostener la democracia y que todo acabaría en tragedia. Sienten que los acontecimientos de Egipto, Libia y Siria les han dado la razón.

A pesar de las cortesías, el entorno de Putin puede seguir mostrándose hostil e incluso paranoico cuando se habla de Estados Unidos. Pregunté a un ministro si la OTAN seguía siendo una amenaza para la seguridad de Rusia. “Por supuesto, ¿por qué, si no, intenta aproximarse lo más posible a nuestras fronteras?”, respondió. “Ha castigado a los regímenes que le desagradan -Yugoslavia, Irak, Libia- sin tener en cuenta al Consejo de Seguridad de la ONU”. El ministro acusó a la OTAN de engañar a Rusia al ampliarse pese a haber prometido que no iba a hacerlo (cosa que es en parte verdad) y dijo que Moscú no puede ser amiga de la OTAN mientras la organización no renuncie a nuevas ampliaciones.

La mayoría de los rusos comparte esta desconfianza. Y casi todos creen que la OTAN quiere absorber Ucrania, pese a que es una idea que no cuenta casi con ningún apoyo ni en Kiev ni en las grandes capitales occidentales. Es cierto que la UE espera que Ucrania firme “un acuerdo de libre comercio amplio y exhaustivo” y “un acuerdo de asociación” en noviembre en Vilnius, dentro de su “Partenariado oriental”. La UE aspira a que también firmen acuerdos similares Moldavia, Georgia y Armenia. Putin quiere impedir que lo hagan, porque entonces no podrían unirse a la Unión Aduanera (UA) establecida entre Rusia, Bielorrusia y Kazajistán. Su deseo es que la UA se extienda a gran parte de la antigua Unión Soviética y evolucione hasta convertirse en una “unión Euroasiática” más poderosa.

Rusia emplea la intimidación para apartar a los países del Partenariado Oriental. En agosto bloqueó las importaciones de Ucrania durante varios días y dijo que era “un ensayo general” de las medidas que tendría que tomar si Kiev se uniera a la UE. Además, aseguró a los moldavos que les cortaría el gas, bloquearía sus exportaciones y expulsaría a sus trabajadores inmigrantes (las exportaciones de vino moldavo a Rusia se interrumpieron en septiembre, pero hay que reconocer que la UE dijo que importaría un número equivalente de botellas para compensarlo). No se sabe lo que dijeron los rusos a Armenia, pero en septiembre decidió cambiar el Partenariado Oriental por la Unión Aduanera. Asimismo, Rusia ha utilizado sus tácticas contra países miembros de la UE: este mismo mes, Lituania se encontró -es de suponer que por acoger la cumbre de Vilnius- con sus productos lácteos excluidos del mercado ruso durante una semana.

A los rusos, el Partenariado Oriental les causa verdadera inquietud, porque afectará a su comercio con los países vecinos. Putin aseguró al Club Valdai que, con la firma, los artículos de la UE inundarán los países del Partenariado y entonces Ucrania y Moldavia tendrán que exportar todo lo que produce al mercado ruso, y Moscú tendrá que tomar medidas de protección. Seguramente los rusos tienen razón y la UE debería haber hecho más esfuerzos para discutir con ellos las repercusiones del Partenariado Oriental. No obstante, los participantes ucranios y moldavos en el Club Valdai afirmaron que las intimidaciones rusas están perjudicando la imagen de la Unión Aduanera en sus respectivos países. Armenia constituye un caso especial: no se atreve a irritar a Moscú porque las tropas rusas son lo único que impide que Azerbaiyán invada el territorio de Nagorno-Karabaj, ocupado en la actualidad por fuerzas armenias.

Pero, aparte de Armenia, Rusia no puede decir que ningún país vecino sea verdaderamente amigo. Le ha costado mucho tiempo comprender que el poder blando -el atractivo del sistema social, económico y político y la conducta de un país- puede obtener tantos resultados como las bravuconadas. Parece que los líderes rusos están dándose cuenta de la importancia de tratar a la oposición, y tal vez a EE UU, con un poco más de educación. Deberían probar a hacer lo mismo con sus vecinos.

 

Otra versión distinta y más breve de este artículo apareció en la edición impresa de The New Statesman, en el número de 11-17 de octubre.

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